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Despierta la montaña sagrada

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EL UNIVERSAL

Corría el año de 1994 cuando el volcán Popocatépetl, después de un largo periodo de calma, nuevamente dio señales de vida, despertando así de un profundo sueño que en apariencia continuaría por varias centurias. Este nuevo episodio de erupciones continuó en el año 2000 con la notoria intensificación de explosiones de baja intensidad y algunas moderadas, para dar paso después a un lapso breve de relativa calma que ha sido interrumpido por el repunte de una nueva fase de actividad que comenzó a finales del año 2011 y que ha evidenciado intervalos moderados con otros episodios de mayor intensidad. Con base en los recientes comunicados del Centro Nacional para la Prevención de Desastres (Cenapred), el volcán ha presentado últimamente actividad sísmica, además de expulsar ceniza, fragmentos piroclásticos, gases y vapores de agua.

Al parecer, estos materiales difícilmente están siendo expulsados adecuadamente hacia el exterior debido a la conformación de domos de materiales incandescentes en el cráter. Esta acumulación lo hace convertirse en un volcán de alta peligrosidad cuyos alcances serían de mayores consecuencias durante una eventual erupción.

Ante este panorama, desde el punto de vista de la arqueología y con el propósito de tener una idea aproximada de los daños que las grandes erupciones del pasado han provocado sobre las poblaciones aledañas, presentó una semblanza -hasta donde los datos arqueológicos nos lo permiten-, acerca de los vestigios materiales de los grupos humanos a quienes en su momento les tocó enfrentar los devastadores efectos de la actividad explosiva del Popocatépetl.

 LOS EFECTOS A LO LARGO DE LA HISTORIA

Hasta donde sabemos, los únicos asentamientos que han sido afectados significativamente se remontan a la época prehispánica. En el contexto arqueológico, bajo los grandes depósitos de materiales expulsados desde el seno de la tierra, se han encontrado evidencias que nos muestran precisamente esa presencia humana en el área.

En este orden, es posible que una de las más relevantes erupciones explosivas del Popocatépetl quizás ocurrió entre los años 100 y 200 a. C. La lluvia de cenizas basálticas y andesíticas destruyeron los asentamientos humanos y sus parcelas agrícolas que se localizaban en la región comprendida entre las poblaciones actuales de San Nicolás de los Ranchos y San Buenaventura Nealtican, Puebla. Los primeros reportes de estos hallazgos, los debemos al Dr. Peter Tschohl (1968), quien además mostró físicamente algunos restos de surcos prehispánicos a sus colegas Edmon Seele y Horts Kern, cuando éstos realizaban estudios arqueológicos en esa región entre 1966 y 1967, como parte de los trabajos de la Fundación Alemana para la Investigación Científica.

Por su parte Seele, al realizar excavaciones sistemáticas en el área, reporta el hallazgo de restos de estructuras habitacionales asociados a materiales cerámicos que han sido fechados para los periodos Preclásico Medio y Superior del Centro de México (900-400 y 400-100 a. C.). Por cierto, en un artículo que escribió y que lleva por título "Restos de milpas y poblaciones prehispánicas cerca de San Buenaventura Nealtican, Puebla", publicado en 1973 en Comunicaciones número 7, Proyecto Puebla-Tlaxcala, describe cómo en una de las casas aún era posible apreciar cómo el techo y los muros de adobe que le daban forma fueron derrumbados por el peso de la ceniza y de la piedra pómez que fueron expulsados por la erupción volcánica.

A esta investigación le sigue otra muy interesante realizada también en las inmediaciones de Sanbuenaventura Nealtican, Puebla, en donde las investigadoras Gabriela Uruñuela y Patricia Plunket de la Universidad de las Américas, entre 1993-94 descubren los restos de una aldea que fue sepultada por una lluvia de piedra pómez. Este sitio que ha sido identificado como Tetimpa se compone de conjuntos habitacionales y de áreas destinadas al culto religioso.

Cabe señalar, con base a los señalamientos que las arqueólogas hacen en su trabajo "Áreas de actividad en unidades domésticas del Formativo Terminal en Tetimpa, Puebla", publicado en 1998 en el número 20 de la revista de la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH, que los habitantes abandonaron oportunamente sus hogares, ya que no se encontraron evidencias de que hubieran sido sorprendidos repentinamente por el fenómeno volcánico. Esta erupción, de acuerdo a los fechamientos asignados para el sitio, debió ocurrir entre los 200 y 100 años a.C. Aspecto interesante, ya que coincide con los señalamientos cronológicos que hace E. Seele para los vestigios culturales que anteriormente él excava.

También se sabe de otros eventos volcánicos posteriores, tal vez menos intensos, que volvieron a cubrir con ceniza esta misma zona. Seele, durante sus excavaciones, reporta que en una de las capas superiores encuentra tepalcates fechados para las épocas que van de Tlamimilolpa Tardío a Xolalpan de acuerdo a la cronología de Teotihuacan (300 a 500 d.C.).

 DE LA PREHISTORIA A LA ACTUALIDAD

Por su parte Horts Kern, al hacer el análisis de la misma área y de su relación con las comunidades prehispánicas hasta la actualidad, nos dice que existen restos de campos de cultivo que fueron sepultados en la época prehispánica con sedimentos de tepetate expulsados por la actividad volcánica. Estos relictos se encuentran hasta una profundidad aproximada de 1.70 m y están asociados a cerámica que ha sido fechada para los años que van de 300 a 500 d.C (Estudios geográficos sobre residuos de poblados y campos en el valle de Puebla-Tlaxcala, 1973).

Como dato complementario, la arqueóloga Florencia Müller del INAH nos dice que entre 500 y 700 d.C. debió haber ocurrido alguna catástrofe en el Valle de Cholula. Según la investigadora, es posible que haya habido temporadas de lluvias abundantes que provocaron la deposición de varias capas de arena fluvial que se encontraron en las inmediaciones de la zona arqueológica ("La extensión arqueológica de Cholula a través del tiempo", 1973). Por su parte, Jorge R. Acosta afirma que durante la fase Cholulteca I ocupó dicho lugar gente cuya filiación cultural no pertenece a ninguna de las del Altiplano Central, sino más bien a las del Occidente de México. Su estancia fue corta, abarcando tan solo de 800 a 900 d.C., para después desaparecer tan rápidamente como llegaron (La cerámica de Cholula, 1967).

En opinión de Ignacio Marquina, es en el siglo VIII cuando la pirámide de Cholula fue abandonada. La acción de las lluvias y el viento fueron factores determinantes para que ésta se convirtiera en un montículo que daba la apariencia de ser un cerro natural. Una erupción posterior depositó una extensa capa de ceniza que, con base a los materiales cerámicos asociados, Marquina considera que el fenómeno ocurrió en el siglo XI (1,000 d.C.) (Cholula, Puebla, 1967). Al hacer el estudio de la cerámica y de los cortes estratigráficos de las excavaciones de esta temporada en Cholula, Müller identifica dos capas de ceniza que están, una a los 2.20 m de profundidad asociada a materiales de la época Cholulteca III (1,325-1,440-69 d.C.) y la otra a los 3.40 m, de profundidad asociada a cerámica Cholulteca II (900-1,200 d.C.) (La cerámica de Cholula, 1970). Es decir que estas afirmaciones nos están hablando de posiblemente cuatro periodos de erupciones. De estos eventos, el del Preclásico Superior en definitiva fue excepcionalmente devastador (200-100 a.C.), los que se supone ocurrieron en el Clásico Tardío (500-700 d.C.), Postclásico Medio (Cholulteca II, 900-1,200 d.C.) y el Postclásico Tardío (Cholulteca III, 1,325-1,440-69 d.C), en un futuro no lejano, desde el campo de la arqueología, es necesario poner mayor atención para conocer los alcances y el grado de afectación que dichas erupciones provocaron sobre los grupos humanos que en el pasado ocuparon la región.

De esa manera, la arqueología, a través de sus técnicas de estudio, tiene esa facultad de asomarse al pasado para desde ahí tratar de comprender el presente y dar su opinión acerca de la relación hombre-fenómeno volcánico.

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Escrito en: Popocatépetl popo

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