Por una razón que conozco bien, pero no revelaré, hoy 18 de octubre, me puse a pensar en las muchas cosas que este estado de inseguridad nos ha quitado y cómo nos ha llevado también a desprendernos de grandes afectos.
En primer término, es preciso hablar de la tranquilidad que nos han robado; y por más que pretendamos seguir nuestras vidas sin grandes preocupaciones, éstas nos llegan revestidas en muchas formas del delito.
Lamentablemente son tantas y tan cotidianas que algunas veces ya ni nos asombran, lo cual no es deseable.
Debemos mantener nuestra capacidad de indignación intacta, porque si aceptamos como naturales las cosas que están pasando, no vamos a hacer nada por cambiarlas.
Dicen que "cuando lo extraordinario se torna cotidiano, se vuelve normal"; y eso no nos debe de pasar. Tenemos que seguir insistiendo para que las autoridades hagan lo que deben hacer y torne a nosotros el buen tiempo.
Sí, ese tiempo en que todos conocíamos a nuestros vecinos y sabíamos a qué se dedicaban.
En el que las puertas de las casas del barrio estaban permanentemente abiertas y a nadie le faltaba nada.
En que encontrarse con un enemigo, se traducía simplemente en una pelea a puñetazos y a regresar a casa "como el perro arrepentido, con la cola entre las patas".
La muerte de alguien era un suceso extraordinario y doloroso, pero nadie desaparecía, así como así, ni era extorsionado o torturado.
Hago este recuento y me percato de las varias pérdidas que por motivo de la inseguridad y la delincuencia desbordada, he tenido que sufrir:
Primero la ausencia de Alfonso, mi hermano y compañero de tantos años, que hoy recuerdo con mayor razón.
Luego la de otro hermano: Armando, a manos de un delincuente ocasional que, a río revuelto, simplemente sacó una pistola y le disparó a quemarropa, cuando salía de su casa. ¡Que cobardía!
Además, la muerte de mi sobrino Ricky, también en forma por demás alevosa y cobarde, que dejó en la orfandad a cuatro criaturas.
Al lado de esos desprendimientos abruptos, están aquellos otros que, por razones de seguridad, han tenido que abandonar la ciudad.
Grandes amigos, como Juan y como Jesús; uno por haber sufrido ya un atentado y otro, porque prefirió no esperarse a que eso pasara y decidió poner tierra de por medio.
Ésos también duelen y mucho, porque son personas con las que convivía muy frecuentemente y de pronto, ya no están, lo cual trastorna mi entorno.
Sin embargo, a fuerza de ser sincero, yo prefiero mil veces verme privado de su compañía, que saberlos en peligro grave. Que se vayan lo más lejos posible, al fin y al cabo el mundo es un pañuelo y cualquier día me decido y voy a visitarlos.
Jesús dice que "se fue de avanzada" y que pronto contaremos con un viñedo en España. Si así fuera me alegraría mucho por mi amigo, que pudo realizar su sueño a buena edad.
Y si no lo consigue, me alegraré de saberlo a buen recaudo recorriendo la Gran Vía y visitando muchos mesones de cualquier lugar de ese bello país.
Pero todo es cuestión de tiempo y decisión, pues ya veo que mi amigo Íñigo, sólo dijo 'ai' se ven, y se fue para allá solo unos días, que seguramente también disfrutará mucho.
Sólo hace falta un boleto de avión, unos cuantos cambios de ropa y la determinación de poner los pies en el camino, viendo siempre hacia adelante.
Las pérdidas arrebatadas, más las naturales que se van sumando, dejan profundos vacíos. Pero aún hay muchos afectos por los cuales vale la pena seguir viviendo.
Y así lo haremos hasta que Dios disponga otra cosa.
Y "Hasta que nos volvamos a encontrar. Que Dios te guarde en la palma de Su mano".