Despropósitos de año nuevo
¿Para qué la guerra y la política? ¿Para qué la investigación y la tecnología si no para alcanzar una mejor calidad de vida, de la vida de todos los días?
Sara Sefchovich
El cuerpo no me da para hacer buenos propósitos en este 2012 que comienza. Me niego a intentar una nueva dieta, a beber dos litros de agua y a desarmarme en el gimnasio. Pensándolo bien, yo vengo de un mundo donde la gordofobia y la anorexia no existían, ser multiorgásmica no era obligatorio, y la gente no era más ni menos desgraciada que ahora.
Tampoco existían la tabacofobia, el sida, el terrorismo bancario ni los libros de autoayuda con la terquedad de convencernos de que si actuamos según sus fórmulas, tendremos en las manos el control absoluto de nuestras vidas, y que por ello mismo podremos desterrar del horizonte cualquier sufrimiento. Aseguran los autores de esos libros que la felicidad está al alcance de cualquiera que tenga la actitud correcta, y que el sufrimiento es una perfecta inutilidad. Algo así como un capricho que nos concedemos los irresponsables, jugando con nuestra salud cuando fumamos un cigarro o bebemos demasiado café. Da la impresión de que quienes escriben esos libros saben lo que dicen cuando nos ofrecen la fórmula infalible para vivir sanos y felices durante muchísimos años, aunque al menos yo lo único que he conseguido leyéndolos es sentirme culpable por cada chocolate que me como y por cada lechuga que no me como. Como todos los niños antiguos, yo distinguía claramente lo bueno de lo malo y lo feo de lo bonito. Ahora estoy tan confundida que ya no sé ni de qué lado pega el diurex.
Papá siempre me acusó de soberbia y aprovechó todos los medios a su alcance para bajarme los humos. Perdió el tiempo, tan fácil que hubiera sido esperar a que la vida me amansara. Hoy con toda humildad reconozco que los buenos propósitos que formulo al principio de todos los años son sólo buenas intenciones que con mucha suerte mantengo por una o dos semanas, después únicamente sirven para culpabilizarme: por mi culpa, por mi grandísima culpa, porque mi actitud no es la correcta, porque no sonrío lo suficiente, no soy disciplinada, me encanta la francachela y aprovecho cualquier pretexto para no hacer hoy lo que puedo dejar para mañana.
¿Y si hubiera otros objetivos en la vida que no estuvieran marcados necesariamente por tener una espléndida figura y conseguir el éxito? ¿Y si resulta que todo se reduce a permitir que la vida con sus misterios, sus sorpresas, sus golpes brutales, fluya por sus propios cauces? Lo que el cuerpo me pide para empezar este año es aceptar mis límites, ponerme cómoda con los días tejiendo y destejiendo las horas como cualquier Penélope del montón.
Lo que me toca por ahora es no inventar infelicidades sino agradecer la buena salud, una mente lúcida (a ratos al menos, pero conozco algunos que ni a ratos), la aceptable dosis de energía creativa que me tocó en suerte, la vida que con sus luces y sus sombras me ha permitido echar ramas y flores y letras. Ahora, lo único que espero de mí es mantener la buena vibra de mi casa y quedarme quieta y atenta para reconocer la felicidad cuando llega. Lo que me propongo es mantener la fe y proteger el equilibrio emocional y la cordura amenazada por el momento difícil que atravesamos todos los mexicanos. Después de todo, la buena vida se construye con lo cotidiano, con las pequeñas cosas que hacemos con nuestras horas y con nuestros días. Con naderías como el amor, la conversación, la convivencia, y finalmente con la sensatez para aceptar el sufrimiento como parte inevitable de la existencia humana. Cuando perdemos el pie, cuando sentimos que la existencia naufraga, cuando mueren los que amamos, cuando...
Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx