Diario de un voluntario para recibir al Papa
Por: Evlyn Cervantes.
Luego de tres días de participar en la valla humana para recibir al papa Benedicto XVI, Luis Ángel Ojeda Magaña de 15 años, no niega que es la experiencia “más cansada” que ha tenido. El trabajo de miles de jóvenes –como el de él- fue indispensable para que la visita del Pontífice fuera un éxito. Este es su testimonio.
Jueves 22 de marzo:
Luis Ángel Ojeda despertó y se fue a trabajar como de costumbre en una fábrica de calzado, allí ayuda a una persona haciendo tareas de control de calidad; terminó su jornada laboral a las ocho de la noche.
“Salí de trabajar pero todavía tenía que llevar las playeras a los otros chavos que nos iban a apoyar, luego terminamos en Guanajuato porque todavía hacía falta ir por los gafetes, llegamos pero todavía no los tenían los del Gobierno. Nos pusimos a ayudarles allí en lo que ellos nos iban diciendo y terminamos a las tres de la mañana”, contó.
Poco después de la 3 de la mañana, Luis Ángel llegó a su casa, ubicada en la colonia Portales de San Sebastián.
Viernes 23 de marzo:
A las 5 de la mañana, despertó emocionado, tomó un baño y enseguida, se fue a la Puerta Milenio, ubicada en la entrada de la ciudad. Luis Ángel admite que estaba feliz porque el día había llegado “iba a ver al Santo Padre”.
Entre siete y ocho de la mañana, el joven ya estaba en la Puerta Milenio, allí se reunió con otros jóvenes que igual que él, se sumaron para participar en la valla humana.
“Más o menos allí llegamos a las 7 u ocho de la mañana, estuvimos todo el rato de pie, coordinándonos, no comí más que una torta de frijoles que me dio una señora como a las 12 del día pero allí seguimos cantando porras, ordenando a la gente”.
A las 5 de la tarde, reconoce, el cansancio ya pesaba. Una sensación de entumecimiento le invadió en los pies pero en vez de descansar, prefirió levantarse a cargar cajas con provisiones para los voluntarios localizados a lo largo del tramo de Puerta Milenio hasta Puerto Interior y fue en este último sitio, donde tuvo el primer encuentro con quien llama su “Santo Padre”.
“Fue rápido, no lo pude ver muy bien y pensé que era porque algunas personas no habían hecho caso a las indicaciones que les dábamos, todo el día les pedimos estar firmes en la valla y no cruzarse, pero luego ya nos confirmaron que era porque venía cansado”.
Después de ver pasar el Papamóvil y coordinarse con los voluntarios para las actividades del siguiente día, Luis se fue a su casa.
Sábado 24 de marzo:
Eran las 8:30 de la mañana y Luis Ángel ya estaba nuevamente en la Puerta Milenio, en coordinación con otro grupo de voluntarios se dispuso a instalar una cuerda que serviría para limitar el paso de la gente, conforme iban llevando los espectadores los iban acomodando de manera que todos pudieran tener una buena vista.
“Ya como a las 3 sí me dio hambre y porque sí ya había varios momentos que no había comido muy bien y me comí unos hotdogs que eran como si fuera un manjar”.
Alrededor de las 8:30 de la noche, Luis Ángel tuvo un segundo encuentro con Su Santidad. “Ahora sí lo pude ver de cerquita”, en ese momento pidió por su familia para que nunca se desintegre.
Minutos después de ver pasar el Papamóvil, partió a su casa porque “ya me sentía bien cansado”, pero se topó con una sorpresa.
“Llego a mi casa y me reviso mis pies porque ya me dolían desde hace rato y también se me acalambraban, vi que tenía ampollas, me las troné y ya dejé que se secaran pero luego me quedé dormido”.
Domingo 25 de marzo:
Luis Ángel convenció a su mamá y a su tía de que lo acompañaran a la valla para ayudarle y no tardó en convencerlas. Lupita Magaña Ramírez y su hermana Elena agarraron sombrero y bolsa para acompañarlo. A las 11 de la mañana ya estaba tomando el camión para llegar a bulevar Insurgentes.
Un día antes sus coordinadores le habían dicho que este día tendría a su cargo alrededor de 500 jóvenes que iban a estar ubicados desde la glorieta de los Paraísos hasta la glorieta ubicada sobre avenida Universidad.
Como coordinador, Luis Ángel junto con su mamá y su tía, se encargó de proveer a los voluntarios de agua, chocolate y suero, para que pudieran aguantar la espera; también debía reportar si alguno de ellos se sentía mal.
“Aquí vi al Papa, andaba caminando por el bulevar viendo si les hacía falta algo a los otros compañeros y otra vez lo vi, yo creo que sí se está cumpliendo lo que le pedí porque veo muy buen ambiente, a la gente contenta”.
Una de las principales encomiendas de Luis Ángel igual que el resto de los voluntarios, fue contagiar a la gente de entusiasmo e invitarlos a cantar distintas porras como “Benedicto, hermano, ya eres mexicano”, “Sí, sí, sí, el Papa ya está aquí”, “Esta es la juventud del Papa”, “Benedicto, amigo, León está contigo”, “Su Santidad, es Benedicto”.