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Días de poder

PATRICIO DE LA FUENTE
Antiguo es el refrán que anda en boga

Entre los hombres: "Hasta que uno se haya

Muerto, nadie sabe si su vida ha resultado

Buena o ha resultado mala".

Sófocles en Las Traquinias.

Voz de Deyanira, esposa de Hércules.

"Vota a aquel que prometa menos.

Será el que menos te decepcione".

Bernard Baruch

"No permitiré que la patria se nos deshaga entre las manos", dijo un Miguel de la Madrid con semblante serio y preocupado el primero de diciembre de 1982 al asumir la Presidencia de la República. Así mismo, enfatizó que el país vivía una situación de emergencia, lo cual se apegaba a la más estricta verdad. Las promesas que seis años atrás habría de hacer su antecesor, José López Portillo en su discurso de toma de posesión -quizá la mejor pieza de oratoria de la que se tenga memoria en la historia moderna- se quedarían en eso: simples promesas y un puñado de buenas intenciones. A los pobres y marginados, a los que tantas veces pediría perdón al tiempo que lloraba, nadie los sacó de su postración y México no aprendería a administrar la supuesta abundancia petrolera. Hacia fines de 1982, el panorama era incierto y poco halagüeño. Catastrófico, opinaron no pocas personas.

Se tilda a De la Madrid como un mandatario gris y falto de personalidad, sin embargo tras los excesos y retórica locuaz que caracterizaron a las dos pasadas administraciones -recordemos que Manú Dornbierer acertadamente las calificó como "La docena trágica"- la sobriedad y prudencia del colimense le vino bien al país en un inicio. Por desgracia, de la sobriedad se pasó a la inacción o abierta tibieza en muchos ámbitos del ejercicio gubernamental. La llamada campaña de "Renovación Moral" emprendida por Don Miguel al comienzo de su sexenio dejó mucho que desear y quedaría inconclusa. La corrupción continuó siendo el mal endémico de la década del ochenta y fuera de las detenciones de Jorge Díaz Serrano y Arturo "El Negro" Durazo, poco aconteció en dicho sentido.

Es menester señalar que Miguel de la Madrid enfrentó un importante número de situaciones adversas y tragedias a lo largo de su sexenio, siendo la explosión en San Juanico y sin duda el sismo de 1985, dos de los momentos más difíciles de su administración. El 19 de septiembre el temblor cimbraba a los capitalinos, no así al Gobierno Federal, el cual se vería rebasado e incompetente durante los primeros días, inclusive llegando al extremo de negar cualquier tipo de ayuda por parte de la comunidad internacional, postura que después habría de rectificar. Al percatarse de la parálisis del gobierno y sus instituciones, los mexicanos se volcaron a las calles en aras de ayudar a miles de damnificados. Como lo he señalado en pasadas colaboraciones para esta casa editora, la sociedad civil como concepto nace en 1985 y termina por evolucionar y convertirse en un grupo de ciudadanos críticos de la cosa pública cuya tarea diaria en pos de la democracia terminó rindiendo frutos hacia el final del sexenio.

Miguel de la Madrid, aventajado estudiante de derecho con estudios de posgrado en el extranjero, fue un gobernante que nunca pasó por puestos de elección popular y al cual se considera como el primero emanado de la camada de tecnócratas que habrían de alcanzar su máximo poderío e influencia política en sexenios posteriores. Las reformas económicas llevadas a cabo por Carlos Salinas de Gortari -el Tratado de Libre Comercio, la venta de empresas estatales, reprivatización de la banca y adelgazamiento del gobierno, entre otros- ocurrirían gracias a las gestiones iniciales de De La Madrid. En tanto, cabe recordar que al entregarle la banda a su sucesor, el panorama económico era incierto dados los alarmantes índices inflacionarios, la paridad cambiaria y el encarecimiento de la canasta básica.

Ya como expresidente, Miguel de la Madrid encabezó el Fondo de Cultura Económica por espacio de una década y dijo sentirse satisfecho incursionando en el mundo de la academia, las publicaciones y la investigación. Su presencia en el barrio de Coyoacán era constante; emprendía largas caminatas en compañía de su esposa Paloma -una distinguida y discreta dama cuya labor merece especial mención- y acudía a conciertos y otro importante número de actividades sociales y a diferencia de otros, a Miguel de la Madrid la gente se acercaba a saludarlo y nunca fue víctima de reacciones de encono por parte de los ciudadanos. Se puede decir que nunca levantó mayores pasiones, salvo en la imperdible entrevista que habría de concederle a Carmen Aristegui en 2009. Sus declaraciones -de las que mediante un comunicado habría de retractarse pocas horas después- sencillamente no tienen desperdicio y quedan para la historia.

En pasados días y tras su deceso el fin de semana, Felipe Calderón y su gobierno le rindieron un homenaje de Estado en Palacio Nacional, mostrando que muy a pesar de la actual coyuntura electoral, nuestros políticos son todavía capaces de dar muestras de civilidad y madurez si de rendirle honores a un exmandatario se trata. Cabe destacar que las exequias fúnebres de Miguel de la Madrid transcurrieron sin mayores sorpresas. De la Madrid fue un presidente de transición necesario en su tiempo. Ni su personalidad ni las circunstancias que enfrentó fueron propicias para que alcanzara la grandeza.

De dicha cualidad son poseedoras muy pocas personas.

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