H Oy en día, pesa sobre toda la sociedad humana una enorme carga de sospecha sobre sí misma, el ser humano tiene ante sí, sépalo o no, un doble proyecto de vida; individualista, hedonista, consumista y permisivo; eso por el lado fácil o, tiene a su vez, una alternativa existencial de difícil camino, enraizada en un compromiso social, en la renuncia de lo sutil y/o simplemente mundano, pero recibiendo a cambio, el don de sí.
Pero si esta exigencia es general a todo ser racional, se magnifica cuando algún sector de él recibe bienes intelectuales que pudieran y debieran utilizarse en beneficio de toda la sociedad. Tal es el caso de los universitarios y aquí me refiero a alumnos, profesores y directivos de cualquier plantel de estudios superiores, trátese de públicos o privados.
Más que nunca, es en esta época de crisis sociales, económicas, de cambios paradigmáticos en educación y de problemática de seguridad, cuando se hace necesario destacar el concepto de "Dignidad Humana" en toda su extensión como -Atributo inherente de la Persona-; con el cual, cualquier arquetipo convencional existente queda superado, toda vez que, la idea nuclear de la dignidad humana es el hecho de que /es el ser humano quien hace valiosas a las cosas, /porque las cosas son valiosas sólo en la medida en que permiten que la humanidad alcance ese valor supremo que es precisamente el -Ser sociedad humana-. Kant al expresar su regla de oro de la ética, establece claramente un centro polar de la Dignidad: "El Ser Humano siempre deberá ser fin; jamás medio".
La dignidad humana debe conducir al hombre hacia un fin, y es aquí donde encontramos una dualidad interesante; el hombre es también camino, pero no como medio a un fin, sino como conducta hacia sí mismo, es decir, la dignidad debe desbordar al simple concepto de hombre; de esta forma, la esencia de la dignidad humana está más allá del bien y del mal, ello en base a que no se mancha con la existencia de esos extremos, sino que, aristotélicamente, se mantiene en el centro de ambos como virtud humana. Esa virtud humana, llevada con dignidad, dignifica a su vez al mundo, los mismos bienes materiales que podrían ser causa de destrucción del ser humano, se convierten en bienes positivos a través de la filantropía y el compromiso honestos que buscan desarrollar a las comunidades para generar seres humanos dignos.
Con Pascal debemos decir que el hombre posee una dignidad infinitamente infinita y que la mejor manera de saciarla, es precisamente reconociéndola y promoviéndola con sabiduría a través de los derechos más sustanciales; y ello sólo se consigue con educación y dentro de un sistema democrático.
En México, donde los derechos humanos han sido violados, burlados y hasta perseguidos, la única forma de hacerlos efectivos es respetando al otro como a mí mismo, reconociéndolo, en primer lugar, como un ser con dignidad absoluta; misma que no se deteriora, aliena o sucumbe; comprometiéndose a aceptar conscientemente que son los /valores éticos y sociales, quienes constituyen la verdadera medida del hombre./ Pero: ¿no estaremos procusteando nuestros conceptos más sublimes?; ¿no será que al querer definir la dignidad humana la encasillamos en un sistema que se dice democrático y en una educación que se dice popular y en realidad ambos sólo responden a intereses de partidos y de camarillas, muchas de ellas coludidos con el hampa en todas sus expresiones.
A veces pienso que Sísifo se vino a vivir a México y, en particular, es el artífice mágico de la democracia de nuestra nación, algo así como un gnomo que se divierte haciéndonos creer, al igual que él llegaba a creer, que ya habíamos alcanzamos la cima del poder popular y la dura piedra de la dictadura, lo mismo individual que partidista, desaparecería y que sólo la democracia permanecería en la cúspide de la historia nacional. Pero no, una vez más, parece que nuevamente la roca se zafará de nuestras manos y caerá estrepitosamente al barranco del poder omnímodo de unos cuantos que seguirán medrando con el hambre y la necesidad de la mayoría y, por menos de un plato de lentejas, obtendrán nuevamente la primogenitura del poder político, económico y hasta cultural del país.
Ante esta situación en que las instituciones en lo general han perdido la credibilidad de que gozaban hace unos años y ante la creciente desconfianza de la población en ellas, ¿quién queda en pie para alentar acciones sociales y políticas que puedan conducir a la sociedad en general a encontrar la lámpara de Diógenes que nos conduzca a salir del laberinto minoico de la desesperación nacional?
Hoy por hoy, una de las muy contadas instituciones que mantiene credibilidad y la confianza popular es la universidad; pero ella debe entrar a una profunda y sincera reflexión académica y social sobre sí misma y de su entorno comunitario, debe abrir un análisis ético-científico de su responsabilidad y en buena medida de la parte de su culpabilidad en los problemas crónicos de la sociedad en que ella ha participado, principalmente debido a su pecado de omisión. Debe dejar de sentirse y pensarse como una burbuja de paz y racionalidad en medio de la tormenta en que se debate el "fénix planetario" que pareciera que en esta ocasión, no resurgirá de sus cenizas.
Al reconocer su incapacidad de ofrecer hasta ahora resultados que beneficien a todos, no sólo a sus egresados, deberá buscar el reformar no sólo las malas políticas sociales, sino también a los malos conocimientos y epistemologías que ha contribuido a producir y transmitir, y que, por ende, inducen malas políticas en el ámbito nacional, al que van sus egresados, lo mismo a los sectores públicos que a los privados y sociales.
La nueva universidad deberá empezar a elaborar su propio diagnóstico y aplicar una reforma radical en la que priven los principios fundamentales de respeto a la Dignidad de la Persona Humana y por ende, a los derechos humanos y a la democracia, porque esta trilogía sólo podrá darse a partir de esa reflexión social comprometida con la realidad del mundo cambiante en el que, querámoslo o no, estamos inmersos hasta el cuello y se nos escapa como el agua a Tántalo.
La verdadera y auténtica responsabilidad universitaria exige articular todas las estructuras de ella a un proyecto de promoción y compromiso en principios éticos y de desarrollo social equitativo y sostenible, para la producción y transmisión de saberes responsables y la formación de profesionales ciudadanos igualmente responsables.
En fin, sigamos buscando, que para eso, precisamente, estamos en este mundo y soñemos con alcanzar, en conciencia, la infinitud de la nuestra dignidad dentro de nuestra finitud humana, porque sólo siendo dignos, alcanzaremos la dignidad y con ella democracia y educación.
Profesor del Tecnológico de Monterrey, campus Laguna