Tal vez no le parezca cómodo lo que le invito a "dialogar" en esta entrega: se trata de reflexionar si es que los mexicanos estamos dejando de ser dignos.
Hablar de dignidad, comúnmente nos refiere a su significado más superficial, que puede interpretarse como: "darnos nuestro lugar", "exigir que se nos respete" o "no permitir que se ofenda el digno nombre de la familia".
El verdadero sentido de la palabra, se refiere a la exigencia y respeto que las personas debemos tener en el cuidado y atención a los derechos naturales y la estimación y persecución de los propósitos individuales.
El Diccionario de la Lengua Española dice, en una de las varias acepciones, que: "Es la gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse".
Considere que, en todo caso, debemos empezar por cumplir con nosotros mismos, basándonos en aquello de que "nadie puede dar lo que no tiene" y tampoco puede ser digno quien no asegura el cuidado de atender su propia dignidad como persona.
Hace aproximadamente mil años, los "dignitatis", eran axiomas o principios por los que se regulaba el concepto de respeto humano; se regulaba la convivencia social y se dictaban las normas o leyes de derecho que daban orden a un estado en particular.
Así, ser digno, representaba el respeto a las ideas o creencias individuales que tomaban para sí los seres humanos de una sociedad en particular.
La dignidad de las personas tenía que ver con la congruencia real entre lo que verdaderamente se creía y pensaba, el discurso individual y los verdaderos valores que movían a las gentes en actos concretos.
Definir a alguna persona como digna; o aún más, dignísimo, era el reconocimiento que se le dispensaba a esas gentes que cumplían con su rol social -fuera político, religioso, profesional o militar- en estricto apego a la moral y la ética.
En esos términos, no podía ser digno quien no tuviera paz, respeto y hasta prudencia en el cuidado de su espíritu; luego, con esa calidad humana, integrarse a la sociedad en forma productiva -más que material- enriqueciéndola para el beneficio común y no sólo pensar en el propio.
En esa interpretación, un sencillo jornalero que cubría con honestidad su jornada laboral, merecía el mismo respeto que un médico o abogado; entre ellos, habría quienes bien pudieran ser reconocidos por sus habilidades profesionales a la vez que se les calificaba de indignos por su desempeño humano en un medio social, separado del ejercicio de su profesión; como ejemplo: un médico que no atendía al enfermo en forma integral y responsable o un abogado movido por su beneficio personal.
Algunos filósofos dicen que "el universo es para el hombre" y entre ellos, Carlos Llano Cifuentes, afirma que "el universo es antropocéntrico"; Tomás de Aquino, asegura que "el hombre es lo más perfecto de todas las realidades" y para Emmanuel Kant, "el hombre no es valioso entre las cosas, sino que está dotado de dignidad".
Con esos breves antecedentes, ahora podemos entrar en materia, haciéndonos algunas preguntas y reflexiones:
¿De verdad, el intento de fortalecer el cumplimiento de los derechos humanos nos lleva a la dignidad verdadera?
Habría que dudarlo, cuando al otro extremo del concepto no incluimos las obligaciones humanas y así permitimos que a los malvados no se les aplique la ley.
La posmodernidad, con su democracia: ¿nos está llevando a la dignidad o por el contrario nos aleja de ella?
Muy probablemente nos separa, cuando ha facilitado el abuso de unos sobre otros, generando muy ricos y extremadamente pobres y, a ese respecto, aun los más beneficiados no conservan o van perdiendo su real dignidad, cuando no pueden mantener el equilibrio armonioso entre el espíritu, su cuerpo y la sociedad en que están inmersos.
La organización política, particularmente la mexicana: ¿favorece la dignidad?
Pienso que no puede hacerlo, cuando se muestra incapaz de dar igual trato y oportunidades a todos, particularmente en la aplicación de la ley y lo muchas veces demostrado: el tráfico de influencias; de hecho, los funcionarios públicos no sólo descuidan y desatienden su responsabilidad en defensa de la dignidad humana de sus electores, además entregan la propia, a los intereses particulares de otros que los han promovido en la escalera del poder a cambio de lo más valioso del ser humano, luego de la vida misma: la libertad.
Hemos perdido la dignidad cuando aceptamos el sometimiento al trabajo para tener y consumir, renunciando a la realización personal que queda al cumplir el reto de "hacer las cosas bien porque yo valgo a pena".
El grave abismo se encuentra en el engaño que hemos aceptado como forma de vida: atender las demandas del tener y poseer, renunciando al sentido de la alta autoestima por bien ser. ¿Usted qué opina?
ydarwich@ual.mx