Pues como ya se nos ha hecho costumbre, la inflación durante 2011 no es gran noticia. Los precios se elevaron, en promedio, 3.82% durante el año que acaba de terminar.
Está dentro del rango que estableció el Banco de México hace algunos años, 3% más menos uno, que se ha cumplido en cinco de los últimos diez años. A lo mejor parece poco, pero desde que se mide el Índice de Precios al Consumidor, nunca habíamos tenido inflaciones tan reducidas.
Sólo para recordar, en la década de los setenta (del 70 al 79) la inflación promedió 15.3% anual, pero se elevó a casi 70% en la década siguiente. Ya para los años noventa las cosas empezaron a mejorar, y aún con la grave crisis de 1995, el promedio de la década cerró apenas arriba de 20%. La primera década de este siglo, en cambio, presenta una inflación anual promedio de 4.9%, y en los dos años que llevamos de la segunda década, la inflación promedia 4.1%. Nada mal.
Más aún, desde 2000 no hemos tenido una inflación de dos dígitos. La mayor corresponde precisamente a ese año, y fue de 9%. La segunda más alta en estos doce años que llevamos del siglo XXI ocurrió en 2008, cuando el golpe de los precios internacionales de bienes básicos se notó más (aunque venían subiendo desde fines de 2006). Hay otros dos años con inflación superior a 5%: en 2002 (5.7%) y en 2004 (5.2%). Los otros ocho años han sido de inflación inferior al 5% anual.
Con inflaciones razonables como éstas, el sistema financiero empieza a funcionar un poco mejor. Ciertamente en México esto no es un gran avance, porque nuestro sistema financiero es bastante malo, pero sí hay una diferencia clara cuando la inflación es reducida. Las tasas de interés pueden no sólo ser menores, sino más estables, y esto permite instrumentos de crédito de largo plazo, como hipotecas, que en este siglo han sido bastante buenas. Si comparamos con otros países (más desarrollados, o mejor dicho, con buenos sistemas judiciales y por lo tanto buenos sistemas financieros) nos pueden parecer caras las hipotecas en México, pero si compara usted con lo que teníamos a fines del siglo pasado, son una maravilla. Y antes ni siquiera había.
La inflación es un problema porque altera los precios relativos. Es decir, cuando los precios suben, no lo hacen a la misma velocidad, y esto es lo que complica las cosas. Si todos los precios subieran al mismo ritmo, exactamente, no habría ningún problema. Pero como esto no ocurre, la relación entre los bienes y servicios se altera con la inflación.
El caso más importante es la diferencia de velocidad entre el precio de los activos fijos y el resto de los bienes. Cuando hay un brinco inesperado en la inflación, los activos fijos tardan en reaccionar, pero lo hacen, tarde o temprano. Conforme esto ocurre, se separan del resto de los bienes. Sobre todo, del precio del trabajo. Así, los períodos inflacionarios hacen que quien no tiene activos fijos (es decir, una casa, un terreno, un edificio) se hace relativamente más pobre, mientras que quien sí tiene estos activos se hace relativamente más rico. Si lo quiere más fácil: la inflación empobrece a los pobres y enriquece a los ricos, por eso es un problema.
Fue precisamente el crecimiento de los precios desde mediados de los sesenta hasta mediados de los noventa lo que deterioró mucho a los mexicanos. Aunque teníamos ya una mala distribución del ingreso, en ese tiempo se hizo peor. En los últimos 15 años, gracias a una inflación reducida, el ingreso del trabajo ha crecido. Muy poco, si usted quiere, cada año, pero ha crecido, algo que no había ocurrido de manera estable desde la década de los sesenta. Eso ha permitido que las familias mexicanas vivan un poco mejor. No nada más por este ingreso real un poco más alto, también las remesas de los paisanos, y el programa Oportunidades han ayudado. Todo esto lo ha mostrado Gerardo Esquivel, por si quiere usted buscar el estudio (que es un poco técnico para detallarlo).
Ahora bien, decíamos que el problema con la inflación es que los precios suben a diferente velocidad. Esto ocurre con inflación baja o alta, pero es peor en este último caso. Sin embargo, aunque la inflación sea reducida, como lo es hoy, los precios se mueven a diferente velocidad y esto significa que, dependiendo de lo que uno consuma, los precios pueden crecer más o menos rápido.
De diciembre de 2002 a diciembre de 2011 (es cuando los datos están completos), el conjunto de bienes que más ha subido de precio es de los alimentos, que promedia casi 6% de inflación anual. Prácticamente al mismo ritmo ha subido el precio de la educación, y un poco menos han subido las bebidas alcohólicas y el tabaco. Puesto que los hogares con ingresos más bajos destinan un mayor porcentaje de su gasto a consumir alimentos (y bebidas y tabaco), en la última década la inflación ha sido mayor para quien tiene ingresos más bajos. En parte la educación compensa este movimiento, pero es un rubro de gasto mucho menor al de la comida.
Los renglones de restaurantes y hoteles y el transporte promedian cerca de 5% anual en inflación, y los gastos de salud 4.5%. Los demás rubros de gasto ya son menores al 4%, y por eso en el promedio la inflación total resulta relativamente baja. Los gastos relacionados con la vivienda y combustibles han crecido 3.9% anual en sus precios, los muebles y artículos para el hogar 3.7%, y por debajo de 3% están los gastos recreativos y culturales, los servicios diversos y la ropa y calzado. El caso más espectacular es el de las comunicaciones, que han bajado de precio en promedio 1.4% cada año
Esto explica por qué tenemos ahora tantos millones de celulares, o porcentajes elevados de viviendas con electrodomésticos, y al mismo tiempo tenemos un grupo que todavía está por debajo del nivel de pobreza alimentaria. Puesto que el precio de esa canasta ha crecido más rápido que los precios promedio, mientras que los celulares han bajado de precio, las familias toman decisiones con base en esos precios, y aunque no consumen toda la carne que deberían (según la canasta utilizada para la referencia de pobreza), pues ya tienen su celular. O televisión.
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