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El arte sobre ruinas de Ernst

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El arte sobre ruinas de Ernst

El arte sobre ruinas de Ernst

Alfonso Nava

El pintor alemán Max Ernst se distinguió de las vanguardias en las que participó por una apuesta más arriesgada: la convicción de lo auténtico como la construcción infinita de muchas realidades.

Max Ernst, nacido el 2 de abril de 1891 en Brühl, Alemania, compartió con figuras sin par una época boyante para las ideas y el virtuosismo, un renacimiento humanista y también un florecimiento de las más oscuras voluntades.

Desde la infancia se decidió a modificar la realidad pero no para instalarla en el mundo material, sino en la construcción y posterior representación de ricos paisajes mentales. Una transformación integral, donde la naciente verdad perfilara una lógica y ética nuevas, pero en cuyas fisuras se notaran las condiciones anteriores para mostrar que la belleza se puede construir sobre las ruinas de lo consuetudinario.

VESTIGIOS DESENTERRADOS

Antes de elegir el camino de la plástica, Ernst se formó como filósofo en la Universidad de Bonn. Allí mismo se especializó en diversas áreas que perfilarían, más que su camino hacia las artes, su ideología para transmutar el entorno. Entre tales disciplinas destacan la Psicología, que se convirtió en una fuente toral del surrealismo; la historia del arte como manantial de influencias y apropiamiento de imaginarios; y la Filología, muy probablemente como la ciencia que permitió a Ernst conocer las maneras en que un lenguaje se constituye y con él una verdad de la que puede ser estructura o sólo su representación.

Pero es muy posible que su inquietud de cambiar lo ya existente le fuese legada por el trabajo de su padre, un educador de ciegos y sordos. Los biógrafos de Ernst dedican numerosas páginas a esta exploración iniciática: ¿cómo se aprehende un mundo cuando no bastan las imágenes ni las palabras? La prolongación de esa inquietud inicial cobró forma cuando el joven Ernst, en su primer periodo como pintor, consagró gran parte de su tiempo a estudiar las obras visuales que producían enfermos mentales.

Los surrealistas crearon diversas técnicas como el readymade, la escritura automática o el cadáver exquisito como procedimientos de exploración inconsciente. La idea era armar paisajes imaginarios partiendo de la lógica de los sueños y de los comúnmente inexplicables (a pesar del psicoanálisis) e involuntarios desplazamientos psíquicos. Las técnicas inventadas por Ernst parecen tener otro origen: el frotagge, el grattage y la decalcomanía, trabajan sobre la huella que varias capas de material van dejando en el fondo o cómo su mezcla afecta al conjunto.

Es como si Ernst sugiriera que la realidad inconsciente no se instala por procesos involuntarios sino elegidos, y que además son muchas las realidades integradas en un todo; realidades apropiadas que sufren diversas gradaciones en la medida en que las percibimos y con los recursos que nos ofrece la sensibilidad. De tal modo, la verdad se vuelve un asunto de acumulación y con ésta una recomposición de elementos. Así como Friedrich Schlieman al buscar Troya desenterró Minos y descubrió que las nuevas ciudades se erigen encima de ruinas de ciudades viejas, Ernst entendía que las realidades mentales son una construcción infinita.

VÍA MÚLTIPLE

Resulta importante hallar en Ernst a uno de los pocos ejemplares de las artes visuales que dedicaron parte de su trabajo creativo al espinoso asunto de la teoría. En su escrito Más allá de la pintura delinea una poética para su obra, pero también termina por elaborar un tratado sobre la Filosofía de las principales vanguardias a las que perteneció: el dadaísmo y el surrealismo. Si bien hay manifiestos populares y conocidos, hechos apasionadamente, como malabarismos verbales provocadores, los trabajos de Ernst contienen el balance entre teoría rigurosa, intuición y sensibilidad. En ese tenor también escribió ¿Qué es el surrealismo?, cuyo modesto objetivo fue servir de introducción al catálogo de una exposición en Zurich, pero que hoy es considerado un texto medular para conocer dicho movimiento.

Y es que otra de las fuentes esenciales de Ernst fue la literatura. Desde joven tuvo tal inquietud por la poesía que la llegó a ejercer y lo llevó a entablar amistad con poetas como Paul Éluard, el propio Breton, Tristan Tzara, entre otros. Sin abandonar del todo la poesía, la ejerció desde otros frentes: como ilustrador de libros de Eluard; en collages y grabados realizados basándose en novelas folletinescas del siglo XIX (la serie de 180 piezas Una semana de bondad, 1934); y sus célebres novelas gráficas entre las que destacan La mujer de 100 cabezas (1929) y Sueño de una niña que quiso entrar en el Carmelo (1930). Estas creaciones pretenden una literatura creada a partir de la acumulación de tramas variopintas y trabajadas con diversas técnicas en un todo bien integrado con un lenguaje uniforme que Ernst imprime vía texto e imagen.

Fuera de la plástica, es en la literatura donde vemos una de las facetas fundamentales de Ernst. Aunque cabe comentar que también se desempeñó como actor; se le puede ver en el célebre cortometraje La edad de oro (L’âge d’or, 1930), de Luis Buñuel. Son también destacables sus facetas de teórico y de coleccionista de máscaras artesanales. Por vía de Giacometti llegó a la escultura y a una apreciación del espacio que lo aproximó a la arquitectura.

VIDA COMO OBRA

La creación de técnicas, la aproximación interdisciplinaria, la capacidad teórica y la idea sobre las realidades alienadas, colocan a Ernst como un artista de mucho peso para el arte contemporáneo. No pocos especialistas lo ubican como influencia mayor para el expresionismo abstracto (su hijo Ulrich llegaría a formar parte de esta corriente). Pero lo es también porque su propio desarrollo hacia la plástica está dotado de un aliento constante de renovación que prefigura varias etapas en su obra, muy diversas entre sí.

Tenemos nota de las vidas legendarias de figuras como Picasso, Dalí, Duchamp, Rivera; su interacción con otros grandes, sus tránsitos entre etapas y tradiciones alrededor de un siglo convulso. La vida de Ernst no está exenta de esas audacias. El catálogo de sus amistades incluye a todos los surrealistas, al escultor más importante del siglo pasado, a prácticamente todos los artistas franceses exiliados en Norteamérica, un romance furtivo con Leonora Carrington y un breve matrimonio con la mecenas estadounidense Peggy Guggenheim.

A esta agenda célebre podemos agregar una vida entre barricadas, persecución y la constante amenaza del campo de concentración; su huida de París y la petición de la nacionalidad estadounidense responden a esta última urgencia. Todos esos sucesos representan en la biografía de Ernst un momento de conocimiento, un acercamiento a nuevas ideas acerca de la realidad. El rescate de su vida carece de la revelación morbosa que se puede hallar, por ejemplo, en los diarios de Warhol o las biografías sobre Frida Kahlo. Lo que en otros casos es una estela de episodios, en Ernst sólo luce como el camino natural de un creador que, al querer descubrir la naturaleza de sus inquietudes, terminó por tomar cada estancia como una escuela. Todos los periodos creativos en su magno portafolio son un reflejo de esos encuentros y desencuentros.

Correo-e: ziggynsane@gmail.com

ERNST EN LA RED

Museo Max Ernst

Ubicado en Brühl, alberga la colección más amplia sobre el pintor alemán.

www.maxernstmuseum.lvr.de

Inmortal (1966)

Última pieza conocida de Max Ernst, hecha en cristal de Murano e influenciada por el trabajo del artista Giacometti.

www.maxernstmasterpiece.com

En el acervo de Peggy Guggenheim

www.guggenheim.org/new-york/collections

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