No hace mucho le escuché decir a un muy cercano colaborador de Enrique Peña Nieto que la mayor presión que estaba resintiendo el grupo provenía de las expectativas de toda índole que despertaba su llegada al poder. Tuve que contenerme para no hacerle notar que la presión que yo notaba era, más bien, la ausencia de expectativas favorables sobre el futuro del país y la necesidad de reconstruir la esperanza democrática que se ha perdido en el camino.
Tras la ceremonia de cambio de mandos y luego del discurso de apertura del nuevo presidente, me doy cuenta de que esa aclaración era innecesaria: el equipo recién llegado parece tener muy claro que su primera misión es producir la sensación de que han vuelto al mando los verdaderos dueños del poder y de todos sus rituales y que, desde el primer minuto, los visten y los calzan como si hubieran sido hechos exactamente a su medida. Cuando Vicente Fox asumió la Presidencia todo ese ceremonial se veía tan falso como incómodo el protagonista principal; y Felipe Calderón simplemente no pudo encarnarlos, pues la única vez que entró por la puerta grande al Congreso de la Unión fue ayer.
Las cinco líneas estratégicas que anunció el nuevo presidente y las 13 primeras decisiones responden a la misma lógica. Están diseñadas para demostrar que el Gobierno Federal que dirigirá el país hasta el 2018 estará alerta ante las circunstancias políticas de cada día y que actuará con el mismo pragmatismo que le permitió regresar a la casa de Los Pinos. No todas esas decisiones tienen el mismo rango ni cuentan con el mismo nivel de precisión. Algunas son tan puntuales como las rutas de los trenes que se construirán, mientras que otras son apenas anuncios genéricos y preliminares sobre las iniciativas de ley que se presentarán ante el Legislativo. Pero cada una responde a una demanda claramente percibida y a un grupo social o político bien definido. No hubo para todos, pero sí para los principales.
Es imposible no ver con simpatía la cancelación de la controversia presentada en contra de la Ley General de Víctimas o el principio de una cruzada nacional contra el hambre o las iniciativas para quebrar la captura política del magisterio o el apoyo a las jefas de familia o a los adultos mayores. Ninguna de las decisiones anunciadas podría ser criticada sin más en los términos exactos en que se presentaron.
Sin embargo, los medios importan tanto -y quizás más- que los fines perseguidos. Y en este sentido, el silencio sobre la corrupción y la falta de rendición de cuentas o sobre la captura abierta de los puestos y los presupuestos públicos no es cosa trivial. Es cierto que esos temas ya se están discutiendo en el Congreso. Pero en este discurso de apertura no merecieron más que una mención de paso. Y el simbolismo de esa ausencia equivale a la eficacia con la que se anunciaron los primeros cambios. A partir de hoy, han vuelto los rituales y las prácticas que no veíamos desde hace mucho. México vuelve a ser ese viejo conocido.