En plena campaña electoral, Vicente Fox Quesada, agradaba su estilo de ranchero, por sus chispeantes frases, sus retruécanos y sus ocurrencias graciosas, además de su emotiva sonrisa, su derroche de sinceridad, y sus frecuentes confusiones que revelaban una ignorancia supina. Quizá por eso caló hondo en el pueblo con aquellas peroratas "dejaremos atrás a alacranes, alimañas, sanguijuelas, tepocatas, víboras prietas y demás arácnidos que se atraviesen en el camino" y cumplió para pronto pasar a formar parte de esa lista de cábulas (personas aprovechadas, que abusan sin mucho dolo) a los que sacó de Los Pinos para repentinamente, ante la sorpresa general, llenarlos de elogios dando el chaquetazo que es el acto de cambiar de un bando político a otro. (En el diccionario de modismos de Jorge García Robles se dice que en 1808 los partidarios de Gabriel J. de Yermo, que se vestían con chaqueta, lucharon contra el virrey Iturrigaray y combatieron al ejército realista durante la guerra de Independencia, algunos de los cuales se habían pasado al bando de los que se veía iban a ganar, a los que se dio el mote de chaqueteros).
Al parecer no se sabe cómo Fox se enteró, de seguro lo vio en la película, la Víbora de la Mar o en su secuela Anacondas la retahíla de epítetos con la que bautizó a los priistas, tachándolos reiteradamente de tepocatas (renacuajos) y demás calificativos denigrantes, dirigidos a los mexicanos de piel morena. Por el solo hecho de militar en el PRI.
De seguro vio con pasmo el filme en el que luce su imponente derriére la actriz Jennifer López. Un celuloide de muy escaso valor para la industria fílmica. Se inflaron cámaras de llanta con una cabeza como la utilizada en un sencillo juguete de madera en donde se corría la tapa que permitía emergiera el animal picando, sin mayores consecuencias, el dedo del menor.
Lo vemos ahora en una foto acompañado de Josefina Vázquez Mota, candidata del PAN, ambos con sonrisa a flor de labios. Puede que tenga razón cuando dice que los mexicanos debemos cerrar filas atrás de quien actualmente se perfila como ganador. Quizá, sólo quizá, tenga razón. No estaría traicionando a nadie como no sea a sí mismo.
Hace tiempo que los idealistas pasaron de moda. Los que luchaban con denuedo por los colores de su partido son ahora considerados como una entelequia.
La traición es el peor de todos los pecados, decía Dante Alighieri y agregaba, conforma el último círculo del infierno, precisamente donde se encuentra el traidor por excelencia: Judas Iscariote. El pérfido transgrede la confianza que otros han depositado en él, en el entendido que sólo puede ser desleal, no cualquier extraño sino el que se dice amigo que es en el que se ha depositado la entera disposición del credo más limpio y puro. Decía Julio César, emperador de la república romana, amo la traición, pero odio al traidor.
Puede estimarse que el traicionero es un renegado, un perjuro, un ingrato, un falso, un tránsfuga y un vendido. El traidor por lo general es una persona sin sentimientos, por lo común es frío y calculador, al que no le importa destruir a los que sirvió y le sirvieron. No le importa arruinar a quienes lo consideraban amigo y compañero. Además si traicionó una vez tarde o temprano volverá traicionar según convenga a sus muy personales intereses, olvidando de donde vino y quienes lo cobijaron.
A fin de cuentas el electorado, a estas alturas del proceso elecccionario, ya sabe de cual pierna cojean cada uno de los candidatos. Sin duda va influir en el que vota sus simpatías hacia determinado personaje de la farándula política.
A lo mejor fija su mirada en el más guapo, o escoge al más feo o quizá no les importe el físico, si es alto o es bajo, si es hombre o trae faldas, las boletas electorales, cuando vienen en montón son ciegas, no tienen una predilección determinada. Lo que ha hecho Vicente Fox, después de todo no es tan criticable como parece, se ha venido repitiendo centuria tras centuria, en la historia de la humanidad. Es el caso de Tarpeya, que entregó el fuerte romano a los Sabinos, abriéndoles en la noche una puerta del fuerte pidiendo como premio por su traición los brazaletes de oro de que los vio adornados. Antigono, el tuerto, (382 a. C. - 301 a. C.) noble, sátrapa, general macedonio decía que le gustaban los traidores mientras lo eran, pero después los aborrecía.
Era una aversión hacia los malos, pero tenía que valerse de ellos como sucede cuando se necesita la ponzoña o la hiel de algunas fieras, porque gustando del beneficio cuando se recibe, se aborrece la maldad después de disfrutado.