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El día después

GABRIEL GUERRA CASTELLANOS

La campaña electoral más corta de la historia moderna de México resultó ser muy larga, interminable. Como para demostrarle a la ciudadanía lo alejados que están de la realidad los legisladores armaron un esperpento legal y regulatorio que sirvió para enredar, confundir e irritar a los votantes, al público y permitir a partidos y candidatos salirse con la suya una y otra vez.

Más allá de anécdotas de tretas y chicanas, quedan precedentes preocupantes para el futuro: desde el diluvio de spots hasta las muchas limitantes a la libertad de expresión que, en aras de evitar la guerra sucia se convirtieron en una mordaza. A la reforma electoral le urge una contrarreforma que le dé a los ciudadanos los mismos derechos de expresarse públicamente, que entienda que las guerras sucias no se pueden inhibir sin limitar las libertades, y un árbitro con colmillos y capacidad de reacción rápida.

Dos fenómenos que transformaron las cosas para bien: la participación activa y decidida de los jóvenes, ausentes desde hacía décadas, y la aparición de las cibercampañas: Facebook, Twitter y YouTube abrieron espacios libres de frescura e innovación. Lo mejor de las campañas estuvo ahí, en la red y en la juventud politizada.

Los candidatos aportaron poco novedoso. La mayor sorpresa fue la grisácea campaña de Josefina Vázquez Mota, de quien seguramente hasta sus adversarios esperaban más. Enrique Peña Nieto se mantuvo apegado al guión a pesar de algunos tropiezos, que no fueron suficientes para descarrilarlo como muchos suponían. Andrés Manuel López Obrador tuvo dos cambios de personalidad que quizá confundieron a seguidores y detractores, pero a pesar de todo mantendrá una presencia importante en la izquierda y a la izquierda con una presencia en la vida nacional. De Quadri y el Panal hay poco que decir: el uno se merecía al otro.

Lo peor de las campañas fue el escepticismo acerca de la limpieza y equidad del proceso. Aunque acrecentado y explotado por algunos, la nube de dudas de 2006 nunca acabó de disiparse. El IFE tuvo seis años para ocuparse de ello, y el saldo está a la vista de todos. Por lo demás, los números, y los votos, ya hablaron. A lo que sigue.

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