Me dijo, mientras escupía saliva con absoluta falta de decoro: todo está preparado. En unos días los mexicanos irán, una vez más, a depositar sus votos en la rendija de las urnas electorales. Hay la confianza de que en esta ocasión se respete el sufragio de los ciudadanos. Es de lo más sencillo. En la casilla hay un presidente un secretario dos escrutadores y obvio los representantes de cada uno de los partidos. Se abre el ánfora verificándose que está vacía y que sus paredes son transparentes. El ciudadano entrega su credencial. Se constata por los representantes de los partidos políticos que la foto es la del votante, que aparece su nombre en la lista y se le entrega la boleta para que pase a la mampara donde, a salvo de miradas indiscretas, emitirá su voto cruzando el círculo del candidato de su preferencia. Luego la depositará en la urna correspondiente, le tiznarán el dedo pulgar con tinta indeleble y se le devolverá su tarjeta de identidad, anotándose en el padrón que votó. La casilla cerrará sus puertas, se hará el recuento de votos, anotándose los resultados en un acta, que se adjuntará en sobre por separado junto a las protestas de los partidos. Esos son los pasos, uno por uno, de la democracia.
Nos habíamos citado en días anteriores. Me dijo contrito al darme un abrazo: nos están espiando. Hay personas que no tienen otro quehacer, que seguirme día y noche afuera y adentro de mi casa. Dos tipos en un carro al parecer Grand Marquis con facha de haber pertenecido a un cuerpo policiaco o a un organismo paramilitar acechan, vigilan, escudriñan y toman fotos.
Lo último es que asustaron al vecindario disparando por la ventanilla del lado del copiloto con el pretendido fin de amedrentar pues apuntan hacia el cielo.
El ruido de la explosión se oyó en el Antártico. ¿qué calle buscan?, ¿qué quieren?, ¿asustar? Cálmate, le contesté. Estas alucinando. Alguien que te oyera diría que tienes delirio de persecución. Estás así porque perdió tu candidato, le dije. Ya vendrá otra elección y entonces quizá tendrás la revancha. Esas cosas son así. En los juegos de azar y en la política eso es normal, uno gana y los demás pierden. Ahora ni llorar es bueno. Siempre ha sido así, aquí sí que los que tragan más saliva comen más pinole.
En efecto, en la sede del campamento de campaña, otrora lleno de algarabía, sólo quedan las mantas que mueve el viento, las caras de las fotografías reflejan la alegría de quien esperaba un rotundo triunfo. Las mesas están vacías. No hacía mucho tiempo ahí se oía un jolgorio, bullicio que terminó abruptamente.
Las personas que apresuradamente abandonaban el lugar pisaban sobre las pancartas y los carteles, esperaban llegar a tiempo de aplaudir al ganador tratando de que los vieran.
Así son los políticos, qué le vamos a hacer. Ya es medianoche. Llueve a cántaros. No se sabe si Tláloc está disgustado o no con el resultado. Queremos ver a Tezcatlipoca y no a Huitzilopochtli. Desde hace días a la democracia dicen los periódicos ha sido puesta en venta, como cualquier mercancía, por pérfidos individuos que compran votos a la ciudadanía. Sin que nadie haga algo por pararlos. Se creían costumbres superadas. Por lo que se ve, en materia política no hemos logrado salir de la época medieval.
Estamos en la frontera de la descomposición social más absurda que pudiéramos haber imaginado, la locura parece haberse apoderado del medio político, dijo mi amigo.
Volcar una elección es muy fácil, lo difícil va a ser apagar los rumores de fraude de que ya se habla en los corrillos políticos. Aunque sea mentira, no haya pruebas y fuesen las elecciones más limpias de la historia.
La maledicencia está a la vuelta de la esquina. No tenemos compostura. Han pasado 90 años desde el día en que asesinaron a Francisco I. Madero dando paso a un movimiento revolucionario que nadie sabe el número de muertos que produjo aunque se calcula ascendió a un millón de muertos.
O sea 8 de cada 10 mexicanos, de acuerdo con esa versión, perecieron en combate, esto es el 10 por ciento de la población de aquella época. Ahora que hay quien dice que fueron menos esas bajas en cruentos combates que las muertes de mexicanos generadas por la pobreza y la insalubridad. En ese contexto, la palabra democracia de origen griego, significa gobierno del pueblo. El hombre lanzó otro esputo y sin despedirse se retiró.