E N una democracia la principal oferta de cualquier partido en el poder es continuidad. No puede ofrecer nada más importante, primero porque cualquier otra cosa es dispararse a los pies y segundo porque el voto cautivo de un partido en el poder es el voto conservador, no en el sentido moral de la palabra, sino el voto cauto, el que no quiere riesgo. Por eso, es difícil que en una elección de tres candidatos el voto por el partido gobernante no esté entre los dos primeros, pues lleva de facto un voto inercial que los otros no tienen.
Las encuestas ponen en este momento al PAN consistentemente como segunda fuerza de cara a la elección presidencial del 2 de julio. Sea quien sea el candidato, los tres están pelos más o menos en los mismos rangos de votación detrás de Peña Nieto y unos cuantos puntos arriba de Andrés Manuel.
Pero las encuestas dicen también dos cosas importantes: que los puntos que pierde el PRI, que llegó tan alto que sólo le queda ir para abajo, los captura tres por uno el candidato de izquierda. Y segundo, que además ayuda a explicar lo anterior, es que seis de cada diez mexicanos considera que este país necesita un cambio de partido en el gobierno. Esto quiere decir que lo que veremos en las próximas semanas será que lo que caiga el PRI lo irá capitalizando López Obrador y que para cuando empiece formalmente la campaña podríamos estar viendo a un partido en el poder arrancando empatado en segundo lugar o incluso en el tercero.
En este escenario, el problema para Acción Nacional no es sólo escoger un buen candidato sino encontrar un discurso que los meta a la pelea. El PAN hasta ahora no ha encontrado una razón por la cual los ciudadanos deberían de seguir votando por él que no sea el miedo: el miedo a la calle, el miedo a López Obrador y el miedo al regreso del PRI. Pero los dos candidatos opositores han dedicado muy puntualmente sus precampañas justamente a bajar los miedos.
Andrés Manuel, con su discurso amoroso y su amor por los empresarios, ha logrado reducir sus negativos en las encuestas de manera considerable. El PRI, por su parte, se hizo inmune al discurso panista de "nosotros o el caos del pasado" y porque ha apostado por los menos de 30.
No hay duda que Vázquez Mota es mejor candidata de los tres que presenta el PAN: ha tenido un crecimiento exponencial, entra muy bien en las clases medias y tiene una habilidad inusitada para hablar sin decir ni comprometerse a nada, pero también es claro que es a ella a quien más trabajo le cuesta articular un discurso y una visión de país: lo suyo son las frases simples repetidas en forma de slogan.
Este es el mejor ejemplo de una candidata manejada como producto publicitario. La pregunta es si el conocimiento se traduce en votos y si la pura imagen es suficiente para darle, a ese voto con baja tolerancia al riesgo, la certeza de que no hay que cambiar.
Mi hipótesis es que no: la falta de discurso será un lastre para el PAN que, contra toda lógica, podría irse a tercer lugar.
El discurso sí importa.