El papa recibió a los medallistas italianos de los últimos Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Londres 2012. (EFE)
Benedicto XVI advirtió a un grupo de atletas olímpicos que el dopaje es un “callejón sin salida”, aunque les pidió sostener, acoger y ayudar a quien aceptó haber cometido el error de drogarse para mejorar sus resultados.
El papa recibió durante una audiencia, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico del Vaticano, a los medallistas italianos de los últimos Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Londres 2012, ante quienes reflexionó sobre la ética en el deporte y el sentido espiritual de la competencia.
“La presión de conseguir resultados no debe jamás empujar a tomar atajos como ocurre en el caso del dopaje”, refirió.
“El mismo espíritu de equipo sirva de motivación a evitar estos callejones sin salida, pero también de sostén a quien reconoce de haber cometido un error, en modo que se sienta acogido y ayudado”, dijo.
Sus palabras resonaron particularmente en la delegación del Comité Olímpico Italiano luego que uno de sus deportistas más emblemáticos, el marchista Alex Schwazer, quedó descalificado de la justa británica luego de dar positivo en un test antidopaje.
Según el líder católico, toda actividad deportiva, sea a nivel amateur que competitivo, exige una lealtad en la competición, el respeto del propio cuerpo, el sentido de solidaridad y altruismo, y también la alegría, la satisfacción y la fiesta.
“Todo aquello presupone un camino de auténtica maduración humana, hecho de renuncias, de tenacidad, de paciencia y, sobre todo, de humildad, que no es aplaudida, pero que es el secreto de la victoria”, indicó.
“Un deporte que quiera tener un sentido pleno para quien lo practica debe estar siempre al servicio de la persona. La apuesta no es sólo el respeto de las reglas, sino la visión del hombre que hace deporte y tiene necesidad de educación, de espiritualidad y valores trascendentes”, añadió.
Para el obispo de Roma, el deporte es un bien educativo y cultural, capaz de revelar al hombre a sí mismo y acercarlo a comprender el valor profundo de su vida.
Abogó por una cultura del deporte fundada sobre la primacía de la persona humana: un deporte al servicio del hombre y no el hombre al servicio del deporte.
El atleta que vive integralmente la propia experiencia se hace atento al proyecto de Dios sobre su vida, aprende a escuchar la voz en los largos tiempos de entrenamiento, a reconocerlo en el rostro del compañero y también del adversario, estableció.
A los competidores los exhortó a ser “campeones-testigos”, modelos válidos a imitar, mientras a los dirigentes y entrenadores pidió ser ejemplos de “buena humanidad”, maestros de una práctica deportiva que sea siempre leal y limpia.
“La actividad deportiva puede educar la persona también a la ‘competencia espiritual’, a vivir cada día buscando hacer vencer el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio, y esto ante todo en sí mismos”, apuntó.