He mencionado en pasadas colaboraciones para esta casa editora que alguna vez, hace muchos años, le preguntaban a Don Adolfo López Mateos si ser Presidente de México era difícil. "No mi amigo, ser presidente no es difícil; lo difícil es ser expresidente", solía responder con esa simpatía que lo hizo merecedor del cariño y la admiración del pueblo como pocos mandatarios del siglo veinte. Y es cierto: los hombres que han encabezado los destinos de la nación se preparan para asumir el poder y todos los privilegios y prerrogativas que del mismo emanan, sin embargo para la ignominia y el descobijo que supone entregarle la banda a su sucesor no existen manuales ni libros de texto. El síndrome del despoder, le llamo. Suele ser implacable y no respeta a ningún gobernante.
Durante los siguientes días -se ha anunciado que será mañana viernes- el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación emitirá su fallo y calificación de la pasada elección presidencial. Pese al impacto mediático y el dramatismo que le imprime a sus reclamos -legítimos, por cierto- de que se transparenten unos comicios que, según él, fueron comprados por el PRI, las pruebas presentadas por el excandidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento Progresista, ni son contundentes ni sugieren causales de nulidad o, como él mismo lo ha pedido, la instalación de una presidencia interina en tanto se organizan nuevas elecciones. Por ello, todo indica que estamos a escasas horas de que el Tribunal declare Presidente Electo a Enrique Peña Nieto y con ello se inicie de manera oficial la transición hacia un nuevo Gobierno de la República a partir del primero de diciembre.
Tras doce años de ostracismo, el Revolucionario Institucional regresa a Los Pinos. Es aún prematuro para evaluar el legado y cómo mirarán las siguientes generaciones la presidencia de Felipe Calderón; la historia, dicen por ahí, se escribe a largo plazo, pero Calderón será recordado como el hombre que no pudo evitar el regreso del PRI pese a sus afirmaciones en el sentido de que su padre, Don Luis, si algo le enseñó fue odiar a los priistas. A pesar de lo anterior, es de sobra conocido el sentido pragmático del Presidente, de ahí que este columnista adivine que el Ejecutivo quizá haya ya digerido la difícil coyuntura que se avecina. Dicho en términos menos ambiguos: no le queda de otra, en democracia se gana y se pierde, es parte del juego. Es tiempo del eclipse, de su ocaso.
Guardadas las proporciones, el comportamiento de los presidentes de México durante el sexto año de gobierno suele ser similar. Preocupados por el futuro y el paso de su nombre a la historia, corren de un lado a otro como si se les terminaran las horas para salvar al país; buscan engrandecer lo hecho y encuentran razones que justifiquen los tropiezos y todo aquello que no pudieron lograr; quieren ser noticia de ocho columnas y que la prensa se ocupe de ellos pese a que otros son ya los dueños del micrófono y los reflectores; emprenden apoteósicas giras del adiós y ante sus contrapartes y a la comunidad internacional donde solían brillar, gritan un "no me olvides todavía, aquí sigo, pronto estaré de vuelta. Ignoro en qué forma, pero lo haré".
Felipe Calderón es víctima del síndrome del despoder, así lo indica su comportamiento, sus ganas de desafiar al "establishment" y hacer las cosas a modo. No en balde es llamado "El hijo desobediente". En el marco de una gira por el norte del país, el presidente espeta un "haré lo que quiera" al tiempo que decide conducir un automóvil para sorpresa de muchos. Días después, tras reinaugurar el Museo Rufino Tamayo de la ciudad de México, Calderón optó por no utilizar el convoy de vehículos blindados que usualmente lo resguardan y regresó caminando a Los Pinos custodiado por un discreto grupo de elementos del Estado Mayor. Pese a la pretensión de irse acostumbrando a las tribulaciones de volver a ser un ciudadano común, lo cierto es que nada hay de común tras haber sido Presidente de México y menos para alguien que se hizo de importantes enemigos durante el sexenio -los cárteles del hampa, entre otros- ¿Es razonable, nos preguntamos aquí, tentar a la suerte?
La Carta Magna contempla que cada año, el Ejecutivo Federal rinda un informe de actividades al Congreso de la Unión. Pese a que el viejo formato -popularmente conocido como "la fiesta del presidente"- fue substituido por la entrega-recepción el primero de septiembre de un documento por escrito, que la nueva legislatura recibirá dicho informe para su posterior evaluación y análisis. Mientras eso sucede, la Presidencia de la República emprende una guerra de spots donde aparece un Felipe Calderón reflexivo que nos platica de sus logros y particular óptica de las cosas. Todavía lo alumbran los reflectores, todavía es el protagonista de la historia y la narra como quiere.
Es el último acto. Luego vendrá la finitud, el eclipse y el despoder. Afuera de Los Pinos rondan los nuevos habitantes.
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