Para quienes disfrutamos el deporte resulta una delicia seguir los Juegos Olímpicos cada cuatro años a través de los medios impresos y electrónicos.
En esta Olimpiada de Londres 2012 como en las anteriores sorprende constatar cómo los atletas -hombres y mujeres-- han dado pasos gigantes en cuanto a su capacidad y rendimiento físicos.
En poco más de un siglo el récord olímpico en los cien metros planos, la prueba reina del atletismo, pasó de los 12 segundos que registró Tom Burke (EU) en Atenas 1896 a los 9.69 segundos del jamaiquino Usain Bolt, implantado en Beijing 2008.
En México 1968 se rompió por primera vez en una Olimpiada la barrera de los diez segundos en los cien metros cuando Jim Hines (EU) voló sobre la pista de tartán del Estadio Universitario en apenas 9.95 segundos.
Y qué decir del salto de altura que pasó de 1.81 metros en Atenas 1896 al actual récord olímpico de 2.38 metros logrado por Gennadiy Avdeyenko de la Unión Soviética, en Seúl 88. Algunos todavía recordarán a la gacela Dick Fosbury (EU), quien ganó la medalla de oro en la Olimpiada de México al saltar 2.24 metros e instaurar un nuevo estilo de cruzar el listón de espaldas.
Por cierto uno de los records de los Juegos Olímpicos del 68 que sigue vigente pertenece al norteamericano Bob Beamon, quien materialmente surcó por los aires para lograr un impresionante salto de 8.90 metros de longitud. Los jueces utilizaron una cinta convencional porque el sistema electrónico no alcanzaba a medir tal distancia.
Otras disciplinas como la natación han avanzado a pasos acrecentados. El célebre Mark Spitz impuso récord mundial en 200 metros de mariposa con 2 minutos y 70 centésimas de segundo en Munich 72. Pero 36 años después el fenómeno Michael Phelps alcanzó en la misma prueba un tiempo de 1:52 minutos, es decir ¡ocho segundos menos!
La gimnasia es otro deporte que impacta, en especial las mujeres quienes han desarrollado una fuerza, velocidad y armonía impresionantes en sus ejecuciones. Chicas casi niñas que giran y giran en el espacio impulsadas por el ímpetu de sus músculos y con una gracia, perfección y belleza propias de su incipiente feminidad.
Pero los Juegos Olímpicos son competencia entre razas, países y continentes. Ganan las medallas los atletas más preparados y talentosos y quienes son apoyados por una estrategia deportiva.
Estados Unidos, China, Australia, los países europeos y algunos asiáticos, gozan de esas condiciones. Ahí los atletas mandan y toman las decisiones junto a sus entrenadores y familiares.
En México tenemos talento y calidad, pero no un sistema que privilegie a los deportistas. Salvo disciplinas aisladas como los clavados, el boxeo y recientemente el tae kwan do, los atletas mexicanos no logran avanzar con rapidez a los niveles deseados.
El talento excepcional de Felipe "Tibio" Muñoz, Ana Gabriela Guevara y Soraya Jiménez dieron medallas y momentos de gloria para México en juegos olímpicos. Pero son casos aislados y que no se repiten cada cuatro años como ocurre con otros países.
En México el deporte se maneja políticamente, sus dirigentes ponen cuotas de medallas y deciden a qué deportista apoyar. En Estados Unidos los atletas se preparan en sus comunidades, sea en su escuela preparatoria o universidad, y no necesitan ir a Washington o estar bien con su federación o comité olímpico para tener un entrenador calificado y las instalaciones necesarias.
De vuelta al tema olímpico es gratificante reconocer el enorme progreso del deporte y sus atletas a nivel mundial, ciertamente se vive una tremenda desigualdad entre los países y una apabullante comercialización, pero con todo y sus fallas las Olimpiadas se desarrollan en paz y concordia, hasta los boicots políticos quedaron atrás en los años recientes.
Cuánta diferencia habría si esta competencia intensa, pero sana y amistosa de los Juegos Olímpicos trascendiera en las relaciones de aquellos países que siguen trenzados por conflictos de origen geográfico, racial o religioso, incluyendo a las grandes potencias.
Decía Pierre de Coubertin, padre de las Olimpiadas modernas, que "lo importante no es ganar sino participar". ¿Sería posible aplicar esta máxima al frenesí económico e ideológico que vive el mundo en donde todos quieren imponerse sin importar los costos ni los daños colaterales?
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