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El Grito

ADELA CELORIO

Como cualquier matrimonio bien avenido, discutimos 120 kilómetros. Los que separan el D.F. de Real del Monte. La misma querella de siempre. Él que sí, yo que no. Apacible y gentil como es mi Querubín, ante el volante se transforma en orangután. Rebasa, gruñe, acelera cual Fittipaldi. Mi argumentación contra el exceso de velocidad es vaga: "vas a ciento cincuenta kilómetros en zona de niebla y en una carretera desconocida; si no es mucho pedir, me gustaría llegar viva". Y de ser posible relajada y bonita al rancho donde una prima mía nos invitó a dar "El Grito". La argumentación del Querubín es tan contundente como indefendible: "elige -me dice- acelerando más -o manejo o veo el velocímetro porque no puedo hacer dos cosas a la vez". Antes de que me le arroje a la yugular, se detiene en un restaurantito donde unos "Pastes" (esa herencia gastronómica que dejaron los pioneros ingleses en la zona) recién salidos del horno, convocan el buen humor con el que entre oyameles, avellanos, encinos, ocotes y cipreses; recorremos el resto del camino hacia el exuberante bosque "El Hiloche"; donde nuestra anfitriona habita entre los duendes.

"¿Acaso sabes por qué desaparecen los calcetines? ¿Quién esconde tus llaves o traspapela ese documento que apenas hace unos minutos tenías en las manos? ¿Quién oculta tu peine? ¿Y las tijeras? Buscamos, revolvemos y finalmente nos resignamos. Cuando eso suceda, si ponen atención podrán escuchar un ruido como de hojas secas cuando las pisan. Es la risa de los espíritus chocarreros que disfrutan viéndonos rabiar", explica mi prima quien desde que vive en el bosque se ha convertido al Duendismo. Tan empeñada está en demostrar la existencia de los Duendes, Gnomos, Elfos, Aluxes o los jarochitos Chaneques; que ha construido un museo donde exhibe algunas de sus travesuras: colas de caballo con trenzados humanamente imposibles, sofisticados nudos en las crines y fotografías donde en algún espacio aparecen -si uno se empeña mucho en verlas- caritas de duendes que curiosos nos miran entre las patas de un caballo, bajo una piedra mohosa o enracimados en el tronco de un encino.

Después de la visita al museo bajo la guía bien informada de nuestra anfitriona, volvimos a la casa donde varios vecinos, enrebozadas ellas, y ellos en traje de charro, se presentaron con una suculenta aportación de chiles en nogada y una variedad del imprescindible tequila. En la cocina de la casa humeaba ya el pozole, y olvidado el tema Duendes, cenamos mientras nerviosos, los perros (mi prima tiene once) se protegían bajo las mesas, del coheterío que tronaban los chiquillos en el jardín.

A las doce de la noche la anfitriona tocó una campana: ¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! ¡Viva Felipe Calderón! ¡¡¡VIVA!!!, gritamos todos con euforia tequilera. Después, de pie y con absoluto respeto, entonamos al unísono el Himno Nacional. Mejor Imposible. No sin antes asegurarnos una invitación para el próximo año en la misma fecha, nos despedimos.

Muy temprano al día siguiente emprendimos el regreso al D.F. Esta vez el exceso de velocidad no fue tema de discusión porque con la carretera cuajada (nunca he entendido la razón por la que todos los capitalinos salimos y volvemos al mismo tiempo) la máxima velocidad que podíamos alcanzar; era la mínima. Malhumorado por la desmañanada y la imposibilidad de aterrorizarme con la velocidad, mi Querubín buscó un tema para litigar, y qué mejor que los Duendes de mi prima: "Está loquísima, todas sus explicaciones son pura fantasía, vivir en el bosque la está trastornando -retó-. Pues sí, cada cual elige sus fantasías, ¿acaso tú no crees en Los Pronósticos Deportivos y en que un renovado PRI que va a combatir la corrupción? Mi prima cree en los Duendes de la misma manera en que tú crees en tocar madera para evitar catástrofes o en tocar con el salero la mesa antes de pasarla a otro. No vaya a ser la de malas y por si las malditas moscas ¡tocas! ¿A ver, por qué no tocas la mesa con la Diet Coke antes de pasarla a otro? Que si -el gato negro, que si no hay que pasar bajo una escalera ni poner la bolsa cerca de la puerta porque se va el dinero. ¡Pues no!, no creo en nada de eso, pero me mosqueo, y si lo puedo evitar, no paso bajo la escalera y cruzo los dedos cuando veo un gato negro. No creo en los fantasmas, pero de que los hay los hay. La gente cree en los horóscopos y en los ángeles sin que tengan ninguna explicación científica. Los incrédulos como tú, nunca podrán ver a los Duendes, pero existen, como existe el amor, y los celos y la envidia y tantas otras cosas que tampoco podemos ver. Lo que sucede es que los seres humanos somos muy limitados y…". Ay mira, mejor disfruta del paisaje y déjame en paz" dijo el Querubín y encendió la radio.

adelace2@prodigy.net.mx

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