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El lugar de tus lamentos

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El lugar de tus lamentos

El lugar de tus lamentos

Dr. Manuel Francisco Cervantes Mijares

Cada experiencia que enfrentamos deja un registro en nuestra mente, y éste se activará con las interacciones futuras que se relacionen directa o indirectamente con dicha vivencia. Pero en definitiva cada uno es responsable del peso y el lugar que le otorga a las cosas, y es importante tenerlo presente, sobre todo tratándose de eventos negativos.

La vida es un proceso lleno de experiencias, algunas maravillosas y otras no tanto, que ocurren a lo largo de un ciclo y dejan huella en todo ser humano. Podríamos tener la impresión de que lo ya acontecido es parte del pasado y sólo tenemos el presente y la posibilidad del futuro. Sin embargo no sucede así. Cada vivencia (más allá de su resultado) queda registrada en diversas estructuras cerebrales dedicadas al almacenaje de información (la memoria). En ellas depositamos todas nuestras experiencias buenas o malas, agradables o desagradables, y con esos datos que se actualizan continuamente vamos construyendo la imagen de lo que denominamos ‘nuestra realidad’.

No tenemos control sobre gran parte de los eventos que nos toca atravesar, sin embargo sí podemos regular cómo las registramos e interpretamos, para en el futuro dar respuesta a nuevas circunstancias con base en ese aprendizaje previo. Dicho de otro modo, quizá no podemos evitar que nos pase algo desagradable. Pero sí queda en nuestras manos definir cómo va a afectarnos en el momento y a futuro.

La manera de reaccionar a un hecho dependerá de la estructura de la personalidad que cada individuo posee. Aparecen la actitud y la voluntad como elementos de cambio, y de ellos dependerá el desenlace final de los procesos que iniciamos o con los que decidimos comprometernos.

Los sentimientos e interpretaciones suscitadas por lo que nos pasa van forjando la felicidad. Es aquí donde surge la gran diferencia entre las formas de enfrentar las circunstancias difíciles, los retos y los escenarios que requieren un ajuste o movilización de recursos para salir adelante.

AFERRADOS A LO NEGATIVO

Hay gente que no deja de rumiar sus problemas. Son sujetos negativos, amargados, con actitudes de deterioro personal. Un ejemplo común son aquellos individuos que en algún momento de su vida perdieron su empleo y cada que tienen oportunidad comentan con alguien su resentimiento. O quienes deciden divorciarse para dejar de discutir con su cónyuge, pero tras la separación no hacen más que repetir a sus conocidos los diversos defectos de su ex, aun habiendo pasado los años. Igualmente, las personas que tuvieron una niñez marcada por las privaciones o por pertenecer a un hogar disfuncional, y en la adultez tienden a atormentarse ‘de vez en cuando’ con esas carencias económicas y/o afectivas.

Pero igualmente hay otros que han pasado por vivencias idénticas, y sin embargo transforman esas dificultades en experiencias positiva y generan de ellas un aprendizaje para fortalecerse. ¿De qué depende que se tome una actitud de triunfador o de perdedor ante los acontecimientos difíciles? Cuando alguien atraviesa un evento traumático, en cualquier etapa de su ciclo vital, se activan mecanismos internos que le ayudan a juzgar el escenario y por lo tanto a responder a él con los recursos con los que cuenta en ese momento. Algo importante a considerar es que a menudo al encarar un contexto peligroso se produce un estado alterado de conciencia que permite movilizar elementos internos para afrontarla. La mente inconsciente instala un ‘programa’ que determinará su percepción de lo que ocurre, así como las acciones a realizar en un futuro para defenderse de condiciones similares.

Pero en numerosos casos dichos ‘programas’ carecen de efectividad, porque se vuelven obsoletos (tomando en cuenta que todo cambia y quizá ya no se adaptan al tiempo actual) o porque desde un principio fueron mal ‘trazados’, si se almacenaron a partir de una reacción poco asertiva. Así, al usarlos la persona no hallará una solución, sino que se verá más afectada. Un ejemplo lo encontramos en aquellos adultos que en momentos complicados reaccionan de manera similar a como lo haría un niño, contemplan la situación desde una perspectiva infantil, no son capaces de ver una salida y se centran en lamentarse de su infortunio.

RESOLVER O QUEJARSE: UNA ELECCIÓN

Quienes rodean a individuos que se quejan todo el tiempo, tarde o temprano suelen manifestar su rechazo, pues se cansan de escucharlos lamentarse todo el tiempo y sobre todo de ver que más allá de sus molestos discursos, no hacen nada por resolver lo que les atormenta. Así como la programación inconsciente puede afectarnos negativamente, también puede convertirse en un potencial que nos facilite tomar decisiones acertadas, vencer las condiciones difíciles y aprender de ellas, fortaleciendo actitudes positivas.

El sufrimiento lo provocan los juicios que realizamos sobre los eventos que suceden a nuestro alrededor, no las circunstancias en que estos ocurren. Y en definitiva poseemos la capacidad de modificar esas creencias sobre la realidad y de esa forma influir en lo que sentimos.

Tener una visión optimista frente a las adversidades, y la esperanza de que existan soluciones, mantiene a las personas luchando y evita que se dejen vencer por los retos y las calamidades. Los pesimistas reaccionan a los contratiempos como algo irremediable, asumen que no hay nada que ellos puedan hacer para salir adelante y superar su situación, y por lo tanto no ven posibilidades de solución.

De aquí surge el concepto de ‘inteligencia emocional’, el cual fue desarrollado por Daniel Goleman y se define como “la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y por último, la capacidad de empatizar y confiar en los demás”. De esta descripción podemos entender cómo la diferencia entre las personas al enfrentar los retos o lamentarse de ellos, se genera a partir de poseer o no una delicada combinación entre el talento y la capacidad de zanjar el fracaso y continuar hasta alcanzar el éxito.

Si observamos a quienes triunfan en lo que se proponen, observaremos que entre otras cosas conocen sus objetivos, buscan con coherencia y además miden sus progresos para autorregularse durante el proceso que emprendieron. Aprendieron que para solventar las fallas o fracasos la perseverancia es central, no se atan a la actitud derrotista ni quejumbrosa, ni se dan por vencidos ante la primera dificultad, siguen intentando y sus pensamientos son positivos.

Cada contratiempo se transforma en una nueva oportunidad de descubrir cómo ser mejores. La pregunta es: usted, ¿qué elige? ¿Enfrentar y resolver la dificultad y obtener una enseñanza de esa experiencia? ¿O sentarse a lamentar su mala fortuna?

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