"¿Quieren un buen consejo? Aprovechemos esta vida
En fuga; esta vida que se va."
Germán Dehesa
Nació Antonio el 9 de mayo de 1926 en la andaluza Málaga donde su padre, un médico provinciano de ideas socialistas llamado Vicente, dirigía un hospital público. Alfonso XIII era rey de España, pero el gobierno lo encabezaba el dictador Miguel Primo de Rivera. El niño creció en una España de grandes conflictos políticos.
En 1931 fue declarada la Segunda República Española. Don Vicente dejó temporalmente la medicina y fue electo diputado a Cortes por el Partido Socialista Obrero Español. Tras el levantamiento franquista de 1936, se le nombró gobernador civil de la provincia de Murcia. Fue más tarde director de sanidad militar en una república que agonizaba.
El avance de las tropas franquistas obligó a la familia a huir. Mucho tiempo perdurarían los recuerdos de un dramático cruce del Ebro ante el acoso fascista. La familia llegó a Francia y ante la amenaza nazi viajó primero a la República Dominicana y llegó a México en mayo de 1941.
Don Vicente tenía una esposa y nueve hijos, pero nada de dinero. Los hijos mayores empezaron a trabajar de inmediato. Antonio, de 14 años, concluyó primero la escuela primaria en el recién fundado Colegio Madrid, la escuela del exilio republicano. A pesar de las circunstancias adversas, y del poco tiempo que estuvo ahí, durante décadas sus maestros recordarían su brillantez y buen desempeño académico. Ingresó después a una vocacional del Politécnico. Fue deportista. Se distinguió en el futbol y en el atletismo. Su cuerpo era delgado y fuerte. Me dicen que era un caballero de fina estampa. La necesidad de trabajar, sin embargo, lo hizo abandonar la vocacional.
Después de ganarse la vida como vendedor, Antonio estableció una pequeña fábrica de productos plásticos. En un principio tenía dos trabajadores. Con gran esfuerzo la fábrica fue creciendo con una producción diversa: billeteras, artículos promocionales, fundas para máquinas de escribir. Con el tiempo llegó a tener unos 100 trabajadores.
Si bien la empresa nunca dejó de enfrentar angustias financieras, permitió el surgimiento de una familia. Una hija habría de ser sobrecargo de aviación; un hijo, bailarín, coreógrafo y (sí, extrañamente) astrofísico; uno más sería periodista.
La crisis económica de 1976 fue un golpe fuerte, pero la de 1982 se convirtió en un desastre. Una Secretaría de Hacienda intransigente y un sindicato corrupto acabaron por quebrar la empresa. Quizá ése era su propósito. Pero con esta acción terminaron también con el centenar de empleos.
Antonio encontró vida después de la fábrica. Dio clases y conferencias de ventas y de mercadotecnia. El salero andaluz, que le daba facilidad de palabra y sentido del humor, lo hizo popular en aulas y pláticas. Actuaba también como representante comercial, incluso para quienes antes habían sido sus competidores. Durante un tiempo manejó una tienda. Más tarde obtuvo una pensión del IMSS, pero no dejó de trabajar mientras el cuerpo se lo permitió.
El 2011 fue difícil para Antonio. A los 85 años de edad sufrió una serie de infartos. Un cateterismo que buscaba destapar una carótida ocluida soltó un coágulo que le provocó una embolia y lo dejó hemipléjico. En estas últimas semanas ha tenido que aprender nuevamente a moverse y a pronunciar algunas palabras.
Antonio, sin embargo, sigue sin perder el ánimo. Cuando sus hijos o nietos lo visitan, tiene siempre para ellos una sonrisa y una caricia. Ha aprendido nuevamente a dar besos. El malagueño de fina estampa, un hombre que vivió la dictadura, la república, la guerra, el exilio, el trabajo empresarial, la quiebra y la docencia, sigue dando lecciones de vida a quien quiere escucharlas.
Una vez más tendremos un año de campaña presidencial. La economía será influida por la crisis europea. La violencia seguirá siendo la mayor preocupación de los mexicanos. Y no, el mundo no se acabará el próximo 23 de diciembre.