El miedo no anda en Twitter
En 1948 no había Internet, mucho menos Facebook o Twitter. La televisión era a blanco y negro, el hombre soñaba con pisar la Luna y John Lennon y Paul McCartney ni siquiera se conocían. El mundo era otro. En ese año se firmó, en París, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Todos los que redactaron ese documento han muerto ya, con excepción de un individuo: Stéphane Hessel quien, a sus 94 años, sigue creyendo en la posibilidad de un mundo mejor.
A finales de 2010, Stéphane Hessel escribió un documento que, en unos cuantos meses y combinado con la acción de las redes sociales, ha transformado el panorama mundial. Se trata de ¡Indígnate!, 20 hojas que han detonado, junto a otros factores, movimientos tan importantes como los Occupy Wall Street, el 15-M o movimiento de los Indignados, en España. ¿Qué dice este escrito que provoca tantas reacciones? Su propio autor lo define como “un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica”. En España, en víspera electoral de 2011 (y actualmente en algunas ciudades de Estados Unidos) los Indignados acamparon en parques y plazas públicas “con la intención de promover una democracia más participativa alejada del bipartidismo y del dominio de bancos y corporaciones, así como una auténtica división de poderes y otras medidas con la intención de mejorar el sistema democrático”. En pocas palabras la sociedad civil, organizada sin intermediarios, se ha puesto a reconfigurar la democracia gracias a herramientas como Facebook o Twitter.
En el mundo actual, el dinero y los dueños del dinero tienen más poder que los gobiernos. “El pensamiento productivista -dice Hessel- ha arrastrado el mundo a una crisis. Ya es hora de que la preocupación por la ética, por la justicia, por el equilibrio duradero prevalezcan”. Es decir que la pobreza implica doble exclusión: marginación del proceso productivo y por lo tanto exclusión de acceso a cualquier bien, incluidos los alimentos o la salud. Aun teniendo un puesto como trabajadores, la tendencia es ignorar cada vez más las prestaciones sociales para que unos pocos se beneficien. Eso, concluye Hessel, no puede ser verdadera democracia. La alternativa está en manifestar una indignación ‘pacífica’, mas no ‘pasiva’. ¿Cómo? De todo: huelgas, arte, flashmobs, tweets. Para la indignación “crear es resistir”.
Y México, ¿está en este mismo proceso? Difícil negarlo cuando el hombre más rico del mundo es un mexicano. Lejos de estar orgullosos, deberíamos avergonzarnos por tal título. Si dentro del territorio Telcel no existieran 42 millones de pobres, yo sería el primero en correr desnudo alrededor del Ángel de la Independencia para celebrarlo. Pero esos pobres somos la prueba de que ese título es una traición a la ética, a la vida humana, a la democracia. ¿O debemos entender que la voluntad del pueblo mexicano es que un señor gane $348 millones diarios (¡!) mientras 20 millones de mexicanos no ganan ni 30 pesos al día? No hace falta denunciar lo injusto del sistema, lo vivimos a diario. Conscientes de ello, o tal vez por sospechosa casualidad, el IFE ha lanzado un spot en el que dos mecánicos (simbolote inequívoco del pueblo) reflexionan sobre lo agitado que está el mundo. “Por suerte -concluye uno de ellos, presumiblemente priista-, en México arreglamos las cosas con elecciones”. El comercial termina cuando los dos maistros se ponen de acuerdo para ir a votar juntos. ¿Será que el gobierno federal habla así de su temor ante el surgimiento de Indignados en territorio Telcel? ¡Masiosare a la vista!
Por supuesto que en México hay suficientes razones para indignarnos y, como consecuencia, para organizarnos. No voy a decirle aquí por quién votar, un estudio detenido de las propuestas y de la congruencia de los candidatos le dará la respuesta. La indiferencia (anular o abstenerse) tampoco ayuda mucho. La clave está -una vez más- en la participación, aunque eso implica, mucho, muchísimo más que un voto.
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