Museo Nobel, Estocolmo.
Premios hay muchos; que obtengan la atención del Nobel, sólo uno. El revuelo por la más reciente ceremonia de entrega celebrada hace apenas 12 días, es una prueba más de su estatus como máximo galardón de este planeta. Aceptamos esto como un hecho, tal vez sin preguntarnos de dónde viene esa reputación, o sin imaginar que tras ella hay todo un engranaje que, visto de cerca, resulta deslumbrante.
En los últimos meses el tema Nobel no ha dejado de circular en medios de comunicación, redes sociales, y conversaciones. Primero se especulaba quiénes podrían ganarlos; la duda quedó resuelta en octubre con el anuncio de los galardonados. Luego vinieron la controversia y el análisis, acaso reavivados hace unos días tras la fastuosa ceremonia de entrega, los discursos y las imágenes que le han dado vuelta al mundo.
El apellido Nobel es probablemente el más conocido de todo el orbe, por su vínculo con el galardón más famoso del planeta. Porque, ¿quién no ha escuchado hablar del premio Nobel? Incluso estamos familiarizados con muchos de sus ganadores: Albert Einstein, Marie Curie, Nelson Mandela, Rigoberta Menchú, la hoy Beata Teresa de Calcuta, el actual Dalai Lama, Alexander Fleming, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez... La lista es extensa: en 111 años se han otorgado nada menos que 863 preseas a 839 individuos y 24 organizaciones.
Por alguna razón nos resultan más conocidos los reconocimientos en categorías como la paz o la literatura; hay gente que no conoce cuáles son las otras disciplinas distinguidas por el Nobel y menos todavía por qué entre tantos premios es justo éste el que despierta mayor interés y revuelo.
Con certeza tenemos la noción de que el Nobel es a lo máximo que puede aspirar un ser humano. Pero tal vez no nos hemos cuestionado por qué cuando alguien lo obtiene (en cualquier área), se vuelve el centro de atención. ¿Alguna vez se ha puesto a pensar quién tiene la capacidad para decir año con año qué personas merecen ser cobijadas por la luz del Nobel?
Son varias las preguntas que podemos formular en torno a esta distinción. Es por eso que quisimos adentrarnos en el universo que le rodea, entender dónde radica su poder o casi ‘magia’, qué la hace difícil de conseguir y al mismo tiempo le mantiene en boca de todos.
DETRÁS DEL PRESTIGIO
Sabemos que ganar el Nobel, como se dice, no es cualquier cosa. Pero ¿quién determinó que éste debía considerarse el máximo premio sobre la faz de la Tierra? La historia nos dice que es la historia misma, pues la humanidad le ha asignado ese peso.
Aunque el monto que se da a los laureados es en verdad impactante (varía cada año, en esta ocasión fue de ocho millones de coronas suecas, cerca de 1.2 millones de dólares), hay otros reconocimientos que van acompañados de cantidades más fuertes. No se trata entonces de una cuestión económica.
Para ese prestigio contribuyen factores como el tiempo que lleva entregándose de manera prácticamente ininterrumpida; además el hecho de que siempre ha sido muy selectivo tanto en la cantidad de preseas otorgadas y en su periodicidad anual, como en quienes resultan elegidos. Y es que si bien no es un nombramiento libre de controversia, en general se premia a personalidades que indiscutiblemente sobresalen en su campo de acción.
Asimismo, como país Suecia cuenta desde hace décadas con la reputación de tener un criterio independiente, equilibrado y libre de influencias de las grandes potencias. Como lo explica Ricardo Cayuela, escritor y editor de la revista Letras Libres, si el Nobel hubiera sido establecido en Estados Unidos, Inglaterra, Francia o Rusia (por mencionar algunos), no habría construido y menos mantenido esa aura de neutralidad característica de los países escandinavos.
El tiempo también ha demostrado que los ganadores no suelen ser como se dice popularmente “llamarada de petate”; se trata de gente que tal vez no habíamos escuchado nombrar hasta entonces (aunque muchas veces sí), pero una vez condecorada continúa dando de qué hablar.
LOS ELEGIDOS
Aunque los campos de la ciencia, las artes y las humanidades son numerosos, sólo hay cinco reconocidos por el Nobel: Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura y Paz.
Quienes reciben este galardón son autores de un logro que repercute positivamente para la vida. Los ejemplos sobran; por citar algunos, en 1945 se les entregó a Alexander Fleming, Ernst Boris Chain y Howard Florey por el descubrimiento de la penicilina y su efecto curativo en enfermedades infecciosas. Es menos sabido que gracias a las investigaciones de Allan McLeod Cormack y Godfrey Newbold Housenfield, existe la tomografía axial computarizada; su trabajo les valió a dichos ingenieros el Nobel de Medicina en 1979, lo cual por cierto nos lleva a un punto importante que puede pasar desapercibido: no es requisito tener una profesión específica para obtener el Nobel, por ejemplo, no es indispensable ser químico para ganar el de Química o médico para el de Medicina y así sucesivamente. Sólo se considera que la labor realizada sea dentro del ámbito en cuestión.
Albert Fert y Peter Grünberg ganaron el Nobel de Física de 2007 por descubrir la magnetorresistencia; entender ésta puede resultar complejo, pero hoy en día nos beneficiamos de ella pues permitió ampliar la capacidad de almacenaje en los discos duros.
Todos hemos escuchado hablar de la prueba de carbono 14, considerada un sistema infalible para determinar la edad de todo tipo de restos orgánicos, muy utilizada en investigaciones arqueológicas (cobró celebridad tras analizar el Sudario de Turín). Lo que quizá ignoramos es que el estadounidense Willard Frank Libby contribuyó enormemente al desarrollo de dicho proceso y por ello recibió el Nobel de Química en 1960.
Los dos premios más controversiales son los de la paz y la literatura, pues a diferencia de los campos científicos, se prestan a interpretaciones más subjetivas.
Tratándose de paz, entre los más discutidos figuran el de este año a la Unión Europea, el de Barack Obama en 2009 y más todavía el de 1973 a Henry Kissinger por su contribución al cese al fuego en Vietnam (pues como se sabe, se le ha vinculado con dictadores y genocidios). Además, esta categoría es la única que no sólo gratifica individuos, sino también organizaciones, hasta ahora en 24 ocasiones. Dos de ellas: Amnistía Internacional (1977) y el Comité Internacional de la Cruz Roja (1917, 1944, 1963). También es el premio que se ha suspendido en más ocasiones: 19 años.
Igualmente debatido resulta el Nobel de literatura, pues para empezar no es secreto que en gustos se rompen no sólo géneros sino en este caso autores, estilos, épocas y un sinfín de variantes que a menudo llevan a cuestionar si el galardonado merece ser llamado “el mejor escritor” (etiqueta implícita con el Nobel). Lo que resulta innegable es que conquistar el Nobel en literatura tiene como efecto inmediato un interés general por la obra del beneficiado y la consecuente demanda mundial de sus libros, la cual se ha intensificado en los últimos años gracias a la globalización, que permite una mayor accesibilidad a los títulos en cuestión.
De los cinco campos, el Nobel a las letras es quizá el de mayor popularidad; la prueba está en que ahora sobra quién quiera leer a Mo Yan, o en el éxito de ventas de Tomas Tranströmer, Mario Vargas Llosa, Herta Müller, Jean-Marie Gustave Le Clézio y Doris Lessing, por citar sólo a los más recientes ganadores. Al menos en México, la mayoría no puede negar que a excepción de Vargas Llosa, los demás escritores le eran desconocidos hasta que obtuvieron el reconocimiento.
Economía: sí, pero no...
Popularmente se habla de un Nobel de Economía, pero su nombre oficial es Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel. Es decir, no se trata de un Nobel como los demás.
No obstante, se le considera dentro de la misma tradición pues se somete a sus reglamentos y criterios de selección; la Fundación Nobel le tiene asignado un espacio en su propia página web y más aún: su entrega se lleva a cabo en la famosa ceremonia de Estocolmo. Pese a esas concesiones, la institución es enfática al decir que los Nobel son sólo cinco.
Eso no impide que de manera global se hable de los laureados en ciencias económicas como nobeles; entre ellos se cuenta a Milton Friedman (1976), “por sus logros en los campos del análisis del consumo”, Gary Becker (1992), “por haber extendido el dominio del análisis microeconómico a un amplio campo del comportamiento y la interacción humanos”, y Paul Krugman (2008), “por su análisis de los patrones de comercio”.
ÚLTIMA VOLUNTAD: CAMBIAR AL MUNDO
Se sabe que este reconocimiento surgió a partir del testamento de Alfred Nobel y que igualmente él habría sido motivado porque, se dice, se sentía culpable por la capacidad destructiva de la dinamita, invento suyo y fuente de su enorme riqueza. Así, determinó que al morir la mayor parte de su fortuna se destinara a establecer un fondo de inversión cuyas ganancias se distribuyeran anualmente en forma de cinco premios, a personas de cualquier nacionalidad que durante el año anterior hayan hecho la mayor aportación en beneficio de la humanidad.
También fue claro al consignar: Una parte a quien haya hecho el más importante descubrimiento o invención en el campo de la Física; una parte a quien haya hecho el mayor descubrimiento o mejora en Química; una parte a quien haya hecho el descubrimiento más importante dentro del dominio de la Fisiología o la Medicina; una parte a quien haya producido en el campo de la literatura la más sobresaliente obra en una dirección ideal; y una parte a quien haya realizado el mayor o mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones, para la abolición o reducción de los ejércitos existentes y por la celebración y promoción de los congresos por la paz. Por qué fueron esas y no otras las categorías elegidas, o por qué Nobel no incluyó por ejemplo a las matemáticas, se ha mantenido como un misterio.
Los premios de Química y Física están a cargo de la Real Academia de las Ciencias de Suecia; el de Fisiología o Medicina, del Instituto Karolinska en Estocolmo; el de literatura, de la Academia Sueca; el de paz, del Comité Noruego del Nobel, integrado por cinco miembros del Parlamento de Noruega.
La primera entrega se realizó en 1901, el 10 de diciembre, fecha que se mantiene por coincidir con el aniversario luctuoso de su fundador.
Por otra parte, el premio de Economía se fundó en 1963 y es designado igualmente por la Real Academia de las Ciencias de Suecia.
De miles a unos cuantos
La nominación y el otorgamiento de los Nobel son más complejos de lo que puede pensarse. Para Física, Química, Medicina o Fisiología y Economía, los respectivos comités de la Real Academia de las Ciencias de Suecia envían cerca de 3,000 formatos de nominación a profesores universitarios en Suecia, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega, miembros de al menos seis universidades en el resto del mundo, científicos e investigadores de diferentes naciones y nobeles anteriores. Con las propuestas recibidas elaboran una preselección de 250 a 300 candidatos, que someten a evaluación de expertos. Tras analizar los reportes, el comité sugiere a la Academia los candidatos que considera más fuertes y ésta (integrada por 350 suecos y 164 extranjeros) toma la decisión final.
Por su parte, el Comité de Literatura envía de 600 a 700 cartas de invitación a academias de la lengua, profesores de literatura y lingüística, nobeles anteriores y presidentes de sociedades de escritores. De las propuestas, delimita alrededor de 20 candidatos y tras otros análisis la lista se acorta a cinco nombres, presentados a la Academia Sueca (integrada por 18 miembros). Los académicos dedican al menos tres meses a leer la obra de los autores en cuestión, antes de elegir un ganador.
El Comité Noruego del Nobel, a cargo de la categoría de la paz, es el único que no envía invitaciones; recibe propuestas de forma abierta por parte de organismos internacionales, gobiernos, líderes, cortes, profesores de Filosofía, Leyes, Teología, Ciencias Sociales, nobeles anteriores y más. En promedio arriban 200 candidatos, que son examinados con ayuda de consejeros y especialistas en la materia. Los preseleccionados son investigados a fondo y finalmente se toma una determinación.
Como puede verse, escoger a un Nobel no es sencillo y aunque la decisión recae en una academia, hay muchísimos involucrados. Es por eso que saber quiénes serán los triunfadores se presta a especulaciones. Conforme se acerca la fecha de la entrega, aquí y allá empieza a escucharse quiénes son ‘los favoritos’. Incluso se abren apuestas alrededor del mundo. Este año, Twitter fue escenario de encendidas discusiones ante el insistente rumor de que Haruki Murakami se llevaría el Nobel de literatura (otros mencionaban a Philip Roth y a Bob Dylan). Sin embargo la Fundación Nobel insiste en que cualquier afirmación debe tomarse justo así, como rumor, pues ellos nunca anuncian a los candidatos. De hecho sus estatutos dictan que no pueden revelar quiénes estuvieron nominados sino hasta que hayan transcurrido 50 años. Por ello, han pasado décadas antes de difundirse que algunos han conquistado la medalla tras su primera nominación mientras otros tardaron años en ser beneficiados e igualmente hay casos como el de Mahatma Gandhi, que nunca lo obtuvo aunque fue propuesto en 12 ocasiones. Gandhi, por cierto, es hasta ahora la única “gran omisión” admitida como tal por el Comité Noruego del Nobel.
Por otro lado, vale la pena decir que la Fundación Nobel determinó que el premio no necesariamente debe quedarse en manos de un solo individuo; y así como algunos años se reservan el derecho de no otorgarlo, en otras distinguen hasta a tres personas (máximo) por campo; tan sólo este año, cuatro de las categorías (contando Economía) fueron compartidas por dos galardonados. Tampoco hay una regla que diga que el Nobel no pueda ganarse más de una vez; Marie Curie recibió el de Física (1903) y el de Química (1911), mientras que Linus Pauling obtuvo el de Química (1954) y el de la paz (1962), entre otros ejemplos.
UN TIMBRE CAMBIA LA VIDA
Las anécdotas de cientos de laureados comienzan de manera similar: el teléfono que suena por la mañana (o la madrugada, según la diferencia de horario con Estocolmo). Al otro lado de la línea una voz en inglés pide hablar con él o ella, que atiende, se identifica, y entonces lo escucha: le han dado el Nobel y en minutos lo anunciarán a los medios de comunicación. Viene entonces la sorpresa, compartir la noticia con quien esté ahí: la pareja, los hijos. No pasará mucho para que el teléfono vuelva a sonar y siga así, timbrando durante todo el día, con llamadas de periodistas, amigos, familiares y el presidente en persona; llueven las felicitaciones, las solicitudes de una entrevista, un comentario que quiera dirigir a la nación, mientras el asombro continúa dominando, rebasando incluso a la emoción. No hay tiempo para la incredulidad; el día avanza, todos quieren saber qué se siente ganar el Nobel y él o ella aún no ha podido meditarlo. Es algo que le llevará tiempo procesar a fondo y tendrá que hacerlo a la par que se sumerge en un frenético ritmo de conferencias, ruedas de prensa, programas de televisión, citas y todo lo que se sume hasta que llega el 10 de diciembre y con esa fecha, la ceremonia en la Sala de Conciertos de Estocolmo (o en el Ayuntamiento de Oslo, tratándose del Nobel de la paz). Para entonces no hay vuelta atrás; el discurso de aceptación es en cierta forma la confirmación de que a partir de ese momento, su vida tiene un antes y después.
Viviendo el Nobel
Más allá del revuelo inicial, el común de los nobeles debe adaptarse a un ritmo distinto, que de no saber manejar, puede atentar contra su trabajo. “Me tocó ver el caso de Octavio Paz, a quien conocí antes y después del Nobel; ciertamente ya era muy conocido, pero luego del premio, todo el mundo lo invitaba a simposios, conferencias y charlas; llegó un momento en que tenía que decir ‘no’ a la mayoría de las invitaciones, porque ya no le quedaba tiempo para escribir”, indica el periodista y escritor Sergio Sarmiento.
Por otro lado, cuando alguien gana el Nobel su voz rebasa el campo en donde fue reconocido. Es decir, en definitiva se le considerará una autoridad para el gremio al que pertenece. Pero además adquiere una especie de aura de sabiduría, de pronto su opinión y consejo son requeridos y valorados en todos los ámbitos. Es por ello que a menudo los promotores de diferentes causas acuden a ellos y piden su apoyo a través de una firma, una declaración o una carta dirigida a cierta autoridad. Cuando un nobel habla, todos escuchan.
Desde luego, sabiendo equilibrar sus nuevos compromisos sociales, los laureados pueden continuar desarrollando su carrera con mayor libertad que nunca. A los científicos se les abren las puertas de todo el orbe para realizar sus investigaciones, los escritores pueden tener la certeza de que cualquier cosa que publiquen será considerada una obra maestra. Los de la paz son más respetados y admirados. Las valoraciones que hagan los economistas serán escuchadas como recomendaciones que deben acatarse para prevenir o subsanar las diversas crisis.
Si bien ya se mencionó que en el testamento de Alfred Nobel se indica que el premio debe ser otorgado a quien haya tenido un logro sobresaliente durante el año anterior, la generalidad de los especialistas coincide en que esa instrucción es subjetiva. En las áreas científicas puede haber mayor precisión para cumplir con ese punto, pero no es infalible. Eso explicaría que los premiados más jóvenes pertenezcan a las ciencias (Lawrence Bragg conquistó el de Física con 25 años). Mientras que en literatura y paz, la percepción es que más bien se distingue la obra de toda una vida, aunque tampoco es un criterio absoluto (en paz ha habido tres ganadores menores de 35 años; en literatura, Rudyard Kipling ha sido el menor, con 42 años).
Según las estadísticas el promedio en el rango de edad al obtener el Nobel es de 59 años, momento perfecto para que quien está entregado a su vocación continúe desarrollándola con plena comodidad, pues además del generoso premio en efectivo (que muchos comparten con instituciones filantrópicas o de investigación), los nobeles ven favorecidas sus finanzas de manera sorprendente. Los ingresos de los académicos se duplican o triplican; los investigadores ya no tienen dificultad para encontrar patrocinios y pueden crear sus propios centros. Los escritores se vuelven sumamente cotizados.
‘NUESTRO’ NOBEL
Usualmente, que alguien gane el Nobel es razón de orgullo para sus compatriotas al grado de volverse motivo de fiesta popular (como en el reciente caso de Vargas Llosa en Perú). También hay naciones tan acostumbradas a que los suyos sean premiados, que la distinción sólo hace eco en algunos círculos.
En general, los diferentes gobiernos consideran una excelente noticia que uno de sus ciudadanos reciba esta presea, pues genera orgullo en la sociedad y además ayuda a que se desarrolle el trabajo en ese campo de especialidad; se vuelve, pues, un incentivo para especialistas y gente común que voltea la mirada hacia esa categoría. Es un fenómeno similar al que vemos cuando alguien gana medalla en los Juegos Olímpicos, más personas se interesan en esa especialidad.
En el caso de la literatura, el Nobel permite que el planeta pose su mirada no sólo en el autor sino sobre las creaciones procedentes de su país, su lengua y su cultura. Mientras que en el ámbito científico, la Doctora y Maestra en Astrofísica Julieta Fierro indica que usualmente la reacción de los gobiernos y sobre todo de las universidades, es invertir más dinero en impulsar esa rama tanto en formación como en investigación, lo cual contribuye al progreso científico de la nación y vuelve más competitivos a los profesionales de estos campos.
Todo ello da pie a un círculo de estímulo-apoyo-motivación que bien aprovechado favorece el desarrollo intelectual y creativo, propiciando que se conquisten más preseas. Julieta Fierro explica: “Las universidades ofrecen todo a los nobeles para que acepten estar con ellas, pues cuando los albergan pueden sacar jugo a ese prestigio y recibir más donaciones para la investigación. Así, para quienes laboran ahí la presión es enorme, todo el tiempo compiten contra sí mismos tratando de volverse el próximo Nobel, esto se ve mucho en Estados Unidos”. Y es que en efecto, el país vecino es el que más nobeles ha acumulado, mayormente en ciencias, seguido por Reino Unido y Alemania. Sergio Sarmiento apunta que este hecho “puede tomarse como indicativo del buen nivel que tienen las escuelas en esa nación, especialmente a nivel de posgrado. Pero además es sintomático de que varios ganadores del Nobel trabajan para Estados Unidos aun siendo extranjeros; también señala que el trabajo de investigación más serio se concentra en unas cuantas universidades”.
MEDALLERO MEXICANO
Es muy conocido que Octavio Paz obtuvo el Nobel de literatura en 1990; incluso a menudo se habla de él como “el Nobel mexicano”, etiqueta que pareciera dejar de lado a otros dos laureados.
El menos recordado fue el primero en tener la distinción: el diplomático Alfonso García Robles (1911-1991), quien en 1982 consiguió el Nobel de la paz junto a la sueca Alva Myrdal “por su magnífico trabajo en las negociaciones de desarme en las Naciones Unidas”.
En 1995 el doctor en Fisicoquímica Mario Molina ganó el Nobel de Química (junto al holandés Paul J. Crutzen y el estadounidense F. Sherwood Rowland) “por su trabajo en química atmosférica, y particularmente en lo concerniente a la formación y la descomposición del ozono”; su labor fue y ha sido crucial para llegar al esfuerzo que se está haciendo de manera internacional con el fin de atacar el calentamiento global. El investigador y catedrático se ha mantenido muy activo, y estableció el Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente.
De Paz casi resulta innecesario decir que a la fecha es el referente por excelencia cuando se habla de literatura mexicana. Su obra es considerada intachable y si bien tiene tanto defensores como detractores, es irrefutable que tras el Nobel, su reputación se consolidó como indestructible.
Por otro lado vale la pena hacer un paréntesis para mencionar a Ana María Cetto, física nacida en el Distrito Federal, quien estuvo involucrada en la obtención de dos nobeles de la paz por parte de organizaciones: el dado a la Conferencia Pugwash en 1995, cuando ella era miembro de su consejo, y el de 2003 al Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA), del que fue directora adjunta.
HONOR DE POCOS, ORGULLO DE MUCHOS
El incuestionable honor del Nobel hace inevitable que siempre se resienta la ausencia de nombres en su selecta lista. Algunos consideran esto un error imperdonable, otros lo justifican con la realidad: al entregarse un premio por año es imposible dar cabida a todos los genios, y no es raro que algunos fallezcan antes de ser distinguidos. Hay asimismo casos en que la gran aportación de una persona se conoce hasta que ésta muere, “como Kafka; la mayoría de su obra fue póstuma, no era posible haberle dado el Nobel. Pero no se entiende con Borges, no hay autor en español que haya transformado más que él nuestra literatura”, indica Ricardo Cayuela.
Y si bien con la literatura se presta más a la subjetividad, la ciencia no está exenta de ‘detalles incómodos’; muchos aún señalan como injusto que la astrofísica Jocelyn Bell no haya sido incluida en el Nobel de Física en 1974 junto a su laureado tutor Antony Hewish y a Martin Ryle, pues fue ella quien descubrió los púlsares con el telescopio que ellos diseñaron.
El trabajo de Borges, Bell, y de tantos otros que no han sido favorecidos con el Nobel, demuestra que por más importante que sea esta medalla, no es indispensable para poseer un prestigio inquebrantable. Aun así los especialistas coinciden en que todo individuo que labora en las áreas contempladas por el Nobel tiene el anhelo (aunque no lo admita) de ser llamado un día por la Fundación Nobel. Y esa aspiración, aun si es inconsciente, sirve de incentivo para que dé lo mejor de sí. Ese esfuerzo es la prueba más evidente de que la existencia de estos premios beneficia a toda la humanidad.
La maquinaria del Nobel no se detiene; todavía antes de saber quién ganaba este año ya se habían enviado las invitaciones para proponer los del próximo. Y aun si no entra en nuestras posibilidades contender en algún momento por tan preciado honor, estar al tanto de quiénes lo consiguen y sobre todo del motivo por el cual lo hacen, nos nutre. Los expertos opinan que no sólo incrementa la cultura general de la población y con ello promueve que el país avance, sino que además este tipo de información estimula el desarrollo personal de quienes pueden sentir curiosidad y hasta un interés profundo por algún campo de ciencia o humanidades. Asimismo, siempre resulta alentador saber que hay gente enfocada en construir (del modo que sea) un mundo mejor. No es exagerado afirmar que si México lograra que el anuncio y la entrega de los Nobel recibieran la mitad de la atención que obtienen los espectáculos y los deportes, en pocos años el panorama sería más prometedor, brillante, quizá tanto como una medalla.
Fuentes: Doctora y Maestra en Astrofísica Julieta Fierro, escritora, catedrática e investigadora titular de tiempo completo del Instituto de Astronomía de la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua; Sergio Sarmiento, periodista y escritor; escritor y editor Ricardo Cayuela, jefe de redacción de la revista Letras Libres; Nobelprize.org.
PALABRA DE NOBEL: UNA CHARLA CON MARIO MOLINA
Nobel de Química en 1995, Mario Molina (Ciudad de México, 1943) se graduó de Ingeniería Química en la UNAM, cursó estudios de posgrado en la Universidad de Friburgo, Alemania, y se doctoró en Fisicoquímica en la Universidad de California. Docente e investigador, posee más de 30 doctorados honoris causa y distinciones como el Premio Sasaka otorgado por las Naciones Unidas.
En Siglo Nuevo tuvimos el privilegio de hablar con él acerca de lo que ha representado en su vida poseer el máximo reconocimiento en el mundo de la ciencia.
¿Qué beneficios trajo el premio a su trayectoria?
Tuvo una influencia muy importante en mí. Mi investigación ha ido cambiando de la línea que me llevó al Nobel, sigue siendo académica pero poco a poco fui enfocándome a hacerla más aplicada y más conectada con la política de la ciencia. Tras recibir el premio tuve más poder de convocatoria, ahora me prestan más atención y es una oportunidad que quiero usar para dar a conocer problemas muy serios que tenemos hoy en día con el medio ambiente.
La distinción la vi también como una responsabilidad pues se debe aprovecharla para comunicarse con tomadores de decisiones en el gobierno, a fin de promover tanto al desarrollo de la ciencia misma como al desarrollo sustentable, es decir, acciones que resulten benéficas para la sociedad y que de una u otra manera involucren a la ciencia.
¿Cómo ha influido para su carrera ser un nobel?
Antes mi mundo profesional era totalmente académico, aunque sí conectado con problemas de la sociedad. Al obtener el Nobel ya no me daba tiempo de mantener el mismo tipo de relaciones estrechas con tantos investigadores académicos y grupos de estudiantes. Empecé a pasar más y más tiempo con gente de otras áreas de estudio, del gobierno y de organizaciones ambientales.
El reto enorme fue poder tener influencia sobre los problemas de la sociedad que consideraba importantes, a través de la vinculación con las personas atinadas; un punto clave para que esto funcionara bien fue lograr comunicarme, cada vez con más efectividad, con expertos de otras disciplinas, aprender más de campos relacionados con estos problemas sociales, de salud pública, de Economía, Sociología, etcétera.
¿Considera que la existencia del Nobel fomenta el desarrollo de los campos que distingue?
Creo que sí. El premio es tan reconocido y ha sido obtenido por tantos científicos ilustres, que el hecho de que exista es una motivación para continuar investigando.
También es una manera de darle publicidad a la ciencia entre la población en general. Es uno de los eventos con mayor cobertura de medios a nivel mundial, por él mucha gente se entera de descubrimientos o acciones científicas que nos relacionan a todos. Entonces indirectamente es una ayuda. Es finalmente una muestra de que las personas aprecian y reconocen ese tipo de labor.
Tengo la expectativa de que el premio siga trayendo consecuencias importantes para la ciencia y para el beneficio de la sociedad.