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El Rey y el elefante

POR PATRICIO DE LA FUENTE
"Empezando por la monarquía y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo".— José Ortega y Gasset
"Ninguna forma de gobierno existente, ninguna forma de gobierno que haya existido nunca, da o ha dado una proporción tan grande de libertad individual como una monarquía constitucional en la que la corona ha sido despojada del poder político directo".— Anthony Trollope

Los españoles están indignados y francamente no es para menos. La mayoría en el mejor de los casos sobrevive con seiscientos euros al mes al tiempo que Mariano Rajoy y su Gobierno anuncia recortes al gasto y otras medidas de austeridad en el marco de la crisis que afecta la solidez de la Unión Europa y pone en entredicho su futuro. Mientras a un pueblo ahorcado por las decisiones poco responsables de unos cuantos se le exige mayores sacrificios en aras de preservar a la eurozona y evitar su desmoronamiento, el Rey Juan Carlos tiene el mal tino de romperse la cadera durante un viaje del que sólo un puñado tuvo conocimiento. Cazaba elefantes a treinta mil euros por cabeza…

Su Majestad no pudo haber escogido peor momento para emprender su periplo por Botsuana, la única nación del continente africano que permite la cacería de elefantes, práctica que estimo deleznable dada la crueldad que supone hacerse de un ejemplar. Además, el que el Rey elija irse de cacería a sabiendas de presidir una organización ecológica pareciese enviar a sus súbditos y al mundo una señal poco afortunada e inoportuna que reza: "soy quien soy y puedo hacer lo que me plazca".

Lo cierto es que desde su reinstauración hace treinta y seis años, nunca antes la familia real española había sido tan cuestionada y su rol hacia el futuro puesto en entredicho como en los tiempos actuales, inclusive por actores e instituciones que tradicionalmente solían defenderla a ultranza. Este columnista ha sido testigo de cómo ciertos medios de comunicación tradicionalmente monárquicos -El País y muy en especial el ABC, por ejemplo- se tornan en receptáculo de voces y plumas que con dureza señalan a la familia del Rey como una organización poco sensible a la actual coyuntura e incluso invitan a debatir sobre la conveniencia de continuar destinando no pocos recursos al sustento de la misma.

España es una democracia sólida y respetada cuyas enormes conquistas en dicho sentido no podrían ser entendidas sin la figura de Juan Carlos I. A mediados de la década del setenta y tras la muerte de Francisco Franco, el nobel Rey emprende una cruzada personal, y mucho del escaso capital político del que entonces gozaba, lo lleva a una apuesta sin precedentes en la historia que traería como consecuencia el paso hacia un sistema de monarquía constitucional, en donde el Rey cede el poder de facto y opta por la creación de la figura de un Presidente de Gobierno, en cuyas manos dejaría buena parte de las decisiones ejecutivas y la conducción de los destinos de España. Su Majestad le apostó a la democracia, a conferirle voz y voto al pueblo y al respeto por las garantías individuales y la defensa de la libertad como valor supremo. Pese a la oposición de muchos, a la larga saldría victorioso.

"Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las Autoridades Civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor que tomen todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente", dijo el Rey por televisión y en red nacional la noche del 23 de febrero de 1981 desde su despacho del Palacio de la Zarzuela, tras la intentona militar golpista en el Congreso de los Diputados. Cabe destacar que con su actuar firme y decidido durante las horas en que España fue rehén del fallido golpe de estado, evitó que el sueño de una joven democracia se truncara. Sería esa noche cuando Juan Carlos de Borbón se convierte en "Rey de todos los españoles".

A lo largo de más de tres décadas, el capital político del Rey ha ido en aumento hasta alcanzar niveles insospechados en un milenio donde el respeto por los políticos brilla por su ausencia y los liderazgos de antaño se antojan inexistentes. Como bien lo señaló un reportaje de la revista semanal del diario El País, la lista de contactos y amistades del Rey es enorme y ello aunado a su carisma y la simpatía que en consecuencia despierta, lo convierten en un negociador de los que no pocos buscan echar mano.

En tanto, el tiempo no perdona y Juan Carlos de Borbón envejece. Las nuevas generaciones sufren los embates de la crisis y se preguntan sobre los beneficios de instituciones a las que miran lejanas e incluso contemplan con cierto desdén. Por desgracia olvidan, o dada su juventud sencillamente no recuerdan, del valor que supone un monarca que en aras de su pueblo sacrificó muchas cosas. Cuando no se encuentra trabajo ni se vislumbra un porvenir, y al mismo tiempo integrantes de la Casa Real se ven envueltos en escándalos de corrupción -aquí cabe recordar al yerno incómodo Iñaki Undangarin- por natural lógica, el rol de la monarquía se pone en entredicho.

Al momento en que escribo estas líneas, el Rey Juan Carlos habla ante las cámaras y dice sentirse bien al tiempo que asevera estar arrepentido por su conducta. Estimo que dicha asunción de culpa calmará los ánimos y el encono de muchos en un momento donde lo que menos necesita una ciudadanía angustiada por la crisis galopante que azota a Europa, es la imagen de un rey que se asemeja al playboy internacional promedio que emprende cacerías ataviado a la usanza y estilo de Indiana Jones.

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