Increíble cómo los políticos nos manipulan, nos ven la cara. Impensable la capacidad que tienen para imponernos su agenda y sus intereses. A estas alturas del proceso ¿quién no ha recibido en su correo chistes, chismes o encuestas descalificando a los precandidatos? ¿Quién no ha recibido telefonazos promoviendo uno u otro partido? ¿Quién no ha visto las imágenes que inundan las redes sociales, los pendones que ensucian las calles? A pesar de la pausa entre campañas el ambiente se calienta mientras los temas importantes se quedan de lado. Si alguien no lo cree, le pido que tan sólo retenga este dato en su memoria: 3.27 millones. Después les diré por qué.
El riesgo es pensar que eso es democracia cuando en realidad es mala mercadotecnia. No puede ser democracia porque no hay ideas, no hay debate, no hay transparencia, hay apenas una burda repetición del mismo eslogan pintado de distinto color. Predomina una promesa hueca, irresponsable: si votas por mí, yo arreglaré el país. Hasta hace unos días, uno de los partidos decía que "iba a responder a las grandes preguntas del país, y lo iba a hacer gobernando". Es el colmo. Ahora resulta que primero hay que votar por ellos y sólo después nos van a decir cuál es el plan que van a aplicar.
Lo triste es que nos dejamos llevar por ese juego: repetimos los chistes, los chismes y las encuestas sólo porque nos hacen sentir que si ellos ganan, nosotros también. Pongo un ejemplo: en 2006 me enfrasqué en agrias discusiones con una amiga que aborrecía a cierto candidato, pues éste "era un loco socialista que iba a favorecer a los pobres". Mi amiga trabajaba como secretaria, vivía en una casita de interés social con otros cinco miembros de familia, y acababa de comprar un coche usado que iba pagando a plazos. No obstante se asumía como clase media, incluso media alta. La aterrorizaba el hecho de perder los "privilegios" que tanto le había costado construir. No hubo forma de hacerle entender que, aunque en ese momento no lo supiera, ella era parte de los pobres que se verían favorecidos con un gobierno distinto.
Divide y vencerás, dice el refrán. Enfrascados en que gane uno u otro color, los ciudadanos nos enfrentamos entre nosotros y perdemos de vista la foto amplia. Entre chistoretes y promesas huecas olvidamos que existe otra perspectiva, esa que prevalece mientras no hay campañas y que divide a los mexicanos entre gobernantes y gobernados. Como ciudadanos, éste sería el momento de presionar para hacer cambios estratégicos. Pero nos da miedo. Sentimos que al hacerlo pondríamos en riesgo una plaza de maestro en una escuela pública, o la chambita de velador que le prometen al abuelito en la biblioteca. ¿Qué ocurre entonces? Que pasada la temporada de las promesas, la división natural vuelve y los ciudadanos nos convertimos otra vez en una sola masa que lamenta el descarado actuar de sus gobernantes.
Para muestra basta un botón: apenas la semana pasada, La Auditoría Superior de la Federación señalaba que al menos 2,059 millones de pesos ejercidos en 2010 por nuestros honorables diputados y senadores resultaron "inauditables". Eso quiere decir que no se sabe cómo ni en qué se los gastaron. Ese dinero fue utilizado por las bancadas de TODOS los partidos. Si lo dividimos entre el número de legisladores, resulta que aparte de su sueldo, cada diputado o senador se gastó, nomás en un año, 3.27 millones de pesos en quién sabe qué cosas. ¿A quién le ha llegado un correo electrónico con esta información? ¿A quién se la han enviado por tuiter o por feisbuc? Al menos a mí no.