La semana pasada estuve de visita en Hartford, Connecticut, en la casa donde Mark Twain escribió algunas de sus novelas más memorables: Huckleberry Finn, El Príncipe y el Mendigo, Tom Sawyer, Puddnhead Wilson... vine porque hace meses que le sigo la pista a una de las obsesiones literarias de ese autor. Basta leer cualquiera de las novelas arriba mencionadas para darse cuenta de que en la narrativa de Twain los personajes actúan por pares, como si estuviesen condenados a repetirse en alguien más o a vivir la vida de otra persona.
Literariamente se ha llamado Doppelgänger a lo que ocurre cuando alguien ve a otra persona muy parecida a sí. El tema es tan antiguo como el hombre mismo, y de él se han encargado Plauto, Dostoievski, Molière, Poe, Pirandello y Borges entre muchos otros. Es bien sabido que Twain jugaba con las posibilidades de la confusión: decía que no sabía si aún estaba vivo, porque en su infancia su madre lo había mezclado en el baño con un hermano gemelo, quien había muerto mucho antes que él.
Me ha impresionado saber que su vecina más cercana era otra escritora, Harriet Beecher Stowe. Ya hablaremos en otra colaboración de esta autora. Por el momento, basta consignar que era madre de unas gemelas. ¿Pudo provenir de allí la fascinación de Twain por el tema de los gemelos? Difícil saberlo.
Muchas películas, libros y obras de teatro han tratado el tema de los gemelos con morbo circense. De Plauto al boom de la pornografía, pasando por Walt Disey, se usa a los gemelos como detonador de situaciones fantásticas: en el imaginario colectivo, los gemelos están destinados a provocar asombro. En la cotidianidad, la experiencia es muy distinta. Los gemelos tienen conciencia de su igualdad por contraste frente a quienes no participan de esa igualdad. Así, para abordar el fenómeno es necesario pensar en un triángulo en el que el tercer vértice es el observador, presencia constante de lo distinto. "Si jugamos con el parecido de los gemelos en nuestras fábulas y en nuestras leyendas, escribe René Zazzo, si las tornamos tantas veces en ridículo es, sin duda, para librarnos del malestar que este parecido nos produce". Aclara Zazzo que la actitud de todo hombre con respecto a la idea del doble, del sosias, del gemelo, es mucho más compleja que una simple reacción de intolerancia. Está formada de angustia, de deseo, de rebelión, pero también de una extraña fascinación. Sin duda esto ocurre porque en todo hombre, incluso en el menos metafísico, se plantea la cuestión de ser o no ser. La idea del doble ofrece una respuesta ambigua a esta cuestión, pues contiene a la vez la amenaza de una alienación, de una disgregación, y la promesa de un descubrimiento, de una toma de posesión de sí mismo.
La mayoría de los acercamientos, sin embargo, son desde la perspectiva del observador que reacciona con sorpresa, y muy pocas abordan el conflicto desde los ojos de quienes crecen compartiendo apariencia. Podría decirse que historias como El Doble, de Dostoievski, son narradas desde la perspectiva de uno de los gemelos, pero en realidad no es así. Este tipo de historias toma el fenómeno como una manifestación de lo fantástico bajo la premisa de "qué pasaría si un día me topase con alguien idéntico a mí". Pero quien nace doble no puede asombrarse de ver a su sosias, pues ésa ha sido su realidad desde que tiene memoria. Quien tiene un hermano mellizo no conoce la soledad del útero: sabe, en cambio, lo que es competir por el espacio y por el alimento en ese limbo oscuro y líquido en el que pasamos nuestras primeras semanas. ¿Cómo creer entonces que, en la comedia de Plauto, Menecmo Sosicles se sorprenda al toparse con su hermano si ha pasado media vida buscándolo?
Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com.mx
