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EL SÍNDROME DE ESQUILO

LA SEÑORITA PRIETO

VICENTE ALFONSO

Carlos y Chelo Prieto no son esposos. Tampoco padre e hija. A pesar de eso llevan juntos desde el 23 de julio de 1979. Han viajado cientos de miles de kilómetros por decenas de países en América, Asia y Europa, dando conciertos como el que ofrecieron el sábado pasado en la sala en la Sala Carlos Chávez del Centro Cultural Universitario de la UNAM, en la Ciudad de México. En los aviones, Chelo va siempre junto a Carlos en un asiento de ventanilla que no coincida con la salida de emergencia. Vuela tan seguido que incluso tiene tarjeta de viajero frecuente. Eso sí: no come, no se marea, jamás va al baño. Porque Chelo no es una mujer sino un violonchelo.

Y no es cualquier violonchelo. Fabricado en 1720 por el legendario Antonio Stradivarius, Chelo es un instrumento precioso que no puede viajar como equipaje, pues si lo hiciera serían muy altas las posibilidades de que llegara roto a su destino. De allí la práctica de su actual dueño, el concertista mexicano Carlos Prieto, de reservar siempre un boleto de avión a nombre de la señorita Chelo Prieto o de miss Cello Prieto cuando se trata de vuelos internacionales.

¿Cuánto vale Chelo Prieto? Ese es un dato que al "depositario temporal" de este instrumento -como se define Carlos Prieto- no le gusta divulgar. Para hacer un cálculo es útil considerar que a lo largo de su vida Antonio Stradivarius hizo unos 1,500 instrumentos. De éstos una buena parte se han perdido o destruido y han llegado a nuestros días alrededor de 600 violines y sólo 60 violonchelos. Esto significa que los violonchelos Stradivarius son aún más escasos que los violines hechos por el maestro. Yo-Yo Ma, otro concertista renombrado, posee un Stradivarius de 1712 valuado en 2.5 millones de dólares. En 2004 un violonchelo Stradivarius de 1684 fue robado a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles: estaba valuado en 3.5 millones de dólares. Con todo, nunca es fácil calcular el precio estos instrumentos: en su libro Las aventuras de un violonchelo, Carlos Prieto cuenta que en 1985, durante una gira por la India, un funcionario de la aduana valuó el violonchelo, dos arcos y el estuche…en cincuenta dólares.

A lo largo de sus casi trescientos años, este violonchelo ha estado en manos de cuando menos trece parejas estables, entre ellas músicos tan reconocidos como Alfredo Piatti, Robert Mendelssohn, Francesco Mendelssohn o Rudolf Serkin. Ha acompañado a personajes como Albert Einstein -quien era violinista además de científico-, al compositor ruso Igor Stravinsky o al Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

Para mucha gente es difícil distinguir un violonchelo de otros instrumentos. Con frecuencia a Chelo Prieto le llaman guitarra, contrabajo e incluso tololoche. El músico aclara: "no tengo inconveniente en que lo llamen tololoche, puesto que esa palabra de origen maya significa lo que se abraza, y siempre toco y abrazo a mi violonchelo con mucho gusto". Será por eso que la portada de uno de sus discos, Le grand Tango, muestra el abrazo de una pareja hombre-mujer en una posición que sugiere el encuentro de concertista e instrumento.

Pero no es sólo por el acomodo que se requiere para tocarlo que resulta fácil pensar en el violonchelo como en una persona. Al hablar del instrumento los expertos usan términos como cabeza, cuello, cuerpo, costillas, hombros, caderas y alma. Además aconsejan ejecutar con frecuencia, pues un violonchelo que permanece en silencio mucho tiempo "pierde la voz", es decir, decaen sus cualidades acústicas. Así, juntos, Carlos y Chelo Prieto han ofrecido centenares de conciertos, grabado más de veinte discos y estrenado alrededor de ochenta obras para violonchelo, muchas de ellas escritas especialmente para el dúo.

Acerca del próximo "depositario temporal" de Chelo, Prieto dice: "En mi familia hay muchos músicos, pero si ninguno pinta, seguramente quedará con algún violonchelista. Me gustaría que llegara a las manos de alguien que también lo tocara, alguien que diera conciertos en diferentes partes del mundo". Tal vez sea así. Tal vez con otro nombre esta señorita seguirá acumulando millas en su tarjeta de viajero frecuente.

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