EL SÍNDROME DE ESQUILO
El ambiente de campañas electorales me ha hecho recordar una pieza teatral de la que he hablado en otras ocasiones: El Gesticulador, de Rodolfo Usigli. Se trata de una obra que en su momento fue prohibida, considerada indignante por el gobierno. Trata sobre un candidato. Tanta comezón provocó en su momento, que el entonces presidente Miguel Alemán ordenó a todos los miembros de su gabinete que fueran a verla para después escuchar sus opiniones y examinar el asunto. La conclusión fue que a la compañía que representaba la obra, que entonces gozaba de gran éxito, sólo se le permitió presentarse durante dos semanas por orden del preciso.
El Gesticulador cuenta la historia de dos hombres que nacen en el mismo pueblo, en el mismo año, y que además llevan el mismo nombre: César Rubio. Uno de ellos, protagonista de la obra, es un profesor universitario que vuelve al norte del país en busca de mejor suerte de la que tuvo en la Capital. Su materia de estudio es la Revolución Mexicana, de la que se precia de saber más que nadie. El otro César Rubio estuvo aún más vinculado con la revolución: fue un general, "el más extraordinario de todos", que se levantó en armas en 1908, a raíz de la entrevista Creelman-Díaz.
En la ficción de Usigli es el general Rubio quien convence a Madero de publicar La sucesión presidencial, y mientras todo el país celebra las fiestas del Centenario, Rubio recorre la república sosteniendo las primeras batallas. Después desaparece de la escena nacional y se le da por muerto.
Recién ha regresado el profesor Rubio al norte del país, es tomado por el general desaparecido. Eso lo convierte, al modo mexicano, en un príncipe, un heredero de la revolución: es invitado por una comisión de diputados a ser candidato a la gubernatura de su estado. Si bien no niega ser el general, trata de disuadir a los legisladores de que "lo dejen tan muerto como estaba". Pero cuando el Presidente de la República le extiende la invitación, el profesor acepta.
Elena, su mujer, le reprocha que lo haga y que con ello aplaste la congruencia que durante tantos años ha mantenido. Comienza la parte más conflictiva de la pieza. Los diálogos dejan en los espectadores la impresión de que ninguno de los lambiscones que le rodean cree que el candidato sea en realidad el desaparecido héroe de la Revolución. Sólo parece importarles que lo parezca, que sirva como fachada a una campaña que los beneficiará. Por eso insisten en que el candidato tiene carisma, es simpático, sabe venderse. A decir de sus colaboradores "tiene un magnetismo inexplicable". El diputado Salinas, uno de los que coordinan su campaña, comenta: "Nunca en mi vida política vi un entusiasmo semejante. Los plebiscitos están prácticamente ganados…".
En el segundo acto Rubio enuncia una idea que resume la pieza. Se percata de quienes lo adulan saben que es un impostor, pero le siguen el juego porque persiguen el provecho individual. Sus palabras parecen una aceptación de que la realidad lo ha rebasado, es una pieza más en un engranaje enorme e imparable: "El poder mata siempre el valor personal del hombre", le dice a su mujer, y también: "Todo el mundo vive aquí de apariencias, de gestos. Yo he dicho que soy el otro César Rubio… ¿a quién perjudica eso? Mira a los que llevan águila de general sin haber peleado en una batalla; a los que se dicen amigos del pueblo y lo roban; a los demagogos que agitan a los obreros y los llaman camaradas sin haber trabajado en su vida con sus manos; a los profesores que no saben enseñar, a los estudiantes que no estudian". Más adelante señala "¿Quién es cada uno en México? Donde quiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores, asesinos disfrazados de héroes (…) ¿quién les pide cuentas?".
Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com.mx