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El síndrome de esquilo

LA LIBERTAD Y SUS TRAMPAS

VICENTE ALFONSO

Hay palabras que, de tan repetidas, han terminado por disolverse y perder significado. Ya casi nadie se pregunta qué significan libertad, democracia, igualdad. Sorprenden las contradicciones de esta sociedad que defiende ideas que no practica. Como señala Zygmunt Bau

man, nos enorgullecemos de cosas que deberían avergonzarnos.

Me explico: hoy quizá las palabras más repetidas en el país son democracia y libertad. Si le preguntamos a cualquiera qué significan, nos dirá que democracia es "una forma de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que la titularidad del poder reside en la totalidad de sus miembros, haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad colectiva de los miembros del grupo". Libertad, por su parte, es "la capacidad que posee el ser humano de poder obrar según su propia voluntad, por lo que es responsable de sus actos". La pregunta del millón es a decidir qué. Porque hay muchísimas cosas que jamás se ponen en tela de juicio, que damos por sentadas. ¿A quién de nosotros le han preguntado alguna vez si está de acuerdo con que haya nociones como "propiedad" o "nacionalidad"?

Sé que muchos levantarán la ceja. Hablarán de que la posesión está en la naturaleza del hombre, que requerimos bienes para saciar nuestras necesidades: hambre, frío. De acuerdo. Pero de eso a la complejísima situación que hoy vive el mundo hay saltos enormes, ideas que damos por sentadas. Otros dirán: "bueno, sí, pero es muy difícil poner de acuerdo a 7,000 millones de personas". No nos engañemos: nada permanece por casualidad, ni es tan difícil cambiar algo si se tienen las palancas adecuadas. Hace diez años ni una persona en el planeta tenía perfil de Facebook. Hoy hay ejércitos que no conciben la vida sin esa red social. Cada regla que sigue vigente, cada ley, cada costumbre obedecen al interés de alguien.

En los últimos años el árbitro de esta cancha planetaria ha asumido un nombre engañoso: libre mercado. Paradójicamente las mercancías son más libres que las personas. Porque así lo dicta el libre mercado, en el tratado que sostenemos con nuestros vecinos del Norte las mercancías tienen libre tránsito, las personas no. (Un jornalero, un indígena, no podrían viajar a Manhattan, aunque así lo decidieran. ¿acaso hay libertades "de primera" y "de segunda"?). Es entonces cuando la idea de "nacionalidad" contradice la libertad que tanto defendemos.

Este árbitro huidizo -el libre mercado- ha provocado que el ámbito de la política en el mundo entero se haya comprimido aceleradamente. Bajo el paradigma de que el mercado se regula a sí mismo y que no se puede poner trabas al comercio, el poder de decisión ha migrado de las naciones a las empresas. Las banderas de nuestro tiempo son los logotipos comerciales (¡pagamos por llevarlos en el pecho!) Pero aquí hallamos otra contradicción. Como las naciones, las empresas son grupos de personas. No obstante, en el mundo son poquísimos los trabajadores a quienes les permiten votar por el presidente de la compañía para la que trabajan. ¿Por qué no, si para muchos su trabajo implica su vida, y perderlo tiene graves consecuencias para ellos y sus familias? Esta es una de las razones por las que la retórica de los candidatos nos suena cada vez más parecida. Su margen de acción es mucho menor que el que tenían hace veinte, cuarenta años. Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com.mx

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