El Síndrome de Esquilo
La semana pasada abordábamos una contradicción de nuestras sociedades: mientras gritamos que nuestros valores más altos son la libertad y la democracia, damos cada vez más poder a instituciones no democráticas (como las empresas) y restamos libertad a las personas. Por salir corriendo tras el espejismo del libre mercado, el ámbito de la política en el mundo entero se ha comprimido drásticamente, y el poder de decisión ha migrado de las naciones a las empresas. La conclusión es que el ámbito de acción del Estado es mucho más pequeño hoy que hace treinta años. Dicho en buen español: el poder del Presidente es mucho menor ahora.
Aterricemos entre la nopalera: no debe extrañarnos que los discursos de los candidatos a la Presidencia nos suenen tan parecidos. En el café Mamma Roma, en la capitalina colonia Condesa, escuchaba una conversación entre dos clientes, uno de unos setenta años, otro de más o menos treinta: curiosamente el más joven hablaba del voto nostálgico: su razón para tachar la boleta era que "estábamos mejor antes". El hombre mayor argumentaba que volver al pasado es imposible. Llámese como se llame, decía, el próximo inquilino(a) de Los Pinos, tendrá un poder enjaulado, un margen de acción mucho menor que el que tuvieron quienes ocuparon la silla en años en que la economía era cerrada y el Estado era un gigante que lo mismo controlaba los bancos que fabricaba bicicletas.
Estoy de acuerdo y pongo un ejemplo: todos los candidatos prometen generar empleos. Incluso se dan el lujo de describir las prestaciones: buenos sueldos, seguridad social, ahorro para el retiro. Lo que ningún aspirante nos dice es que la cantidad de empleos a nivel mundial tiende a reducirse, no a expandirse. Hablando en términos de personal, el sueño de cualquier empresa es hacer con un empleado lo que antes hacía con cinco, o diez. Una de las formas en que los candidatos prometen crear empleos es atrayendo inversión extranjera, es decir, propiciando que maquiladoras, ensambladoras y empacadoras de empresas transnacionales se establezcan en nuestro país. Para atraer esa inversión, lo que como país podemos ofrecer es mano de obra barata. Si en los países del tercer mundo es posible contratar empleados que cobran cinco veces menos y no es necesario darles prestaciones, mucho mejor. Entre menores sean los sueldos en un país, más atractivo resulta para las grandes empresas instalar allí sus plantas. La competencia mundial por ofrecer mano de obra barata es feroz. (Tan sólo la apertura de China significó el ingreso de cientos de millones de trabajadores al mercado laboral internacional, lo que aumentó la competencia considerablemente). Mientras ese ciclo siga, seguiremos enfrascados en una contradicción: para generar más empleos tendremos que cobrar cada vez peores sueldos.
La tendencia, como ya lo dije, es mundial: eso que llamamos globalización consiste en que las economías están conectadas, se influyen unas a otras. El poder, en cambio, se limita a esferas locales. Supongo que a eso se refería el parroquiano del Mamma Roma cuando hablaba del poder enjaulado: a lo mucho que se ha encogido el poder presidencial. Ni México ni el mundo son los mismos. Sea quien sea el candidato(a) que merezca su voto, asegúrese de que lo gane por propuestas realistas, apegadas al difícil contexto que vivimos, no por nostalgia de un país que no va a regresar nunca.