El Síndrome de Esquilo
Vivimos una democracia imperfecta donde las decisiones se toman por mayoría: quien recibe más votos se lleva la silla. Eso, que parece la mejor garantía en una democracia, ha acabado por meternos en un laberinto: no gana la mejor propuesta, sino la más popular.
El asunto es que hay muchas formas de obtener votos, y no todas son limpias. Lo que veremos en las elecciones del domingo será un juego de vencidas entre el México de las convicciones y el México de la conveniencia. Como están las cosas, buena parte de los votos del PAN y el PRD provendrán de ciudadanos movidos por sus convicciones, pero me temo que no sea suficiente para enfrentar a la poderosa maquinaria del PRI. Porque en los últimos años el PRI ha jugado a su modo: sus baterías apuntan a que su candidato, que parece galán de telenovela, gane popularidad como sea. Aquí está la médula del asunto. Mientras PAN y PRD siguen tratando de convencer ciudadanos, el PRI lleva muchos meses adquiriendo votos y voluntades de todas las formas imaginables: en un país con 50 millones de pobres, las huestes peñanietistas se descaran ofreciendo una avalancha de satisfacciones instantáneas: desde despensas y bultos de cemento hasta stripers y tarjetas prepagadas. (A ver si después no tenemos que pagar esos artículos con deudas millonarias e ilegales como la que nos dejó el PRI en Coahuila).
Aun así, todas las encuestas revelan que somos más los ciudadanos que no queremos al PRI de regreso. Esa buena noticia sabe amarga porque nos revela que SEREMOS MAYORÍA LOS MEXICANOS QUE TENDREMOS UN PRESIDENTE POR EL QUE NO VOTAMOS. ¿Cuál es la alternativa? En otras democracias sería la segunda vuelta, es decir, una nueva votación en la que sólo participarían los dos candidatos que sacaron más votos. Pero en México no tenemos esa dinámica. Lo que sí podemos hacer es votar por el candidato que vaya en segundo lugar. Más que voto útil es un voto razonado contra el voto comprado.
El refrán dice divide y vencerás. Al PRI le conviene que creamos impensable aliar al PAN y al PRD porque la izquierda y la derecha son irreconciliables. Repito: esa no es la disyuntiva en este momento, sino elegir entre el México que se mueve por convicción y el México que se mueve por conveniencia, que cambia votos por tortas. Sé que a quienes son de derecha les resulta difícil votar por Andrés Manuel, tanto como a los de izquierda nos resultaría votar por Josefina. Pero estamos a tiempo de no caer en esa trampa.
Recuerdo al PAN de mi adolescencia: unos cuantos ciudadanos convencidos y empeñosos que se enfrentaban al aparato del PRI como quien enfrenta al dragón con un palillo. Y sin embargo, su lucha prosperó gracias al hartazgo de la gente: muchos izquierdistas hartos del PRI votamos en 1997 por Jorge Zermeño. Así nos sacudimos la pesada cobija tricolor, algo entonces impensable, y elegimos al primer alcalde-no-priista de Torreón (por cierto, muy bueno). Muchos estábamos hartos del PRI cuando votamos por Fox en 2000 (y aunque el tiempo demostró que esa sí fue una mala elección, la alternancia aportó lo suyo a este país).
Hoy las encuestas le dan a Andrés Manuel el segundo lugar. Algunas incluso lo ponen empatado en el primero con el candidato tricolor. Votemos por él, por Andrés Manuel López Obrador. Si algo quedó claro con el debate organizado por Yo soy 132, es que en el terreno de las ideas hay entre Josefina y Andrés Manuel más coincidencias de las que creemos, comenzando por combatir los monopolios mediante una política de libre competencia. El anuncio de que Marcelo Ebrard sería secretario de Gobernación genera confianza en muchos panistas. Estamos a tiempo de ejercer un voto razonado que impida volver a los gobiernos impositivos, intolerantes, que compran voluntades. Estamos a tiempo.
Twitter: @vicente_alfonso