El Síndrome de Esquilo
Norman Mailer solía decir que una de las pocas limitantes que tenemos los escritores para crear personajes es nuestra propia inteligencia, porque ningún escritor podría crear un personaje más inteligente que él mismo. Podremos hacer personajes más valientes, más trágicos o menos tímidos que nosotros, pero nunca más inteligentes.
De eso platicábamos la semana pasada quienes nos reunimos los viernes por la tarde en el Mamma Roma de la Condesa a beber un expresso tras otro y a comentar las noticias de la semana. En algún momento de la charla coincidimos en que, querámoslo o no, algunos rasgos de nuestra personalidad se filtran a los personajes. Como ejemplo, mencionaba yo el libro que en ese momento tenía sobre la mesa: Arrecife, la nueva novela de Juan Villoro (Anagrama, 2012). Decía que para Juan el problema de la lógica de los personajes parece al revés: quienes habitan sus novelas son a menudo muy inteligentes y traducen el mundo en aforismos sin desperdicio. Para muestra, bastó un renglón: abrimos el libro al azar y encontramos una frase envidiable: "antes había códigos postales. Ahora hay cárteles".
La novela viene a cuento no sólo por eso, sino por la lucidez con que disecciona nuestra actualidad. Con 239 páginas, Arrecife es una ficción que toca muchos de los temas clave para nuestro país: desde el lavado de dinero y la "industria del miedo", hasta el papel de las organizaciones no gubernamentales en la construcción de una sociedad más preocupada por su propio destino e incluso la reconciliación entre distintas generaciones como camino a la democracia.
En el nivel más superficial, Arrecife nos comparte unos días en la vida de Tony Góngora, un hombre que se dedica a sonorizar el acuario en un hotel del caribe, y cuyo mérito más destacable es haber sido bajista del grupo de rock Los Extraditables. Una tarde, uno de los buzos del hotel aparece con un arpón clavado en la espalda. Tal como hizo en otras de sus novelas, como El Disparo de Argón y parcialmente en El Testigo, Villoro utiliza un asesinato como el hecho que detona una indagación. Pero lo que sigue no es una mera investigación policial, sino algo mucho más complejo: el balance que los personajes hacen de sus vidas.
Como ya dije, eso ocurre en el nivel más superficial. Pero ocurre mucho más. Para no adelantar detalles de la historia, me limitaré a decir que hacia la página 110 el libro "se abre" a la realidad mexicana: detrás de una dinámica inoperante, sucia, corrupta, aparece la verdad detrás del centro turístico. Para no decir demasiado, diré apenas que el dinero se lava mejor en la playa. Una verdad que hace que los hoteles vacíos sean más negocio que los hoteles llenos.
"Virtuoso no es el que toca muchas notas, sino la nota", dice uno de los personajes en la página 186, citando lo que se decía hace décadas sobre Eric Clapton. La frase describe también la poética de Juan Villoro: poniendo al servicio del novelista sus habilidades de cronista, va minando nuestra resistencia natural como lectores, nos hace pensar, nos lleva contra las cuerdas.
En la página 173, uno de los personajes menciona que le gusta el olor del neopreno, ese material con que están hechos los trajes de buzo. Y le gusta porque para él tiene ese olor de "viaje hacia el fondo de las cosas". Es por detalles como ese que me he vuelto un lector asiduo de Juan. No es casualidad que el muerto sea un buzo: en realidad la novela es una guía para trascender lo anecdótico, para sumergirnos en la esencia de las cosas. Es verdad lo que decía Mailer: no podemos escribir a un personaje más inteligente que nosotros mismos. Lo que sí podemos es aprender cómo ven otros el mundo y así volvernos más inteligentes. Eso precisamente eso lo que hacen los buenos libros, como el Arrecife que hoy nos ocupa: enseñarnos a ver más allá de la superficie.
Twitter: @vicente_alfonso
