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El Síndrome de Esquilo

METAMORFOSIS

VICENTE ALFONSO

Ocurrió una mañana hace más de veinte años, cuando estudiaba primero de secundaria en un colegio jesuita: uno de los compañeros perdió su calculadora y el maestro dispuso que cada uno de nosotros vaciara el contenido de su mochila sobre el pupitre. En medio de aquel operativo súbito, el compañero que estaba sentado atrás de mí, Sergio "el Chino" Wong, me pasó algo a hurtadillas: un cassete que exhibía en la portada a la justicia como una mujer ultrajada, con los platos de la balanza colmados de billetes. Aunque no alcanzaba a captar todo el sentido de la imagen, sabía que para la férrea disciplina del colegio cargar algo así era motivo de sanción. Fue el primer contacto que tuve con Metallica.

No me imaginaba hasta qué punto iba a marcarme. Significó no sólo un cambio radical en mis gustos musicales: tuve que reconstruir mi visión para aceptar que yo formaba parte de una sociedad con más problemas de los que creía. Digerir toda esa lírica, tan cruda como hipnótica, representó el brinco definitivo de la infancia a la adolescencia. Cada canción me exponía un nuevo problema: desastres ecológicos (Blackened), corrupción e inequidad social (and justice for all) censura y falta de libertad de expresión (Eye of the beholder), la guerra y sus desastres (One), la manipulación de la información con fines políticos (The shortest straw), y la disolución de los referentes existenciales (Dyers eve); todo eso mucho antes de que fuera tan cool ser posmoderno.

Era 1988, y el cuarteto de San Francisco no era lo que es hoy. Tampoco nosotros éramos los mismos: el mundo todavía tenía dos polos (uno en Washington y otro en Moscú) y México transitaba de una economía cerrada al libre mercado. De entonces a la fecha han pasado veinticuatro años. Con más de cien millones de discos vendidos, Metallica es la demostración viviente de que, en el complicado negocio de la música la inteligencia no está reñida con los decibeles, aunque paradójicamente los fans son los últimos en admitir la experimentación que ha permitido a James Hetfield y a Lars Ulrich mantenerse. Metallica sigue siendo lo que es precisamente porque no se ha estancado: su proyecto de estudio más reciente es un disco doble armado en colaboración con el legendario Lou Reed. Un disco en el que la instrumentación de una banda de rock (guitarras eléctricas, bajo, batería) se aleja de lo habitual para convertirse en una paleta con la que se crean coloraciones y atmósferas.

El sábado pasado, la banda ofreció el primero de una serie de ocho conciertos que dará en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México para celebrar el treinta aniversario del grupo. A pesar de que fue un recital accidentado que terminó antes de lo previsto por fallas en la iluminación y la tecnología del escenario, fue una noche redonda y explosiva, con una propuesta escénica que trasciende por mucho los efectos especiales para ser una propuesta dramática. De pasada, los seguidores le cantarán a James Hetfield un happy birthday, pues el viernes cumplirá 50 años de vida. Acaso pase un tiempo antes de que muchos de los seguidores de la banda terminen de asimilar el nuevo manejo de escenario que sugieren los músicos de San Francisco. Lo celebro. Con tantos cambios, Metallica tiene un futuro asegurado.

Para terminar, una invitación a mis cuatro lectores: este viernes 3 de agosto, a las 7 de la tarde, presentaré mi libro más reciente titulado Contar las noches (Premio Nacional de Cuento María Luisa Puga). La cita es en la Biblioteca José García de Letona, ubicada en la Alameda Zaragoza. Los comentarios correrán a cargo de Aleida Salazar y Édgar González. Allí nos vemos.

Twitter: @vicente_alfonso

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