Lo que en la ficción es instante excepcional, en la realidad es condición inalterable. Los gemelos tienen conciencia de su igualdad por contraste frente a quienes no participan de esa condición. Para abordar el fenómeno es útil pensar en un triángulo en el que cada uno de los iguales ocupa un vértice. En el tercer vértice -el ángulo desigual- podríamos ubicar al observador, presencia constante de lo distinto, es decir un representante de los otros. En los acercamientos literarios al fenómeno del doble predomina la perspectiva del observador que reacciona con sorpresa ante dos seres idénticos. Son muy pocas las novelas, piezas de teatro o películas que abordan el conflicto desde los ojos de quienes comparten apariencia. Podría decirse que historias como "William Wilson" de Poe, Los elixires del diablo, de E.T.A. Hoffmann y El doble, de Dostoievski, son narradas desde la perspectiva de uno de los gemelos, pues en ellas los protagonistas encuentran inesperadamente a su doble. En realidad no es así. Lo que ocurre con estas historias es que toman el fenómeno como una manifestación de lo fantástico bajo la premisa de qué pasaría si un día me topase con alguien idéntico a mí. Pero jamás queda claro si tal desdoblamiento ocurre dentro o fuera de la mente de los protagonistas.
Publicado en febrero de 1846 en los Anales Patrios, El doble fue una obra poco entendida que le hizo a Dostoievski perder la fama de genio que le había ganado su primer libro. Meses después de su publicación, el joven autor se lamentaba: "Mi Goliadkin se me ha hecho odioso. Al lado de algunas páginas brillantes, cuántas cosas malas, cuántas necedades, me pesa haberlo escrito; es ilegible".
El protagonista, Yakov Petrovich Goliadkin, es un funcionario de medio rango que sueña con un ascenso y con formar una familia. En el quinto capítulo, Dostoievski genera tensión y expectativa en los lectores al mostrarnos al señor Goliadkin sorprendido ante un forastero, pero no nos dice por qué. Por los indicios que trasminan en la prosa inferimos que el funcionario ha reconocido sus propios rasgos en el hombre que está frente a él, lo que más adelante se confirma. Así, en el triángulo en el que Goliadkin y su doble ocupan un ángulo cada uno, los lectores nos situamos otra vez -condenados al asombro- en el tercer vértice. Cuatro capítulos más adelante, Dostoievski nos hace recordar a los Menecmos cuando hace preguntarse a su desesperado personaje si el forastero idéntico a él no pudiera ser un mellizo perdido. Pero inmediatamente estalla: "verdaderamente sería mucho mejor que no se diese caso tan patético y que no hubiera tales mellizos en el mundo. ¡Cargue el diablo con ellos! ¿Qué falta hacen, después de todo? Y, por lo menos, ¿por qué los prodigan tanto? ¡En todo esto anda de por medio el diablo!"
El comportamiento de Goliadkin no es distinto al que tendría la mayoría de los hombres en su situación. Nuestra reacción respecto a la idea del doble, del sosias, del gemelo, es mucho más compleja que una simple reacción de asombro o intolerancia. Está formada de angustia, de deseo, de rebelión, pero también genera atracción porque promete lo imposible: que por un instante podamos vernos tal como nos ven los demás.