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El Síndrome de Esquilo

CLANDESTINO EN CHILE

El Síndrome de Esquilo

El Síndrome de Esquilo

VICENTE ALFONSO

Por diferentes factores, el periodo de la dictadura comandada por Pinochet en Chile está en la memoria inmediata de los mexicanos. El tema ha vuelto a las universidades, a las charlas de sobremesa, a los foros culturales. Para muestra, tres botones: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara estuvo dedicada a las letras chilenas; el estreno más sonado en el Festival Internacional de Cine de Morelia fue la película No, (protagonizada por Gael García) que aborda el periodo final de aquella dictadura; y ayer, los diarios del mundo informaban que la justicia chilena comenzaba a tomar medidas contra los generales que hace casi cuarenta años asesinaron a Víctor Jara.

Contagiado por esta fiebre, en días recientes estuve releyendo un libro que también rescata una de las historias derivadas del capítulo amargo en los Andes: La Aventura de Miguel Littin, Clandestino en Chile. El autor es un periodista que todos conocemos, Gabriel García Márquez, y lo que narra en el libro es una odisea tan increíble que cualquier editor la hubiese rechazado de no ser porque ocurrió en la realidad. El asunto es este: en los años más crudos, cuando la junta militar mantenía un rigor de fierro sobre el país andino, existía una lista de cinco mil exiliados chilenos a los que el gobierno de Pinochet les prohibía regresar. Entre ellos estaba el director de cine Miguel Littin. Pero la nostalgia por la patria siempre puede más, de modo que Littin se las arregló para entrar disfrazado a Chile y grabar una película de cuatro horas en donde se exhibía la situación real que guardaba su país: desempleo, violación de los derechos humanos, mordaza a la libertad de expresión, corrupción entre las autoridades…

Después de varias semanas, Littin salió de Chile para contar su historia no sólo en forma de película, también como la novela sin ficción que hoy nos ocupa. Se trata de un libro de 153 páginas que bien podría ser una novela de espionaje en la que intervienen agentes de inteligencia, generales dispuestos a hablar e incluso abuelas rebeldes capaces de poner bombas y lanzarse de un paracaídas. Pero como ya dije, la aventura no puede ser tomada a la ligera por el sencillo hecho de que ocurrió en la realidad, y es por ello que Littin necesitaba un narrador experto que la contara sin trivializarla.

Al lector común quizá no le son tan evidentes las habilidades de carpintería que García Márquez utiliza para narrar la situación que enfrentaban los chilenos en aquel momento aciago. Lo que sí resulta evidente son las dificultades que atravesaba un país en el que el gobierno pretendía lograr crecimiento económico sacrificando libertades individuales. En ese sentido asistimos a la descripción de un Chile doméstico, narrado a nivel de cancha, con abundantes descripciones de espacios y lugares y con muy pocas cifras y estadísticas. Eso le confiere calidez al libro y nos permite involucrarnos con los lugares en forma emotiva, como lo hacen los exiliados con su tierra.

Desfilan en estas páginas personajes emblemáticos como Víctor Jara, Violeta Parra, Pablo Neruda y, por supuesto, la memoria siempre presente de Salvador Allende. Pero también conocemos historias locales como la de Sebastián Acevedo, hombre que se prende fuego en la plaza principal de San Fernando reclamando por sus hijos desaparecidos, detenidos por agentes de la dictadura.

Este libro fue publicado cuando Pinochet aún gobernaba en Chile. Es importante recordarlo porque tras la apariencia de fortaleza que deseaba trasmitir ese gobierno, el narrador nos muestra un régimen cada vez más débil, tambaleante y moribundo, en el que ni siquiera los generales más jóvenes estaban de acuerdo con su comandante supremo. En palabras de García Márquez, los militares "se creían predestinados a acordar con los civiles un retorno sin dolor a la democracia". Vemos así a un presidente solo, acorralado, que cada vez debe tomar más medidas de seguridad y sostiene cada vez menos contacto con su pueblo. El final, ya lo sabemos todos.

Twitter:@vicente_alfonso

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