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El Tigre de Santa Julia

GILBERTO SERNA RAMÍREZ

Es un festejo, es un regocijo o es un recuerdo solemne, o las tres cosas. Es un mito, es una fábula, es una quimera, o simplemente un homenaje a los que se han ido. Es una superstición, una leyenda, una tradición o únicamente una ficción nacida del deseo de aliviar en algo el dolor que produce el perder a un ser querido. Los seres que han partido dejan un sentimiento de impotencia porque nada podemos hacer para impedirlo. El único consuelo es que algún día, tarde o temprano, nos encontraremos en el más allá, eso creo. Escuché, en mi última visita a un cementerio de la localidad las voces que parecían provenir de un par de tumbas en absoluto abandono. Ambas lucían un descuido que daban la impresión que habían pasado por encima una recua de mulas que habían removido la tierra hasta hacerlas polvo que si no fuera por unas pequeñas placas con inscripciones que indicaban nombres y fechas, de seguro serían ignoradas para la eternidad, como muchas otras que había en su entorno.

Una mujer de rebozo se cruzó frente a mí, apareciendo y desapareciendo en un abrir y cerrar de ojos, como si dijera en un santiamén. Una de las pequeñas placas de cemento descubría que ahí haba sido enterrado el Tigre de Santa Julia que había escapado al asedio de la Policía y detenido cuando hacía del cuerpo entre unos nopales que dio lugar que en adelante la plebe dijera coloquialmente "me agarraron como al Tigre". Se hizo famoso por ser una combinación de héroe justiciero y un Robin Hood callejero. Se juntó con otros cuatro maleantes, asaltando a los empleados de una lechería y hubo la ocasión de que robaron una gendarmería saqueando armas y municiones, pertrechos que permitieron resistir el embate de las fuerzas del orden, en un enfrentamiento a balazos en que murieron dos guardias. La Policía lo buscaba afanosamente en el escenario de sus crímenes que era el barrio de Santa Julia. Un día la Policía se enteró de que se encontraba en la casa donde vivía su novia.

Buscaron y buscaron y rebuscaron por todos lados, sin encontrarlo. Debajo de la cama, en los roperos, en la cocina, en la pileta, aun hasta dentro de la letrina, sin que lograran dar con él. Ya se iban yendo cabizbajos, cuando para su buena suerte, mala para el bandido, al salir por la puerta de atrás de la finca lo encontraron haciendo de "aguilita" entre unos magueyes que lo cubrían parcialmente. Los policías al verlo y sabiendo de su peligrosidad lo intimaron para que se entregara encañonándolo con sus rifles. Él simplemente volteó a verlos y desde ese sitio pidió lo dejaran acabar su tarea. Luego subiéndose los pantalones se entregó llevándolo a la cárcel de Belem. Interrogado sobre cómo aguantaba en posición tan incómoda en que lo hallaron, les reveló el secreto: busquen dos piedras pequeñas y colóquenlas en los talones. Luego un pelotón de fusilamiento se hizo cargo pasándolo por las armas. Así terminó su carrera de bandido quien se atrevió a desafiar a la sociedad poniéndose al margen de la ley.

Al panteón no fue nadie, al velorio acudió sólo su madre que con el rebozo se tapaba la cara sollozando, pues para una madre no existe hijo malo. Llevó cuatro cirios de cera, y encendió los pabilos. El muerto, muerto estaba para toda la eternidad. No alcanzó a escuchar los rezos, con su cara pálida, porque no hubo mujeres que se apiadaran de su alma. Las sillas frente al ataúd permanecieron vacías. Hubo necesidad de contratar hombres cuando el catafalco hubo de ser conducido a su última morada. Sudaban con el peso ajeno porque el sol estaba en lo más alto. Al borde del agujero pusieron grandes correas sobre las que deslizaron el tosco féretro. Tenía sangre la caja como si fuera suya y la estuviera supurando por los agujeros que le hicieron las balas. Estuviste parada un buen rato como si esperaras que se saliera del hoyo. Pero no, con decirles que a partir de quedó enterrado el Tigre de Santa Julia el camposanto dejó de serlo. En fin, dicen que por las noches se le ve penando por entre las tumbas buscando un espacio donde ponerse en cuclillas. Esa es su penitencia per sécula seculórum.

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