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El torero que no mataba a sus toros

Historias de reportero

CARLOS LORET DE MOLA A.

 S I el cielo es como una kermés, el maestro Julián Meza intercambió sus primeros billetitos por un tequila y una intercesión: que su hija Maiala recuperara el apetito porque la temporada de agonía la llevó a los huesos.

La última vez que lo vi estaba físicamente disminuido, pero intelectualmente intacto. Sentado con las piernas extendidas en un reposet de antojo, tapado hasta la cintura por una cobija rojo-navidad que me hizo imaginar que Santaclós olvidó su saco en casa de mi profesor, una caja de kleenex en el buró y una pantalla de plasma enfrente, tardó dos frases en regresarme al salón de clases.

Las mesas estaban acomodadas en herradura. En el lado abierto, el pizarrón y el escritorio del maestro. Julián Meza, profesor de Estudios Generales en el ITAM, iniciaba su clase recogiendo opiniones sobre las lecturas asignadas para su discusión -clásicos de la filosofía, artículos revisionistas de la historia mexicana.

Decíamos tantas estupideces y aquél, con sus lentes de armazón oscuro de perfectos círculos pequeños y el pelo crespo entrecano donde aún lo había, resistía con gesto amable, tolerante, distribuyendo eso que los políticos llaman "el uso de la palabra".

Lo mejor venía después de esa ronda inicial. Era la faena del gran seductor: la voz acogedora, las frases lapidarias y divertidas, inteligentes siempre, el asombro de los estudiantes ante un liberal que lo fue antes de que se pusiera de moda; cuando podía -aunque no viniera al caso- hablaba enamorado de Francia y se mofaba de los economistas de la tecnocracia en el reino del adversario.

Nunca hablé con el profesor Meza de toros -seguro le parecían la sublimación en clímax del arte apasionado o una barbarie indigna de un estado democrático, porque con él no había vuelos con escalas-, pero en el aula era como un torero que soltaba unos pases para medir al burel, profundizaba con muletazos artísticos imborrables y a la hora de matar, con tantita nobleza que hubiera demostrado el bicho, le obsequiaba generoso el gesto del indulto.

Nunca nos pidió memorizar nada, hacer trabajos insulsos ni tareas inútiles. No se me ha olvidado nada de lo que me enseñó. Le agradeceré siempre haber derretido frente a mis ojos provincianos el bronce de los héroes.

Pude hablar con él, largo, a tiempo. Para no decirle que fui a despedirme le llevé una copia de "De Panzazo". Condenó el fracaso del PAN en el gobierno, se exhibió preocupado por el posible regreso del PRI, me contó que acababa de escribir una pieza sobre Noroña para un Bestiario en Vuelta. Le pregunté quién le parecía el intelectual más solvente de México. Le solté nombres. Ninguno le convenció. Me prometió pensarlo.

Julián Meza, 66 años, murió de cáncer al arrancar el domingo. Una hora después, Maiala, como no le había pasado durante la dolorosa agonía de su padre, sintió hambre y desayunó. Para mala fortuna del profesor, el cielo ha de ser menos parecido a París y más cercano a una kermés.

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