Superado el tutelaje político, consolidado el propio liderazgo, ejercido el poder a plenitud, algunos políticos intentan una última hazaña o, si se quiere, una suerte de malabarismo: dar un giro memorable, tentados por la idea de la trascendencia. Con ese acto testamentario, intentan borrar grandes o pequeñas manchas en su biografía e inscribir su nombre en el dintel de la Historia.
Algunos de ellos lo logran. Coronan la hazaña, dan brillo a su nombre y trayectoria hasta alcanzar la estatura de grandes personajes. No es ese el caso de Elba Esther Gordillo. Ella cubrió aquellas condiciones con dos agregados, saboreó más de una venganza y amasó una inconmensurable fortuna, pero ahora resbala sin darse cuenta: va de la cima a la sima, cae de lo más alto a lo más hondo, haciendo de la soberbia el tobogán de su deshonra.
Asombra la maestra, desaparece su astucia: confunde el ocaso con el alba de su imperio.
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Si en anterior Sobreaviso -9 de julio, 2011- se decía que Carlos Salinas de Gortari la ungió, Vicente Fox la consolidó y Felipe Calderón la empoderó, hoy Elba Esther Gordillo se siente a sus anchas, con la fuerza y la organización necesaria para desenvolverse al ritmo del capricho, arrojando la inteligencia al cesto de la soberbia política.
Pasa por alto una pieza que no encaja en los juegos de poder establecidos por la élite política. La educación, como fundamento de la cultura política, cívica y social, ha encontrado espacio en amplios sectores de la sociedad que la entienden no como patrimonio exclusivo del gobierno y el sindicato. La dura y esforzada formación política de esa menuda mujer no le da para entender que una cosa es saber moverse con los lobos de la política y otra comprender y atender el reclamo ciudadano de no hacer de la educación un ariete en los juegos de poder político.
Aun cuando en ese nuevo factor -las porciones de la sociedad movilizada por la educación- están las claves de la hazaña que Elba Esther Gordillo podría emprender para lavar su imagen y dar brillo, de último momento, a su nombre y trayectoria, por lo visto la maestra ha tomado otra decisión: si es sirvienta de alguien -vaya concepto de sí misma- lo será del sindicato, no del gobierno. El mundo de la maestra es bipolar, se reduce al sindicato y al gobierno, no comprende a la educación y mucho menos a la sociedad.
Muy distinto hubiera sido que, orillada a rendirse ante una servidumbre, Elba Esther Gordillo hubiera dicho estar sólo al servicio de la educación y los educandos. Los niños, los escolares, en cierto modo su razón de ser, no aparecen en la estrechez de su horizonte.
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La miel del poder, lejos de empalagar a la lideresa, terminó por convertirse en su obsesión.
Si Carlos Salinas de Gortari la colocó al frente del gremio magisterial y Ernesto Zedillo quiso contener la concentración del poder en ella con la descentralización educativa, Elba Esther Gordillo remontó ese revés durante el foxismo y conoció la gloria con el calderonismo. Supo convertir la organización y la fuerza del gremio en palanca para conservar y expandir su poder a esferas distintas al ámbito natural de su actuación.
Distintas áreas de la administración pasaron a formar parte de su dominio, dándole no sólo el control directo sobre esas instituciones y su presupuesto sino también sobre otras porciones de la burocracia. La doble negociación, federal y estatal, expandió su territorio hasta convertir en aliados, esclavos o socios a más de un gobernador. Supo, además, usar su fuerza dentro del priismo sin renunciar a entablar alianzas con el panismo y, luego, resolvió crear su propio instrumento político como es el Partido Nueva Alianza.
Poco a poco, dicho con elegancia, el Estado perdió la rectoría sobre la educación, colocando como factor determinante en ella al sindicato encabezado por la profesora. Dicho sin elegancia, el panismo canjeó una política pública por un apoyo político-electoral para acabar por tropezarse con él. La soberbia encontró espacio entonces. Si Vicente Fox y Felipe Calderón le abrían la puerta de Los Pinos sin necesidad de que ella la tocara, el secretario de Educación quedó convertido -dicho en su lenguaje- en su sirviente y la educación en su plumero. La política-política era la materia.
La maestra tomó el gis con firmeza y se desentendió del borrador.
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Reyes Tamez fue el caso más patético, cerró como su empleado. Josefina Vázquez Mota sintió cómo las tenazas de la pinza Gordillo-Calderón se cerraban sobre ella, hasta convertirla en la víctima propiciatoria. La enfermedad de Alonso Lujambio fue un lamentable accidente, y el doctor José Ángel Córdova Villalobos, que quería ser gobernador o legislador, terminó de secretario. Poco importaba el conocimiento y las destrezas que los responsables de la educación tuvieran, la Secretaría ya era la extensión del sindicato.
Si, en algún momento, la idea de trascender atravesó la cabeza de la lideresa, el poder sin límite le provocó amnesia. Ya no le bastó que allegados y consentidos ocuparan tal o cual dependencia, estas curules o aquellos escaños, si el imperio era de ella por qué no iba a disfrutarlo la familia: la hija, el nieto, el yerno...
Esa pérdida de la conciencia marca el ocaso de su imperio, aun cuando ella lo perciba como un tibio amanecer.
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Por eso es clave la postura del gobierno de Enrique Peña ante la fuerza y organización encabezadas por Elba Esther Gordillo y el creciente vigor de los sectores de la sociedad que demandan recuperar para el Estado la rectoría de la educación, en esa postura se cifra el porvenir educativo y también, en muy buena medida, el de la nación.
La soberbia de la profesora le nubla la vista, le impide ver que ha perdido astucia y escuchar el reclamo ciudadano que, en cierto modo, le viene como anillo al dedo para emprender la hazaña de la trascendencia. No, no aparece en su horizonte esa idea y sí, en cambio, la gana de desafiar a quien sucederá en Los Pinos a quienes la empoderaron.
Puede la maestra escribir con gis sus memorias y desafiar al Estado vestida con ropa y accesorios de lujo y gala, sin darse cuenta de que está perdiendo la oportunidad de reivindicar su investidura. Si el peñismo no se apoya en las porciones de la sociedad empeñadas y decididas a rescatar la educación como patrimonio fundamental de la nación y se echa en brazos de la maestra, como sus antecesores, sentirá primero el calor del abrazo y, luego, el sofocamiento previo a la asfixia. El ocaso de la maestra podría ser el suyo.
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