El domingo flotaba en el ambiente una especie de desánimo colectivo, que pronto mutó en incredulidad y molestia. Humberto Moreira acudió a la casilla 997 a votar, declarando que "no había hecho nada malo", que Coahuila "sería de uno de los Estados que mejores resultados le va a dar al PRI" y que él consideraría repetir en la alcaldía de Saltillo.
Según dijo, sus críticos se llevarían una sorpresa: "después de toda la guerra de soquete y lodo, ¿cómo es posible que la colonia donde vive el exgobernador sea la de los mejores resultados? Vamos a arrasar en la colonia, en el distrito, y en el Estado".
Sin embargo, con el correr de las horas emergió una historia alternativa. Ganó Peña, pero perdió Moreira. En el Estado los electores dieron el triunfo al candidato presidencial, pero castigaron a los candidatos Moreiristas al Congreso. Los panistas que alzaron más fuerte su voz contra el manejo administrativo del Gobierno Estatal se impusieron a los priistas que avalaron y justificaron el Moreirazo. Es simplemente imposible entender el resultado sin ese elemento diferenciador.
¿De que otra forma explicar la derrota en el "estado más priista de México"? La única alternativa ofrecida hasta ahora desde el PRI es que los electores son tontos. Según sus dirigentes, miles de ciudadanos habrían anulado involuntariamente su boleta al marcar simultáneamente la opción del PRI y del Verde (que no iban coaligados en Coahuila).
Este argumento puede servir como justificación, pero no atiende el problema de fondo: en la elección de julio de 2012, el PRI obtuvo 300,000 votos menos que los logrados en la elección local de julio de 2011.
Consideremos entonces la hipótesis alternativa: los electores coahuilenses son tan listos que evitaron equivocarse de nuevo. Cuando conocieron cómo gobiernan realmente los Moreira, votaron para rechazar al PRI local. Muchos podrán disentir, pero los números indican que Peña logró desmarcarse justo a tiempo para evitar la catástrofe. Lo único que Enrique Peña debe agradecer a los gobernantes de Coahuila es que el margen de su triunfo se achicó.
Desde hace más de seis años, el PRI y el Gobierno del Estado se convirtieron en feudo de una familia. Nunca antes hubo tanta discrecionalidad en el manejo de recursos, ni tanta opacidad en las cuentas. Gobernar en esas condiciones, sin contrapesos significativos, abonó a la cultura de desorden y dispendio que todos conocemos.
Mientras Humberto Moreira mantuvo vigente su fórmula de gasto y opacidad, la maquinaria electoral no dejó de crecer. El punto de partida es 2005, cuando fue electo gobernador con 480 mil votos. En 2008, el PRI ganó todos los distritos locales del Estado, triplicando los votos del PAN. En las elecciones celebradas en 2009, el PRI ganó los siete distritos electorales federales con 509,000 votos y después 33 de 38 Ayuntamientos con 568,000 votos.
Finalmente, en julio de 2011 el hermano mayor de Humberto refrendó la Gubernatura con 721 mil sufragios. Había obras, había gasto social, había mantequilla para todos los panes. Los resultados en la casilla 997 reflejan bien el resultado. En el epicentro de su poder, el Moreirismo registraba diferencias de tres a uno.
Pocos preguntaban de dónde salía el dinero. Humberto Moreira pudo despedirse de Coahuila con 90% de aprobación, y entrar por la puerta grande a la política nacional. Bastaron sin embargo unos cuantos meses para que ese castillo levantado sobre cimientos de cristal se derrumbara. El costo de los "hallazgos financieros" de Moreira se volvió insostenible y hubo que recurrir a los bancos para refinanciar $36,000 millones gastados previamente sin permiso, orden o control.
Hubo que recortar programas, desocupar burócratas y subir impuestos, y aún así nuestros nietos pagarán por la bacanal de este período.
No es casual que EPN empujara la salida de Humberto Moreira del CEN del PRI y vetara su posible candidatura al Senado. Es posible que estas decisiones estuviesen motivadas por la coyuntura electoral, pero la evidencia dejó en claro que el estilo de gobierno que personifica Moreira es disonante con el proyecto de nación que Peña prometió impulsar. Todos los partidos tienen impresentables, pero ninguno puede sostenerlos en primera fila.
Los resultados permiten apreciar el efecto electoral del Moreirazo. De 721,000 votos obtenidos en la elección de Gobernador en julio de 2011, el PRI sólo retuvo 453,000 para Peña y 400,199 para sus candidatos al Congreso. De haber estado en juego la Gubernatura, el PRI habría perdido Coahuila, como perdió en la casilla donde votó Humberto Moreira.
Una vez que las autoridades electorales despejen cualquier duda asociada con los comicios, los priistas deberán analizar con humildad los mensajes del electorado. Al menos en Coahuila, espero que los resultados sirvan para que EPN reafirme su compromiso de hacer un gobierno donde "no tendrá cabida la corrupción, el encubrimiento y mucho menos la impunidad", y para que los priistas libres de Coahuila entiendan que es posible y necesario diferenciarse del grupo que manda en el Estado.
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