Dice adiós. Benedicto XVI aborda el avión en el Aeropuerto de Guanajuato para dirigirse a Santiago de Cuba. Miles de mexicanos asistieron a la ceremonia de despedida.
El beso de la primera dama al Papa en la mano levanta una aclamación aprobatoria de los fieles, y enseguida Benedicto XVI emprende el lento, muy lento ascenso de la escalerilla del gigantesco Boeing 777-200 que lo trajo a México y lo transportará de inmediato a La Habana, Cuba.
Margarita Zavala se decide en el último momento, y en la reverencia deja el beso que, además de la piel del Pontífice, toca las fibras sentimentales de la gente que sigue el lento andar del Vicario de Cristo.
Entonces, la otra estocada la da el mariachi con "Las Golondrinas", la despedida a este alemán que confesó que se siente mexicano y que sabe lo que sentía Juan Pablo II.
La gente le cantó el domingo afuera del Colegio Miraflores la emblemática "Cielito lindo", y él escuchó y se puso el sombrero blanco y oro, los colores de sus hábitos pontificios, que le obsequiaron en esta visita, la que cambió a Joseph Ratzinger, un intelectual de 85 años de edad, que tras siete años de Papa, es otro.
Ratzinger, el de antes de esta visita ha sido un jefe de la Iglesia circunspecto, nada fotogénico, más líder para la reflexión que pastor de emociones. Pero el que va subiendo los escalones ha querido amar a su grey católica mexicana y el resultado ha sido que sonríe complacido.
El presidente Felipe Calderón y la señora Margarita Zavala flanquean al pescador de almas en el escenario de la ceremonia de despedida, y es cuando la gente a coro pide la bendición de Benedicto XVI. Levanta la mano y con los dedos dibuja la cruz en el aire. Tres veces bendice. Y sonríe humilde. Momento de sencillez y de efecto mayúsculo en los creyentes.
Impartida la bendición, justo su último acto pastoral en El Bajío, el líder de los católicos une la palmas de sus manos, mientras que sus fieles gritan jubilosos: "¡Papa, te queremos! ¡Papa, te queremos!". Esa declaración se mezcla con la porra "¡Benedicto, hermano, ya eres mexicano!". La más espontánea: "¡Benedicto, Benedicto!". Y la que iba como anillo al dedo: "¡Benedicto, amigo, quédate conmigo!".
Entre los presentes bendecidos (hay que incluir a los espectadores a través de la televisión) estaba Guadalupe Acosta (PRD), líder del Congreso, que ahora sí estrecha la diestra de Felipe Calderón, saludo que no dio en la bienvenida al Papa por una rara cuestión protocolaria que levantó alharaca discordante con la hermandad general que se mostraba al Pontífice. El perredista, que se enorgullece de su nombre y de sus creencias, saluda al Papa cordial.
La gente ve el esfuerzo que hace el Sumo Pontífice para subir al avión, y todos se quedan en silencio, sin moverse de sus lugares, mirando al hombre encorvado.
Calderón espera 15 minutos en la plataforma del aeropuerto a que el avión de Benedicto XVI despegue, en una muestra de respeto que el Presidente de México no tiene con ningún otro dignatario del mundo.