Durante muchos años, décadas ya, Cuba ha sido un referente mayor en la política exterior de México.
La entrada triunfal de los barbudos de Sierra Maestra a La Habana, el primero de enero de 1959, sacudió al hemisferio americano y convirtió a la isla mayor de las Antillas en símbolo e inspiración para la izquierda latinoamericana. Eran los años de la Guerra Fría y de la férrea disputa geopolítica del mundo.
El triunfo de la Revolución Cubana parecía mostrar a los pueblos oprimidos de América Latina gobernados entonces, en su mayoría, por dictaduras, que era posible instaurar una alternativa justiciera a 600 millas de Estados Unidos. Los logros de los primeros años en educación, salud y deporte, parecieron mostrar el compromiso social del nuevo régimen.
Los vínculos de la revolución cubana con México fueron entrañables. Aquí preparó Fidel Castro a la guerrilla; aquí conoció al "Che" Guevara; de aquí partió el grupo que inició, desde la Sierra Maestra, la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Pero en la relación de los gobiernos de la República priista con la Revolución Cubana hay mucho de mito y maquillaje.
Una de las claves de "la paz del PRI" residió en el manejo astuto de su relación con Cuba, un verdadero juego doble. La relación especial con el gobierno socialista de Fidel Castro "vacunaba" a México de la tentación cubana de financiar las guerrillas en América Latina. Pero, al mismo tiempo, permitía a las agencias de inteligencia norteamericanas operar libremente en México, no sólo eso, las proveía de información sensible de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) sobre los movimientos de grupos extremistas mexicanos o extranjeros en nuestro país.
Con excepción de un incidente en 1969, cuando el gobierno cubano descubrió que el consejero de prensa de nuestra embajada en La Habana, Humberto Carrillo Colón, era agente de la CIA, la relación de los gobiernos del PRI con Cuba fue sólida.
El primer gobierno de la alternancia no tenía que seguir esa línea. Con Fox las tensiones entre ambos gobiernos llegaron casi a la ruptura. Quedó para el anecdotario el célebre "comes y te vas"; también la decisión de disponer la salida de México del embajador de Cuba, la expulsión del consejero político y el retiro de nuestra embajadora en La Habana.
Como sus líderes, la Revolución cubana fue envejeciendo. El bloqueo ilegal del gobierno norteamericano ha sido una eficaz coartada para mantener un régimen policiaco que trata con severidad a sus opositores. Sin embargo, la leyenda sigue viva.
Como parte de una gira que incluye Haití y, sobre todo, Cartagena de Indias, Colombia, donde se celebrará este fin de semana la VI Cumbre de las Américas, el presidente Felipe Calderón pasó por Cuba, aprovechó el viaje y cumplió, así, en el último tramo de su gobierno, la tradición de que los presidentes de ambas naciones se encuentren en La Habana.
Calderón acudió a ver con sus propios ojos lo que significa el socialismo real; a tomarse la foto en la Plaza de la Revolución. Pero con su visita reconocerá un hecho innegable: que pese a todo, Cuba sigue siendo un actor relevante en la política de América Latina, que mantiene autoridad ante gobiernos, como el de Hugo Chávez, en Venezuela, y el de Rafael Correa en Ecuador, así como ante partidos y movimientos de izquierda, petrificados en los años 60.
No parece haber otra razón que explique la visita: la relación comercial entre los países es muy pobre; Cuba tiene un viejo adeudo con México de 413 millones de pesos que buscará renegociar, su precaria economía le impide cumplir sus compromisos.
Es muy poco lo que puede acordar un presidente que está en su última hora con el gobierno de un país que desde hace tiempo experimenta una profunda crisis. El presidente Calderón recompuso las relaciones diplomáticas con La Habana, severamente dañadas en el foxismo; y ayer, con la foto entre ambos mandatarios, cumplió con la tradición. No más.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario
@alfonsozarate