Al luminoso recuerdo de Carlos Fuentes.
Ara morir, lo único que hace falta es estar vivo y Carlos Fuentes estaba vivo, lúcido, intenso, siempre activo, siempre viajero, siempre escritor. A los ochenta y tres años murió con la pluma en la mano dejando dos novelas pendientes y proyectos para veinte años más. Envidiable cuando la muerte llega y nos encuentra vivos. Este no es el tema de hoy, pero me resulta imposible pasar por alto el fallecimiento de Carlos Fuentes y la pena infinita de su esposa Silvia Lemus. Pero la vida sigue y ahora sí, me ocupo de mi tema.
Vino vio y venció. Convocó la concentración más grande en la historia de nuestro Zócalo y calles aledañas. La cifra oficial 115 mil, según Marcelo Ebrard 200 mil personas de todas las edades vibramos, cantamos y bailamos al son que nos tocó el ex Beatle. Queta, de 58 años prefirió festejar el día de las madres con Paul McCartney que con su hijo: "Fui una niña regañada, pero ahora que ya estoy grande, dije, yo me voy". Omar de 29 años manejó 18 horas desde Mérida hasta esta capital donde hizo cola otras ocho para conseguir un boleto y trece más para ver y escuchar a su ídolo "en vivo". Aguantar la lluvia, el frío de la noche, el bravo sol de medio día y hasta la hostilización de la Policía que intentó retirar a los fans cuando dos días antes del concierto comenzaron a formarse en las calles del Centro Histórico; cualquier sacrificio justifica la oportunidad de ver y escuchar al legendario Paul de sesenta y ocho años y contagiosa energía. Bajista, pianista, guitarrista, cantante, y compositor, Paul es también viudo, divorciado, recién casado y padre de cuatro hijos, Caballero de la Reina Isabel II de Inglaterra, activista de los derechos de los animales, y como casi todo rockero alguna vez cayó en el infierno del alcohol y de las drogas de donde salió vivo porque McCartney es incombustible.
-Vas o te quedas, le dije al Querubín. Yo ni loco voy a amasarme con las masas, me respondió y los dos juntitos salimos a tiempo para amotinarnos en la terraza del vetusto hotel Mayestic (con una vista privilegiada sobre el Zócalo) y asistir al concierto desde ahí.
"Viva México cabrones" gritó en algún momento McCartney a quien seguramente alguien le informó que los mexicanos nos llevamos pesado. No se equivocó porque la multitud en total frenesí lo acogió como se acoge a un viejo y entrañable amigo.
"El amor era como un juego fácil/ Ahora necesito un lugar donde esconderme/ Oh, creo en el ayer" canta Paul y la multitud se prende. No el balde Yesterday es la canción más popular del mundo y la que resuena en mi corazón porque me transporta al Londres austero y flemático de los setenta y a un romance inolvidable como suelen serlo los romances prohibidos. Al asombro que provocaba el giro de noventa grados que estaban dando al mundo Los Beatles, la minifalda, la mezclilla, Tuigy y los hippies en pleno auge de amor y paz. Compartí el entusiasmo que provocó la presencia de McCartney entre nosotros, la parte que no entiendo es la que dice: "En vivo" Suponiendo que algunos miles de personas digamos que una compacta masa humana alcanzó a verlo y a escucharlo "en vivo" ¿Desde qué distancia? ¿Con qué perspectiva? Entiendo que las primeros diez, veinte mil más "cercanos" al foro, con mucha dificultad alcanzaron a ver algo más que un punto, una hormiga en la distancia. Pero y los otros ciento ochenta mil ¿qué fue lo que vimos? Pues nada menos que las monumentales pantallas estratégicamente colocadas para que todos tuviéramos la sensación de que lo que veíamos era real.
Es verdad que aquí y allá las luces elaboran la emoción y disponen el ánimo para el espectáculo. Ya dispuestos a creer, creemos que verlo en la pantalla es lo mismo que ver al mítico ex Beatle en vivo. Después de todo ¿cuál es la diferencia? La imagen multiplicada de Paul, lo convierte en un ser omnipresente, mágico ante un público al que no nos importa demasiado ver y escuchar al artista sino estar ahí, participar en vivo, confirmar nuestra identidad de multitudinarios tercermilenaristas, pertenecer a la masa de miradores que al día siguiente pudimos decir a los amigos: ¿Cómo que no fuiste al concierto? Estuvo ma-ra-vi-llo-so.
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