Siglo Nuevo

Encuentro con Goethe

NUESTRO MUNDO

Encuentro con Goethe

Encuentro con Goethe

Jacinto Faya

Señor Goethe: sabemos que su obra Fausto es considerada una de las cinco más grandiosas de la literatura universal. Forma parte de esa excelsa aportación a la que pertenecen la Ilíada de Homero y la Divina Comedia de Dante. ¿A qué debe usted que Fausto constituya hoy en día una antorcha para la humanidad?

“¡Mire, amigo!: gracias por sus palabras, pero sí quiero señalar que tardé 60 años en escribir mi Fausto. Creo que a lo largo de esta obra siempre, pero siempre, insisto en algunas cuestiones fundamentales. ¿Como cuáles? Si usted lee cuidadosamente, de inmediato advertirá que de una manera o de otra, sitúo al hombre en lo más alto. Siempre he creído que el ser humano goza mucho de lo divino. Y por ello me he empeñado en señalar que los puntos cardinales de la existencia de toda persona no pueden ser más que la constante aspiración a lo bueno, a lo noble, a lo bello y a lo verdadero”.

¿No peca de ingenua su opinión, dada la crueldad que día a día presenciamos en la Tierra? “La crueldad es la consecuencia de no haber estado en contacto con lo más sublime. ¡Cierto que hay una reiterada crueldad a través de la evolución humana! Pero ¿hemos reparado en los millones de actos de bondad y de amor que este mismo día se han dado entre los seres humanos? Siempre he sostenido, amigo, que el hombre lleva al nacer un poderoso instinto de servir a otros. Y que además únicamente puede ser dichoso aquél que quiere dar. En ese sentido la generosidad es una virtud cumbre, que por sí sola tiene el poder de convertir a las personas infelices en plenamente felices”.

Sí, señor Goethe: recuerdo que esta idea la expone en la primera parte de su Fausto. Pero ¿qué debemos hacer ante el enorme cúmulo de problemas? “¿A qué turbar con tan negras reflexiones los goces de estas horas deliciosas? Los hombres deben darse tiempo para observar cómo declina el Sol y se hunde en el ocaso, dejando un resplandor que embellece el cielo con una gama de colores que sólo la Naturaleza puede brindarnos; celajes que deberíamos aprisionar en nuestras retinas como una parte de nuestra educación. ¡Recuerde que uno de los más graves errores de todos los sistemas educativos ha consistido en que no nos educan en la belleza! Todos los pueblos del mundo están ávidos de ser instruidos en ella, y dé por seguro que únicamente esa educación haría de la Tierra un mejor lugar para vivir”.

¡Absolutamente de acuerdo, señor Goethe! Y el caso más palpable lo tenemos en la Grecia antigua, en donde el cultivo de la belleza ocupaba un lugar preponderante en el alma de todo griego: belleza en la poseía, en los bailables, la pintura, la arquitectura, la escultura, y en fin, en todos los ámbitos de la vida.

“¡Excelente, amigo! Usted puede leer lo que escribí acerca del dios Sol y de la plenitud de vida que este astro producía en mi alma. Es lo siguiente: ¡Ah! ¡Que no tenga yo alas para elevarme más arriba de la tierra y lanzarme anhelante en pos, siempre en pos de él! (Del Sol.) Entonces vería, en su perenne crepúsculo vespertino, el mundo silencioso a mis pies, abrazadas las cumbres, plácidos los valles y el arroyuelo de plata correr convertido en oro su corriente. La abrupta sierra, con todos sus despeñaderos, no atajaría entonces mi carrera, semejante a la de los dioses. Ante los ojos atónitos, se extiende ya el mar con sus abrigados senos. Pero el dios (el Sol) tiene trazas de hundirse y desaparecer a lo lejos. Con todo, se despierta un nuevo impulso, y con apresurado vuelo sigo adelante para saciarme de su eterna luz. Ante mí, el día; detrás de mí, la noche; el cielo arriba, las olas abajo. ¡Qué delicioso sueño! Y en tanto, el astro desaparece. ¡Ay! Con las alas del espíritu no se juntará tan fácilmente ninguna ala corpórea. Y a pesar de todo, es innato en cada hombre que su alma se lance hacia arriba y adelante, cuando por cima de nosotros, perdida en el espacio azul, la alondra emite sus notas estridentes; cuando más escarpadas cumbres pobladas de pinos se cierne el águila con las alas extendidas, y dominando llanuras y mares, la grulla vuela afanosa hacia su país natal”.

¡Es asombroso, señor Goethe, cuando las palabras están llenas de fuego y belleza! Y es asombroso porque la palabra bella tiene la fuerza de convertirnos en mejores personas. Su reflexión, señor Goethe, es poderosa; sus metáforas resplandecen por su inteligencia. Su cavilación del Fausto eleva nuestro espíritu y ensancha nuestros corazones. ¡Cuánta razón tiene usted! La belleza educa al alma y un lenguaje bello nos pone en armonía con el Universo. ¡Qué hermosa oportunidad haber podido tener este encuentro con usted!

Twitter: @palabrasdpoder

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Encuentro con Goethe

Clasificados

ID: 719026

elsiglo.mx