Enfermedad y libre albedrío II
En el artículo anterior hablé un poco sobre el libro de la estadounidense Louise L. Hay, quien sostiene la teoría de que, en el fondo de la inconciencia o la conciencia, todos somos causantes de nuestras enfermedades. Sin embargo, la autora no toma en cuenta que todos los padecimientos se desarrollan tanto por factores internos como externos al organismo. Y en algunos casos la influencia externa es muy fuerte, pues nos exponemos a elementos frente a los que estamos indefensos. Aquí mismo, en La Laguna, es bien sabido la gran contaminación de arsénico que encontramos en el agua y todos los problemas de salud que ello conlleva, no sólo el aumento en la incidencia de cáncer, también de insuficiencia renal y hepática, entre otras.
No tenemos tanta voluntad o albedrío como creemos, en cuanto a la salud se refiere. Otros factores son los genéticos, que son una fuerza con la que hay que luchar constantemente. El ejemplo más común es el de los padres diabéticos, hipertensos o que padecieron cáncer y que heredan la predisposición de sufrir dichas enfermedades a los hijos. De manera que las personas deberán de tomar muchas precauciones para evitarlas. Lo malo es que de los padres no sólo se heredan los genes sino también los malos hábitos alimenticios; si la comida que ingirió un niño fue alta en grasa y carbohidratos, es seguro que de adulto añorará consumirlos, no sólo por nostalgia sino porque su organismo estará acostumbrado a tomar energía a partir de esos nutrientes.
En el libro El lenguaje del cuerpo de Francis Collins, el científico estadounidense expone un experimento extraordinario en el que se observó que en un grupo de ratas de laboratorio a las que alimentaron en exceso, no todas comían igual, sino que algunas parecían insaciables y, por lo tanto, éstas resultaron con obesidad. Al estudiarlas individualmente encontraron que cada una de las ratas obesas poseía en su intestino una bacteria que las otras (las de peso normal) no alojaban. Luego, los científicos inocularon estas bacterias, aparentemente causantes del apetito voraz, a los roedores sin sobrepeso. Entonces vieron que éstos comenzaron a comer más y en consecuencia se volvieron igual de gordos. De esta manera podría surgir la teoría de que la obesidad es tratable con un antibiótico específico. Sin embargo, estas investigaciones no se pueden establecer como definitivas o válidas, pues en humanos no sea ha comprobado este fenómeno. Pero ello explicaría el frecuente fracaso en el tratamiento de la obesidad.
Todavía hay muchos secretos por descubrir sobre las bacterias que habitan nuestro cuerpo. Collins recuerda que no hace muchos años el tratamiento de la úlcera gástrica estaba encaminado solamente a disminuir el ácido generado por el estómago, por eso la terapéutica no resultaba efectiva. Hasta que se descubrió que la bacteria Helicobacter pylori era la causante de la úlcera fue posible evitar los riesgos de perforación gástrica por úlcera. Actualmente el tratamiento del que se obtienen mejores resultados necesariamente incluye antibióticos.
Desde luego (aunque suene a mojigatería) evitar los pecados capitales como la gula, que nos trae obesidad; la lujuria, que favorece las enfermedades de transmisión sexual; la ira, porque en la serenidad se mantiene mejor inmunidad, todo ello ayudará a que haya más armonía en el organismo. Aunque nos ataquen el clima, la contaminación, las epidemias y las hormonas o tóxicos que tomamos sin saber.
Los libros de autoayuda como el de Tú puedes sanar tu cuerpo, entusiasman a los lectores porque creen que por fin, a voluntad, podrán tener una vida saludable, pero al final este tipo de literatura resulta ser sólo charlatanería, pues las personas centrarán sus expectativas de salud en el libre albedrío sin tomar en cuenta las dependencias orgánicas y psicológicas, la genética, el entorno y el tiempo vivido. Por ello muchas personas sufren doblemente: la enfermedad y la culpa por no ser capaces de evitarla, algo que en la mayoría de los casos absurdo.
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