Cuando por años se advierte un error y, por fin, alguien intenta corregirlo es obligado
reconocerlo.
El proyecto del Presidente electo, Enrique Peña Nieto, para rediseñar la administración, particularmente en lo relativo a la desaparición de la Secretaría de Seguridad Pública para que Gobernación asuma sus facultades y funciones, repara en el error y pretende corregirlo. Enhorabuena.
Faltan los detalles (importantísimos) de esa propuesta para valorar su posibilidad. Aun así, no sobra reconocer la intención de resolver, en vez de administrar, un problema que ha sangrando de manera inaceptable e injustificable al país, desgarrando su tejido social y haciendo de la violencia su costumbre.
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Si la frivolidad de Vicente Fox dio origen al error y el capricho de Felipe Calderón a su profundización, el proyecto de reforma propuesto exhibe el fracaso de ambos mandatarios en materia de seguridad y política interior al tiempo que cuestiona -sin decirlo- el baño de sangre al que fue sometido el país. Mayor descalificación a la política sostenida por el panismo durante 12 años no existe.
Más de una oportunidad tuvieron el foxismo y el calderonismo para enmendar el error, pero la desperdiciaron.
Fox tuvo varias. La megamarcha contra la delincuencia, en junio de 2004; la renuncia de Alejandro Gertz, presentada groseramente como jubilación, agosto de 2004; la lamentable muerte de Ramón Martín Huerta cuando ocupaba la Secretaría de Seguridad Pública, septiembre de 2005, que llevó a Eduardo Medina-Mora a esa posición.
(Una anotación sobre este último personaje: ojalá sea un rumor la idea de nombrarlo embajador ante Estados Unidos o, peor aún, secretario de Relaciones Exteriores. Su desempeño en las tareas de inteligencia, seguridad y procuración de justicia así como la pretensión de operar un cambio en el combate al crimen, donde mucho habrá que acordar con el vecino del norte, lo descalifican en una u otra posición como interlocutor de esa potencia.)
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El calderonismo pudo pero no quiso rediseñar y articular la política interior y la de seguridad.
Los resultados del foxismo obligaban corregir el error, pero lejos de enmendarlo se profundizó. Se nombró secretario de Estado a un cuadro sin talla para ello que, por lo demás, ya arrastraba problemas importantes y no acababa de consolidar su gran proyecto durante el foxismo: la Agencia Federal de Investigación.
Se dio un mal paso... y vinieron los tropiezos en cadena. Se empoderó al secretario de Seguridad sin limitar, encuadrar y coordinar su tarea en el marco de la política interior ni articular su función con el Ejército y la Marina. Así, la supuesta estrategia contra el crimen empezó al revés: Calderón se fue a la guerra sin conocer al enemigo ni a su tropa y, hoy, no acaba de certificar si son suyos quienes están con él.
Aunado a ello, Gobernación -cinco titulares en seis años, dos sustituciones por lamentables y fatales accidentes- se convirtió en la ventanilla destinada a turnar asuntos que, por su desmantelamiento, no podía atender. En noviembre de 2008, a su tercer secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, Calderón le encomendó fortalecer por la vía del diálogo las relaciones políticas con poderes, entidades e institutos y asegurar el cumplimiento del Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad... la imposibilidad era obvia. Y al último, sólo le encargó ocupar el lugar.
Dicho y no en sentido figurado, el secretario de Seguridad Pública se constituyó en el primer ministro, y el primer ministro en el último. La reiterada evidencia del fracaso en uno y otro campo -sin concebirlo como uno solo- no llevó a Felipe Calderón a revisar la causa del problema. No, con ráfagas de spots, bombardeo de boletines, batería de declaraciones y discursos de salva se quiso negar la realidad ensangrentada.
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La propuesta de Enrique Peña Nieto reconoce la urgencia e importancia de reestructurar el gobierno para instrumentar la respuesta a la antipolítica y la inseguridad, sobreponer el ejercicio del poder a la rutina del no poder y reivindicar el gobierno como tal y no como turno para administrar problemas.
La apuesta implícita en la desaparición de la Secretaría de Seguridad Pública para que Gobernación asuma sus funciones y, en esa condición, se convierta (no la llama por su nombre la iniciativa) en la Secretaría del Interior es alta.
Planta al secretario de Gobernación como jefe de Gabinete al reconcentrar en él importantísimas facultades y funciones -coordinar al gabinete con derecho a convocarlo y responsabilizarse de la seguridad pública y nacional así como de la política interior-, pero no lo reconoce como tal. La propuesta de reforma del artículo 10 de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal dice que "las Secretarías de Estado tendrán igual rango, y entre ellas no habrá, por lo tanto, preeminencia alguna". Sin embargo, el resto de ese artículo como otros más relacionados con Gobernación -sin mencionar los considerandos de la iniciativa- lo reconocen como algo más que un par entre nones. Esa contradicción podría confundir, en vez de aclarar, su posición en el gabinete.
Hay, además, algunas dudas o lagunas en la iniciativa que es menester pulir en su dictaminación o aclarar en la reglamentación de las funciones y facultades del secretario de Gobernación. La propuesta de reforma conserva la figura de la Policía Federal, ¿se descarta la Gendarmería? El fortalecimiento del secretario de Gobernación provoca una idea de bipolaridad con el secretario de Hacienda. ¿Es una idea falsa o cierta?
La propuesta no define -se entiende que el espacio para ello es el reglamento- cuántas subsecretarías tendrá la renovada Secretaría de Gobernación y sería bueno saberlo antes de modificar la ley. Ahora Gobernación cuenta formalmente con cinco subsecretarías y Seguridad Pública con cuatro, si se trasladan, en automático, las subsecretarias de Seguridad Pública a Gobernación, se provocará un desbalance: el secretario de Gobernación aparecería como un hombre poderoso, pero más poderoso que él sería el subsecretario de Seguridad. Conocer el proyecto de reglamento junto a la propuesta de modificación a la Ley ayudaría a entender en su concepto y operación la reforma para determinar su posibilidad.
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Se quiere corregir un error, qué bueno. Ojalá la inteligencia, la grandeza y la decisión impulsen en el equipo de Enrique Peña Nieto la debida reestructura del gobierno para darle al país la oportunidad de ver en la política y la seguridad el instrumento de su entendimiento y no el arma de su discordia.
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