¿Importa?
¿Tendrá alguna importancia? Han intentado remozar la plaza; mas no vieron su entorno. Desde hace mucho, de aquí se ha ido la infancia. La de la ciudad y la mía. Ni el viejo restaurante de postín ni el cine a donde llegaban los artistas de la capital; donde pude sentir la emoción del matiné y los pisos de madera, donde alguna vez subí el escenario para recibir alguna medalla escolar; donde el tiempo simplemente se esfumó para volver a lo que era en un principio, polvo.
Las fuentes, la reproducción de las fuentes porque ni siquiera son las originales, quedan ahí como la presunción de un pasado que fue un simple sueño, hoy roto. Miran hacia la pretensión de boulevard, en aquellos tiempos se decía que lo era, con las palmeras que los inviernos han pretendido quemar. Esa avenida de palmeras que va a topar a una fuente donde un hombre piensa; porque dicen que los hombres piensan.
¿Importa? Esa calle se ha convertido en arena que se nos escurre por entre los dedos de las manos. Uno a uno, los edificios se van dejando a envejecer, o ni siquiera nacen. Viles pretensiones de grandeza que han quedado en la nada, en un sueño truncado, en la noche tenebrosa donde las damiselas pernoctan buscando salvar el único negocio que en esa calle hoy se puede dar.
Y pensar que en nuestra juventud era el camino que cada domingo por la tarde tomábamos para encontrarnos con el amigo o con el amor. Era la extensión de la plaza, de todas las plazas del mundo, donde la juvenil mano trémula buscaba otra para asir el sueño del futuro. Donde los sueños trotaban en pos de una promesa llena de fe.
Aquí el restaurante, allá la vidriera, los hoteles parecían vigilantes con ojo atento. El temor no existía, porque todo era un fluir de pasos deseosos de vencer al desierto; un fluir de vida. ¿Y adónde ha quedado aquella vida? Un negocio más cierra se vuelve estacionamiento. Las pintas vienen a suplir las fachadas, y los rondines militares te recuerdan que los sueños han acabado.
Hoy no hay pasos, y sólo fluye el miedo agazapado en espera a que los edificios comiencen a caer uno a uno, como el cine, para convertirse en el polvo del principio.
¿Importa? Qué función puede tener en estos tiempos un reloj que marca la hora en medio de la plaza. Fuera de las campanadas lúgubre que te hacen la pregunta de cuándo morirá, creo que ninguna. Hoy pocos se cuestionan que las fuentes sean alemanas, y menos se preguntan sobre la gesta revolucionaria, los crueles episodios; aquel donde los chinos perdieron la vida; nuestra muerte no es más que continuación de la de ellos. Un sueño que se estrella contra el pavimento es igual a un sueño que se estrella contra la falta de futuro.
Nadie espera que las puertas del Casino se vuelvan a abrir para ofrecerse en uno de esos antiguos bailes donde nos gustaba lucir el mejor atuendo. Ya ni siquiera nos importa los atuendos, así como la ciudad ha ido perdiendo el suyo, a nosotros nos van quedando los harapos sobre el cuerpo. Un sueño el smoking, como una fantasía pulverizada aquel almacén de ropa o casa de fotografía que ya no existen. Nos quedan algunas firmas, dirán, y grandes firmas; mas eso sólo consuela a los tontos. Éramos más mucho más que una plaza mal reconstruida; más que una calle cerrada sin beneficio alguno, más que un edificio de diez pisos que no ha sido antecedente de nuestra grandeza.
En la periferia ha ido creciendo otra ciudad; de parte de ese crecimiento ni siquiera podemos sentirnos orgullosos porque ha venido de fuera; y a él nos hemos ido a refugiar. Nos han quitado la plaza, el centro, la vida comercial, el paseo, el cine y poco faltará para que nos quiten el teatro. Nos han quitado la calle con palmeras, se van llevando los monumentos, los edificios envejecen, los negocios se acaban, los sueños huyen de la ciudad.
Antes todo mundo iba, hoy nadie va.
Antes todo mundo se daba cita ahí, hoy, nadie cita en ese lugar.
Antes era el orgullo, hoy es la pena que estruja al corazón.
Ecos puros ecos (mami en los aparadores de la Suiza vi el trenecito que quiero para Navidad). Ecos que también van buscando su escape (anda, ve a casa Lack y compra un Kilo de Clavos) murmullos que las nuevas generaciones ya no entienden. (En El Modelo venden los materiales para mi trabajo manual) susurros que no quisieran desvanecerse (no diga ¡ay! diga Jaik) historia que quizás ni como historia importe (¿Qué dijiste Don Pioquinto?).
¿Importa? Ya no, ni el viejo estudio de la XETB donde se daban conciertos, tal vez las primeras presentaciones de Pilar Rioja, o fue en el Casino de La Laguna, acompañada por el Maestro Vilalta; el Princesa, que sirvieron de cobijo a las presentaciones de Mercedes Shade, de los primeros grupos promotores de cultura.
Por lo menos la plaza sirve para danzar a la vieja usanza, cuando el baile era el pretexto para sentir el calor del otro, para demostrar que los pasos podían hermanarse con el ritmo. ¿Importa? Hoy bailamos suelto y hemos perdido a nuestra compañera de baile. Le han asaltado, la han violado, la han raptado, la han dejado en harapos y nosotros ni cuenta, seguimos bailando en medio de la soledad, de la penumbra, sin poder escuchar el llanto de las palmas.
Si no hemos podido darnos cuenta de cómo se ha venido abajo el monumental letrero que pendía en nuestro cielo: "Vencimos al desierto", creo que no podemos darnos cuenta de nada.
¿Importa?
Por: José Luis Herrera Arce