Los romanos ponían un par de monedas de oro en los ojos del muerto para que tuviera con que pagar al barquero. Los náhuatl se valían de un perro para que los guiara por el inframundo. Los faraones egipcios edificaron sus grandes monumentos esperando la resurrección, y los acondicionaron con lujos en la creencia de que podían seguir disfrutando de ellos por la eternidad. Los reyes incas se momificaban y seguían siendo dueños de sus posesiones para obligar a los herederos a la conquista.
Todas las culturas, de una manera o de otra, han deseado tener una trascendencia, otra forma de existir que es radicalmente opuesta a la manera de vivir a la que estamos acostumbrados. Simplemente pensamos que en esa otra manera de vivir y de ser, consiste la felicidad. La salvación es obtener la felicidad eterna que muy pocos sabrían definirla. ¿Es una contemplación de lo perfecto? ¿O es la pérdida de la conciencia? No lo sabemos. Hay muchas metáforas que intentan describirla, pero no estamos muy seguros de a qué se refieren. Queremos aferrarnos a pensar que más allá de esta vida hay otra vida en donde no nos faltará nada.
Algunos ya han perdido la fe y se contentan con vivir esta vida de la mejor manera posible. Si la idea de la vida futura esclavizó para ganar méritos de buen comportamiento, el haber perdido la fe ha servido para romper su dependencia con toda regla ética o moral. De alguna manera, o de otra, lo que era promesa para después de la vida, lo han querido obtener en ésta, a cualquier precio, no importando a quién se lleven entre los pies o cuantas muertes, sufrimiento y dolor, provoquen. Su manera de ser feliz la traducen en el lujo, en el oro, en lo que se puede comprar, en la fuerza, en el miedo, en el terror, en lo que mil veces hemos imaginado como el infierno.
Vivir con fe o vivir sin fe nos lleva a lo mismo con relación a la muerte o con relación a la vida. ¿Tiene algún sentido vivir? ¿Tiene algún sentido morir? Esta es la pregunta fundamental porque es preguntarnos ¿Tiene algún sentido el hombre?
Dirán que esta última pregunta tampoco tiene sentido, porque el fin de cuentas, el hombre es un animal más que simplemente vive porque tiene que hacerlo y lo hace de la mejor manera posible.
Yo no estaría de acuerdo con ello porque el hombre, sobre todo, tiene conciencia y ello marca la gran diferencia con los demás seres que existen en este mundo. Mi conciencia me hace saber que soy; me hace saber que algún día no seré. Entre este ser y este no ser ¿Qué más hay?
Vamos resolviendo las cosas por partes. Para algunos hay otra forma de ser, el de la memoria. Nos acordamos de la existencia de San Francisco de Asís, un idealista; nos acordamos de Calígula, un loco. Nos acordamos de Gandhi y nos acordamos de Hitler. Siguen existiendo en la memoria. En las escuelas nos hablan de la existencia de muchos; los buenos y los malos que han ido construyendo nuestra historia.
Por lo menos ese tipo de ser sí perdura, para admiración u odio de las nuevas generaciones, como provocaron admiración u odio de sus contemporáneos. Desde aquí podemos partir en la construcción de nuestro sentido de ser. Lo humano, construir lo humano. ¿Nos conformaremos con la misma condición del animal que mata para comer o para imponerse por la fuerza ante el más débil? ¿Nos conformaremos con definirnos por lo que tenemos? ¿Qué tenía San Francisco? ¿Negaremos las demás necesidades humanas que no sabemos manejar como el amor y el arte? ¿Podemos comprar el amor?, el arte lo podemos comprar, pero ¿el dinero nos sirve para disfrutarlo? Si somos incapaces de gozar lo que esta vida nos ofrece, como la convivencia con los demás o los placeres estéticos, ¿cómo pensamos en otro mundo lleno de felicidad? ¿Nos preparamos para vivir esa felicidad? Lo dudo mucho. El reino de los cielos es una semilla de mostaza que crece y madura, que hay que preservar en contra de las plagas. Se prepara para ser el gran árbol. ¿Nos preparamos para ser el gran hombre? Creo que no.
El sentido de la muerte es el sentido de la vida. Una moneda en los ojos o un perro no nos resuelve el tránsito de una manera de ser a otra. Somos nosotros; o más bien dicho, nuestra conciencia. Si hay un cielo, comienza en el aquí y en el ahora. Este es nuestro cielo y nuestro infierno. Nada es gratuito.