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Es Barack… otra vez

PATRICIO DE LA FUENTE
"Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción".— Samuel Johonson
"Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol".— Martin Luther King

Por ahí de las once de la noche del pasado martes, en el marco del día de elecciones en Estados Unidos y después de casi diecisiete horas de transmisión no interrumpida, a la redacción de la televisora nos llegó un correo electrónico firmado por el hombre más poderoso sobre la faz de la tierra; una misiva de quien, contra todos las apuestas en lo que sería una contienda de final cardiaco, acababa de ser declarado vencedor y con ello prolongaba, por otros cuatro años su estancia en el centro neurálgico del poder: la Casa Blanca.

Reza la carta dirigida a todas aquellas personas a las cuales Obama pidió, de nueva cuenta, que le otorgasen la confianza, como uno de los valores supremos del ser humano y el cual, en estos tiempos a veces resulta tan difícil de dar: "Estoy a punto de dirigirme a la multitud en Chicago pero quería, antes que nada, darte las gracias. Esto no fue un accidente del destino; tú lo lograste. No fue fácil, pero gracias a tu impulso lo conseguimos. Pasaré el resto de mi Presidencia honrando el apoyo que me diste y haciendo posible, con esfuerzo, entrega y pasión creadora, los sueños que nos planteamos al comienzo. Este día queda como un claro ejemplo de lo que pese a poderosos intereses y contra todos los pronósticos, los americanos comunes somos capaces de lograr. Hay mucho trabajo aún por hacer, pero por ahora te doy las gracias. Barack".

Lo cierto, querido lector, es que no han sido años fáciles para el mundo ni mucho menos para Estados Unidos. Los resabios de la monumental crisis financiera de 2008 y los excesos de una administración mediocre y de triste memoria -la de George W. Bush- están ahí como recordatorio y consecuencia de nuestro apetito voraz por acumular bienes materiales y construir riqueza virtual. A la larga, la bonanza resulta insostenible, y la impermanencia y finitud de las cosas son indicativos, si los hay, de la estupidez humana.

A pesar de sus errores y fracasos, aunque no haya cumplido con las enormes expectativas y esperanza que significó su histórica victoria hace ya cuatro años -que se antojan eternos- Barack Obama será de nuevo presidente, pues como bien me lo dijo una amiga hace no mucho, cualquier otro escenario hubiese significado truncar el sueño de millones de personas. El martes por la noche, al anunciar los resultados por televisión acompañado por mis compañeros conductores, pensé en un sinfín de cosas, sentí tantas otras. Recordé, especialmente, a mi padre contándome que a principios de la década de los sesenta, en el Missisippi de su infancia, en el sur de Estados Unidos que vio nacer a mi abuelo, existían en tiendas departamentales bebederos de agua con las leyendas "Blancos" y "De Color", y que él los había visto, que le había dolido darse cuenta cuán injustos y absurdos eran aquellos años. También me contó de los autobuses con secciones separadas según raza y que Rosa Parks, una mujer de color, se había negado a cederle el asiento a un hombre blanco, iniciando con ello la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.

Las victorias de Barack Obama simbolizan la culminación de una guerra abrazada por millones de personas no solamente en Estados Unidos, sino en prácticamente todos los confines de la tierra: la lucha por la igualdad. No sólo es la lucha de Martin Luther King, es también la lucha de Nelson Mandela, de Betty Friedman, de Salvador Allende, de Ernesto "El Che" Guevara, y de tantos otros que, lacerados por la injusticia como mal endémico del siglo pasado, le apostaron a un mundo más justo, a una realidad más halagüeña y a un futuro menos cruento.

Con el triunfo de Obama se gana una batalla, pero aún no hemos ganado la guerra. A cincuenta años de distancia, la injusticia es rey y nuestro presente y futuro son perfectibles. Sin embargo y a punto de cumplir treinta y cinco años, hoy me siento orgulloso de haber nacido en un mundo más incluyente, y dentro de un entorno donde para mí y para tantas otras personas que me rodean, el credo, religión, estatus económico, preferencia sexual, ideología política y raza, resultan insignificantes y enteramente secundarios. Creo que por encima de todo y a la larga, el talento, los valores, nuestra fuerza creadora, el respeto hacia quien piensa distinto y el trabajo diario, son las cosas que verdaderamente importan y hablan de nosotros, que nos definen y nos hacen mejores seres humanos. Dicha irrenunciable noción, y un mejor futuro, es lo que quisiera legarle a mis hijos y a las generaciones por venir.

Esto no ha terminado. Hay tanto por hacer…

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