Por lo común, la Navidad es una de las etapas más hermosas del año. Pero en esta ocasión no resultó así, por alguna extraña razón.
Desde que comenzaron los preparativos para la cena de Noche Buena, advertí que en la mesa, había dos lugares de más, de acuerdo a los convocados e inevitablemente tuve que pensar en mis ausencias. Eran los lugares que hubieran correspondido a mis hermanos, ahora ausentes.
Comenzó entonces a invadirme una gran tristeza, que se manifestaba en un vacío en la boca del estómago, que aún en estos momentos no ha desaparecido por completo.
Fue un buen año, a pesar de todo y tengo muchas cosas por las cuales le doy gracias a Dios. Como siempre cuento mis bendiciones y son más que mis desdichas.
Pero me faltan cosas por hacer y sobre todo las ausencias me pesan demasiado.
Tengo familia y amigos a los que debo estar profundamente agradecido por su amor y compañía, pero de repente me siento vacío.
Miro a mí alrededor y estoy mejor que muchos de mi generación; pero la depresión me atrapa y me siento confundido.
Es más, creo que hoy no debería de escribir, pues no me gusta transmitir tristezas. Pero mi amigo Antonio, siempre me decía que el periódico no puede esperar y que debe uno cumplir con el compromiso adquirido. Y por ello aquí estoy tecleando sin ganas y sin ideas positivas que transmitir.
Busco refugio en los buenos amigos y me distraigo por momentos. Pero en cuanto me veo solo, vuelve ese sentimiento atroz que es parte del estado depresivo.
Cuando está uno deprimido piensa en la muerte. En ese estado que todo lo libera y pienso entonces que el suicida es simplemente un cobarde en un momento de valentía, que decide terminar con su vida porque no aguanta más.
No es el caso, pero ése es sin duda un buen tema para bordar cualquier otro día, porque aún ahora la vida sigue siendo bella.
"Celebro que compartamos una misma fe", escribió mi amigo Jorge en un hermoso libro que me regaló sobre la vida de Jesús (desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección).
Y por esa fe seguimos aquí. Batallando, luchando, navegando, porque nadie más que Él tiene derecho a disponer de nuestras vidas.
Pero también Él nos quita a los seres que amamos y nos deja huérfanos de su cariño y compañía. Y uno cree que se puede reponer en corto tiempo de esos golpes y no es así.
Una fecha, un aroma, un adorno nos los recuerda con una fuerza que parece que estuvieran aquí, pero no es así. Se han ido para siempre, aunque mientras los recordemos estarán con nosotros. Pero cómo duelen los recuerdos.
Fueron tantas Navidades felices, dichosas; cuando todos nos rodeábamos a la mesa, mientras mi padre leía alguna parte del Evangelio escogida por mi madre.
Los preparativos eran divinos. La casa olía a ponche y a pavo; a buñuelos y dulces deliciosos. La espera era hermosa y llena de gozo. Ahora todo es mercadotecnia y pocas cosas se elaboran en casa, todo se compra hecho.
Los niños conocen en estampas los pavos y han de creer que nacen y mueren dentro de Sam's.
Pedir posada es un rito en extinción y el Santa Clos se ha adueñado de las calles. Los Nacimientos son para los centros comerciales, pero dentro de las casas sólo se colocan árboles adornados de acuerdo con la moda.
¿Dónde fueron a parar el lago con los patos y el ermitaño con el diablo acechándolo?
¿Dónde los pastores y los borreguitos? Ya pocas cosas transmiten ese espíritu navideño, porque la mercadotecnia nos lo roba todo.
Lo dicho: no debería de escribir. Pero hay que cumplir compromisos y así lo hago, pero pido disculpas por estas líneas.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".