EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Estoy viva y recuerdo...

ADELA CELORIO

Hace apenas unas noches, junto a la mesa donde acababan de acomodarnos para cenar, las voces ya cascadas del trío que desde hace muchos años ameniza el lugar, cantaba: "Anillo de compromiso que la suerte quiso que…" convocando en mi recuerdo aquella joven que fui, y que en este mismo restaurante celebraba con ilusión el pequeñísimo diamante que el futuro Querubín acababa de deslizar en mi dedo. Caray -pensé- cualquier día de éstos tengo que escribir la historia de esta exhacienda cuyos muros desde 1692 en que fue fundada, han resguardado ámbitos tan discordantes como un monasterio carmelita, un centro productor de pulque; hasta principios del siglo pasado en que por su belleza y su privilegiada ubicación en el corazón de San Ángel, albergó un exclusivo Hotel Restaurante, que regentado por una dama francesa llamada Madame Roux, hospedó a los más destacados personajes de la banca, el comercio y el arte. Cuentan que en este hotel Diego Rivera le ponía los cuernos a Frida con actrices que como Rita Hayworth; incluían en el folklore de su viaje a México un romance con el muralista mexicano.

Sí, cualquiera de estos días tendré que escribir la historia de este San Ángel INN, de sus salones, sus patios monacales y sus jardines que alguna vez fueran lugar predilecto de Virreyes, de Maximiliano y Carlota y de la aristocracia de su época. Fue aquí donde en 1847, Santa Anna planeó la Batalla de Chapultepec, y durante la Revolución, Pancho Villa y Emiliano Zapata pactaron el control del norte y el sur de México… o eso cuentan, vaya usted a saber…

Lo que sí puedo relatar de primera mano, es que desde mediados del siglo pasado en que después de albergar la Escuela de Historia del Arte y de Arquitectura de la Ibero, el lugar finalmente acabó convertido en el Restaurant San Ángel INN, tradicional y favorito de la gente de la zona para celebraciones y encuentros; y donde muchísimas parejas hemos tramitado romances, pactado matrimonios y llorado nuestras rupturas.

Si las paredes hablaran o al menos se decidiera a hablar el capitán de meseros, que con el peso de tanta historia ahora ya camina lento, aunque incansable y caballeroso como siempre, recibe a la variopinta clientela de hoy con la misma amabilidad de sus años jóvenes. Varios decenios de servicio en que como cualquier disciplinado mayordomo inglés, el capitán del San Ángel INN, ve y saluda afectuosamente a los parroquianos sin mirarlos y oye sus conversaciones sin escucharlas; o al menos eso parece. Es discreto como lo exige su trabajo, aunque si en una de ésas se le soltara a lengua podría contar anécdotas de corrupción, alcoholismo e infidelidad. De las crisis y traiciones políticas que se han fraguado en estas mesas a lo largo de varios sexenios. Si alguna vez se decidiera a escribir sus memorias, el capitán completaría varios tomos con anécdotas tan interesantes y situaciones tan absurdas como aquella que me tocó presenciar una noche en que junto a nuestra mesa, un elegante Zorro Plateado apantallaba a la rubia jovencita que lo acompañaba pidiendo la segunda y hasta la tercera botella de champaña. Comieron, bebieron y cada vez más sonrientes y cariñosos ambos, la mano de él tomaba posiciones en el cuerpo de la rubita. Primero el muslo, luego la cintura, el cuello y ¡Dios!, unos besos en la nuca que me estaban matando de envidia. Todo aquel cachondeo musicalizado por el romántico trío a petición del Zorro; quien sacando juventud de su pasado insistía en que le cantaran una y otra vez: …y te voy a enseñar a querer, porque tú no has querido, ya verás lo que vas a aprender cuando vivas conmigo".

En aquella ocasión nuestra cena era amarga, hablábamos de divorcio, y en algún momento, el Querubín pidió al trío que cantara para mí… "Ojalá que te vaya bonito, que te digan que yo ya no existo, que conozcas personas más buenas…". Yo estaba destrozada y la cena se amargaba por momentos, aunque cuando las tarjetas de crédito del Zorro Plateado fueron rechazadas una tras otra, la rubita se levantó para ir al baño de donde no regresó nunca, y derrumbado en la mesa de junto, el Zorro acabó llorando a lágrima batiente; se me ocurrió que después de todo, lo nuestro no era tan grave.

Y como "todo tiene su momento y cada cosa tiene su tiempo bajo el cielo" (Eclesiastés 3:1) después de esa noche y muchas otras más, en ese mismo restaurante otro Querubín deslizó en mi dedo un nuevo anillo de compromiso; sólo que esta vez el diamante era más grande y el amor más maduro. ¿Y qué mejor lugar para celebrar nuestra boda que los hermosos jardines de esta antiquísima exhacienda? Y pues sí, ahí mismo celebré otra boda, con otro Querubín y … sí, creo que algún día tendré que escribir la historia de ese lugar.

adelace2@peodigy.net.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 799196

elsiglo.mx