James Ensor. La intriga, 1911.
Erigido como la gran vanguardia del siglo XX, el expresionismo se impuso la misión de engendrar una luz diáfana y un lenguaje puro para representar el lado más verdadero de las cosas.
Las diversas evoluciones del platonismo legaron el concepto de que la realidad, más que observada, debe ser pensada. El impresionismo desafió al positivismo lógico al ponderar que la realidad existe, pero su auténtica constitución, la posibilidad de lo que está o no dentro de ella, no es otra cosa que un juego de luz. Discretamente, fijaba la idea de que la percepción es una acción innata pero también selectiva y afectada por esa luz (ya con connotación mística, psicológica, simbólica, con sus trazos de significación moral). El expresionismo suscribe esta misma creencia, pero supone en ella más que un acto espontáneo de advertir la verdad, uno de voluntad y transformación.
¿A qué se debe tal concepción que parece negar la noción materialista de realidad? ¿Por qué tal acto, que para el realismo socialista era no menos que esquizofrenia, mientras que el Tercer Reich le llamaba basura degenerada? La respuesta está sugerida en los sustantivos de la segunda pregunta: el expresionismo eclosiona en medio de un periodo convulso. Dice George Steiner: La conflagración de energías artísticas, científicas o filosóficas en Europa central tuvo su origen en unas estabilidades fundamentales. Fue, como dicen los físicos, implosiva, una compresión de fuerzas en conflicto en un espacio que se reduce violentamente.
En tiempos furiosos, la propuesta de modificar el entorno a partir del pensamiento puede sonar a evasión. Pero no fue así para el expresionismo. La mutación es sólo aparente: la deformación de lo figurativo no pretende un imaginario de fantasía, sino el juego de efectos que diversas contradicciones ejercen sobre el individuo. El grito (1893) de Edvard Munch, obra paradigmática de esta corriente artística, contiene en su proyección pictórica e interpretaciones, tal manejo de efectos. Es un grito congelado, estruendoso en su silencio plástico, que exterioriza miedo, desesperación, furia, frustración. Bajo la luz natural y el uso de las sombras, el rictus de un hombre puede lucir radicalmente distinto según la perspectiva. Munch reflexiona acerca del rostro que un individuo puede proyectar ante el embate furioso de tantas emociones simultáneas. El personaje de El grito es cualquier humano en cualquier calle, en el momento en que se ve ensombrecido por los muchos demonios con los que cohabita; deformado no por la voluntad del que retrata, sino por el puro efecto de su sobrecogimiento.
FUERZAS CONFRONTADAS
La realidad real se halla en la expresión. Así reza un fragmento del manifiesto fundacional del grupo Die Brücke (el puente), firmado por Ernst Ludwig Kirchner, Erich Heckel, Karl Schmidt-Rottluff y Fritz Bleyl (otro miembro fue Otto Mueller). Afirman también en esa declaración, que la llamada descripción objetiva tiene miras cortas frente a la potencia emotiva y franqueza espontánea de la expresión.
El texto en cuestión se elaboró en 1905 y con él inició el primer gran movimiento de avanzada artística. Formado en Dresde, este grupo toma como bandera el ejercicio de confrontaciones emocionales de Munch y una paleta que también trabaja, según señala el historiador Ian Chilvers, con un juego de contrastes complementarios mediante el cual los colores se refuerzan mutuamente en su luminosidad. Tal tendencia cromática es obtenida del postimpresionismo, particularmente de Van Gogh. En la articulación de texturas se apuesta por un trazo duro, con pincel grueso, muy a nivel de superficie, para dar un efecto de corporeidad.
A el puente le antecedía el Jugendstil alemán, que desafió por primera vez al naturalismo y a las (así consideradas) hiperbólicas derivaciones de la belle époque. También las escuelas del expresionismo vienés, con el grupo Der Blaue Rauter (el jinete azul), del que hablaremos más delante.
Posteriormente las ideas expresionistas serían reivindicadas en la americana action painting e incluso en el art déco. Hacia atrás, la tesis central en el escrito fundacional de Die Brücke, habría de usarse para calificar como expresionista toda obra que albergara en su ejecución el despojo de ornamentos plásticos y la presentación de manifestaciones puras, más que entidades o personajes. Se ha querido ver este mismo carácter en pinturas de Hieronymus Bosch (el Bosco), el Greco o Daumier.
CONVERSIÓN DE LAS SUSTANCIAS
El expresionismo defiende la siempre olvidada noción de que en la construcción de una visión del mundo, en una estructura de lenguaje, caben por igual la percepción, la sensación, el instinto y la fabulación. Presenta al espectador la existencia real de lo abstracto, la perceptible pesadez de lo emotivo y la carga de verdad que se despliega en nuestros gestos más espontáneos e insólitos.
Intrínsecamente, el horizonte al que quieren aproximarse los expresionistas es el Ur, ese lenguaje primigenio en el que se enunciaban las cosas del mundo. Conciben, pues, a las lenguas como filtraciones ideológicas, como fachadas artificiales para representar la realidad. El expresionismo es entonces el despojamiento de la mentira.
Según la visión de Die Brücke una inspiración primaria para tal tesis son las máscaras africanas. Muestra de esa influencia está patente en piezas de Kirchner como Fränzi ante una silla tallada (1910) o Tres bañistas (1913).
Junto a Munch, la influencia mayor de el puente es la del pintor belga James Ensor, quien igualmente emplea la distorsión casi primitiva en los personajes de sus creaciones. Su obra versa sobre episodios populares de su ciudad natal, recreada de manera bufa, donde los rostros parecen mutar en semblantes con rasgos animales. Así se aprecia en La intriga, de 1911. No obstante, para muchos la reflexión de Ensor es una crítica a la idealización objetiva como un intento fallido de enmascarar la expresión.
EL PINCEL, UN CUERPO
El grupo de el jinete azul surge en vísperas de la Primera Guerra Mundial. En sus filas surgirán las figuras que llevarán los patrones del expresionismo a tradiciones como el futurismo o el cubismo. Entre sus miembros sobresale Wassily Kandinsky, quien hace una apuesta que más tarde sólo podrá ser imitada en la danza: si los primeros artistas de esta corriente buscaron reducir lo figurativo a su más pura manifestación, Kandinsky se plantea proyectar la absoluta expresión. Sólo la danza expresionista (como su más moderna derivación, el butoh) ha logrado eclosionar una potencia emotiva tal que los espectadores se olviden de los ejecutantes y perciban sólo energía y emoción.
La idea germinal del expresionismo fue restar el valor de la observación a favor de la sensación, tal propuesta llegó al extremo en el abstracto de Kandinsky. Asimismo, la creación temprana de Mark Rothko suscribe la distorsión expresionista, aunque no tanto en los gestos como en las figuras corporales. Su siguiente etapa, más conocida, apuesta por una operación similar a la de Kandinsky. Pero lo que en aquél son figuras orgánicas, evoluciones libres y móviles, en Rothko posee una ordenación que reconcilia la rigidez geométrica con la expresión. La vía para esta amalgama es la emotividad del color. Intrigado por una serie de pinturas hechas por niños, Rothko ensaya acerca del encanto del color y el trazo natural, casi inercial, que revelan una ejecución primitiva, instintiva.
Jackson Pollock, como la más acabada demostración del action painting, acota no sólo el descrédito de la observación de la realidad, sino también su paso por el pensamiento. Pensando al canvas como una arena, Pollock deja que el cuerpo trace por sí mismo en líneas espontáneas e insólitas. En ese camino lo siguen figuras célebres como Willem de Kooning, o Jean-Michel Basquiat, quien lleva al límite la manifestación del cuerpo en piezas donde orina sobre la pintura o el lienzo.
La importancia mayor del expresionismo es notable en su invasión a otras disciplinas y en cómo derivó hacia el arte contemporáneo. Erradicó la noción burguesa de expectación en galerías, para convertirse en una dinámica de sinapsis nerviosas: un sentimiento corporal, una experiencia de existencia.
La interminable dualidad de tensiones que nos deja la historia del siglo XX se decanta en las contradicciones que retrata el arte expresionista, y permea en el espectador haciéndolo partícipe de una emoción que nos retrotrae a las culpas originarias, a los conflictos iniciales. Nuestra sensibilidad está hecha de tales tensiones creativas.
Correo-e: ziggynsane@gmail.com
EXPRESIONISTAS EN LA RED
Museo Brücke
www.bruecke-museum.de
Munch
www.munch.museum.no
Kandinsky
www.museothyssen.org/thyssen/ficha_artista/302
Pollock
www.moma.org/collection/artist.php?artist_id=4675
Ensor
jamesensor.vlaamsekunstcollectie.be
Rothko
www.nga.gov/feature/rothko